Teorías... Conspirativas

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¡Nooo!

¡Edward!

Lo había dejado ciego a causa de mi arrebato.

No obstante, era su culpa...

En parte.

¿Cómo se le ocurría aparecer de la nada?

Me acerqué deshaciéndome en disculpas. Sin embargo, en lugar de llorar y maldecir, como había pronosticado, me arrastró hasta el auto y me sentó en el asiento del copiloto, para luego arrancar el motor y dar una peligrosa maniobra, que hizo chirriar las ruedas.

— ¡Edward! ¿Estás bien? Juro que no te vi... Creí que eras otro baboso...

Un gruñido gutural, similar al de un animal salvaje, fue su respuesta . Tal vez lo había ofendido con la comparación. ¿Pero qué iba a saber yo que haría una entrada tan badass?
A pesar, de mi imprudencia —y la suya porque era nuestra metida de pata— parecía estar bien. De otra manera, no estaría manejando a la velocidad de la luz, saltándose todas las paradas y los semáforos en rojo.

No me percaté de que nos encaminábamos hasta el centro de la ciudad, hasta que las luces brillantes, provocaron que entrecerrara los ojos.

— ¿Estás bien? —su voz era rasposa.

Las piernas no paraban de temblarme y tenía la garganta seca. Escondí las manos en los bolsillos para que entraran en calor.

— Sí... o sea... ¡Viste como le di su merecido a esos tipos! Debería volver allí y darles otro librazo en los huevos... —Un jadeo se escapó de entre mis labios. — ¡Oh no! ¡El libro!

Edward sacudió la cabeza y extendió el brazo. Con un rápido movimiento me entregó el tomo. Estaba en deplorables condiciones.

Chaaaleee. Cagó el regalo de Willy. — Solté antes de reparar en lo vulgar de mi vocabulario. Rogando porque no captara las groserías —o no del todo por lo menos— me apresuré a agregar. — Iba a ser el regalo de Willy. —Agité el maltrecho libro —doblado y empapado porque el pobre había ido a parar a una poza de agua después de servir nuevamente de ladrillo.

— Pero, ya no.

Apretó las manos en el volante, para luego llevarse una hasta el puente de la nariz, entrecerrando los ojos. Parecía estar esforzándose por mantener la calma.

— Debería ir y arrancarle la cabeza a esos malditos...

— Deberías abrocharte el cinturón.

Su risa ronca y siniestra, cortó el silencio.

— Tú deberías abrocharte el cinturón.

— Pues... predica con el ejemplo.

Frunció el entrecejo y miró en mi dirección. Sus ojos carentes de emoción, parecían haberse ensombrecido, como su ánimo.

Hice una mueca y sintiéndome torpe obedecí. La infracción era cara.

— Y pos no hace falta que les quieras... hacer algo... ya lo hice yo. —Alcé el mentón con orgullo. — Como en mis tiempos de juventud... con estas mismas manos, les daba sus charchazos a los giles que molestaban a Willy.

Edward alzó las cejas con gesto incrédulo. Aspiró aire de manera acompasada y murmuró: — Continúa.

— ¿Ah? ¿Quieres que te cuente como peleaba con mis compañeros de escuela básica?

— Háblame de cualquier cosa mientras me distraigas de volver y...

— Ya... entonces te contaré de la vez que... ¡Ah sí! Cuando nos agarramos unos de giles y yo afuera del colegio. Fue hace un par de años... me fracturé la muñeca, me arrancaron los pelos... Y me desmaye... ¡Ah! pero el otro quedó peor... —Edward siguió concentrado en el camino, sin el menor interés, sin embargo, ya no apretaba el volante, como si de eso dependiera su vida. Sus músculos parecían más relajados.

(Fanfic de Crepúsculo) Del amanecer al ocasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora