La Muerte del Profesor Birch

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Ruby era un chico de diecisiete años, que recién se había mudado desde Johto. Había sido el sueño de su madre vivir en Hoenn, pero ella había muerto años atrás, antes de cumplirlo. Ciertamente eso había mermado la relación padre—hijo de Norman y Ruby.

Este asomó la cabeza desde el camión de mudanza sin muchas expectativas. Se mudaron a un pueblo con dos casas y un laboratorio, y un par de personas paradas como si no tuvieran nada mejor qué hacer.

—Pues es tal y como me lo imaginaba— se dijo.

Al saltar desde el camión para darle paso a los impacientes Vigoroth para sacar las cajas de mudanza, Ruby se fijó en que una muchacha a la lejanía lo miraba con curiosidad. Él era apuesto, y lo sabía perfectamente, por lo que no tuvo pudor en sonreírle. Ella se sorprendió, y se marchó.

—Qué tímida— se dijo el muchacho, pero le restó importancia. No se quería estancar en ese pueblo, y ciertamente no lo haría por una mujer.

Caminó por el pueblo sin mucho rumbo, pensando en las aburridas tardes que pasaría ese verano. Hoenn se caracterizaba por ser una región cálida y tropical, y el calor húmedo del aire se lo hizo saber a Ruby enseguida.

—Bueno...— se rascó la cabeza, intentando pensar en algo que hacer mientras los pokemon terminaban de llevar las cajas a su nueva casa, cuando reparó en el laboratorio.

Interesado, decidió ir a echarle una mirada. Tenía entendido que su padre tenía un amigo llamado Birch, y que este era profesor de un prestigioso laboratorio, pero en ese momento le pareció que Birch debió haber presumido mucho frente a su padre, porque un laboratorio en medio de un pueblo que nadie conocía no se consideraba realmente prestigioso, o al menos eso le pareció a Ruby.

Como sea, fue a echar un vistazo. Tocó a la puerta, pero ahí no se encontraba nadie. Miró hacia la casa del profesor Birch, y se dio cuenta que debía estar almorzando. Ruby se encogió de hombros, abrió la ventana del laboratorio y entró. Siempre hacía eso, entrar a casas ajenas sin avisar, sin pedir permiso. Había tenido varios encuentros con su padre y con la policía al respecto, pero eso nunca le había impedido seguir haciéndolo.

Dentro del laboratorio no encontró nada que pudiera divertirlo. Lo exploró completamente, desilusionándose más y más, hasta que en el pasillo del fondo, a la derecha, encontró tres pokebolas reposando en una mesa. Curioso, se acercó para examinarlas mejor, cuando el sonido de la puerta abriéndose lo alarmó. Generalmente no le habría importado, pero ese día andaba alerta por si su molesto padre aparecía.

Por eso se escondió en un estante, y aliviado, vio cómo el robusto profesor Birch agarraba a los pokemon, los echaba a un bolso y se los llevaba. Pero su curiosidad no se detenía ahí ¿Con qué propósito iba a usar a esos pokemon? Como no tenía nada más qué hacer, Ruby decidió seguirlo sigilosamente. El profesor caminó hasta el bosque, específicamente a la hierba alta, y ahí se puso a caminar en círculos por un momento.

—Qué raro. Yo he visto esto antes— se dijo Ruby, pegado a un árbol para que no lo vieran— ¡Ah, claro! Está buscando pokemon salvajes ¿Pero para qué? ¿Quiere capturarlos?

De pronto el profesor se detuvo, y una sonrisa se dibujó en su rostro.

—¡Tú, Zigzagoon!— le habló al pasto.

En ese instante Ruby vio que algo se movía entre la hierba, escapando del profesor Birch, pero lo siguió de cerca, y Ruby a él ¿Qué tramaba hacer con ese Zigzagoon?

Corrieron hasta una zona del camino, en donde Ruby pudo ver al Zigzagoon completamente. El profesor Birch le arrojó pokebolas, pero ninguna de estas atinó. De pronto el Zigzagoon se vio acorralado por el profesor.

—¡Por favor, no me atrape!— le rogó— Le daré todas las vallas que tengo, pero no me atrape.

—Tú no tienes nada qué decidir, pokemon— el profesor buscó en su bolsillo por otra pokebola, pero al no encontrar nada se dio cuenta que había arrojado todas. Y como todos saben, las pokebolas que no atrapan nada se rompen al chocar contra el suelo.

El Zigzagoon vio su oportunidad, y antes que el profesor pudiera abrir su bolso, el pokemon lo embistió. Ambos cayeron al suelo, el bolso demasiado lejos para alcanzarlo con una mano. Ese momento fue revelador para Ruby, pues nunca antes había visto un pokemon atacar a un humano sin su previo consentimiento. Tanta fue su sorpresa que se puso de pie en medio de la hierba alta.

—¡Tú, niño!— le gritó el profesor Birch, intentando detener las fauces del Zigzagoon de arrancarle la cara— ¡Rápido, usa una de las pokebolas en ese bolso y ayúdame!

Ruby se apresuró a recoger el bolso y abrirlo. Dentro había tres pokemon que nunca antes había visto, todos con el aspecto de niños. Sin embargo intuía su tipo, dados sus colores característicos. Miró nuevamente al profesor Birch. Este y el Zigzagoon lo miraban a él, esperando su movida.

Ruby apretó las correas del bolso en su mano, y recordó a su madre. En ese momento Ruby tomó la decisión que cambió su vida. Agarró las tres pokebolas y liberó a los pokemon, comprobando que tenían la altura de un niño de diez años. Estos corrieron a ayudar a su amo, pero Ruby los paró.

—¡Deténganse!— exclamó.

Los pokemon obedecieron, pues así habían sido criados, para obedecer a los humanos, sin embargo eso no quitaba su confusión. Su amo estaba siendo atacado, y otro humano les ordenaba no hacer nada.

—Él mismo se buscó esa pelea— les explicó Ruby— Dejen que él se defienda solo.

Mudkip y Treecko miraron al profesor Birch, consternados, y volvieron la mirada hacia Ruby.

—Pero lo están atacando— repuso Mudkip.

Treecko y Torchic miraron consternados al otro pokemon. Reclamar e intentar desobedecer la orden de un humano era un crimen impensable para un pokemon, era algo que no se debía ni pensar. Sin embargo Ruby sonrió.

—Desde este momento los libero. Pueden ayudar al profesor, pueden irse a vivir como quieran, o incluso pueden ayudar a ese pobre Zigzagoon— levantó un puño, mostrando su confianza— Yo ya tomé mi decisión, espero que ustedes hagan lo mismo.

No sabía realmente qué estaba haciendo, ni podía medir las consecuencias de sus actos, pero en ese momento Ruby se sentía verdaderamente vivo. Se quedó parado un rato, mirando cómo el Zigzagoon lograba destrozarle la cara al profesor Birch, y luego de unos segundos se marchó tranquilamente. Había sido malvado de su parte, pero ni él tenía estómago para quedarse a mirar tanta sangre.

Mudkip, horrorizado, corrió hacia la aldea. Treecko, indiferente, se perdió en el bosque, pero Torchic, curioso, decidió seguir al misterioso muchacho que había dejado morir al profesor.

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Aquí el autor (KTTR): ¿Qué les parece la idea de que haya muerte explícita en el mundo pokemon?

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Torchic, el pokemon Polluelo:

—Peso: 2,5 kg

—Altura: 0,4 m

Curiosidades:

—Le teme a la oscuridad

—Sigue de cerca a su entrenador, mientras desarrolla sus patas.

Esclavos de HoennWhere stories live. Discover now