El Rescate

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Era una hermosa mañana en las costas de ciudad Calagua. Varios barcos se encontraban en el mar, formados en un gran círculo alrededor de un pequeño bote. Sobre los barcos había muchos civiles y equipos de reporteros, contemplando al bote del centro con paciencia.

Wallace se encontraba de pie en el pequeño bote, saludando a sus fanáticos, que habían conseguido pasaje en los barcos para verlo realizar tan peligrosa hazaña. En el centro de la nave se encontraba una pequeña cámara que apuntaba al líder de gimnasio, dirigida por un tímido Luvdisc. En un costado había un cofre del tamaño de una caja de zapatos, abierto para que pudiera verse en su interior una pokebola amarrada con cadenas a una bomba aún inactiva. Solo Wallace y sus pokemon estaban autorizados para acercarse a la pokebola del prisionero, por lo que solo ellos podían grabar en vivo la ejecución, mientras que todos los demás debían permanecer alejados a más de doscientos metros.

Wallace miró su reloj. Apenas quedaban unos minutos para la ejecución, y menos de diez segundos para comenzar a filmar.

—Comenzamos en 5...— comenzó a contar su pokemon— 4... 3... 2... 1...— seguidamente le mostró un puño para indicarle el inicio de la grabación.

Wallace se tomó un momento más para focalizarse. No le costaba hablar frente a una cámara, pero alguien tan importante como él debía mostrarse bien frente a su público. Finalmente le sonrió a la gente, con esa dentadura radiante que nunca necesitaba retoque en las fotografías.

—Damas y caballeros, muy buenos días— comenzó su pequeño discurso con una voz apacible, pero grave— Soy Wallace, líder de gimnasio de Arrecípolis, y me encuentro ante ustedes hoy, cerca de las costas de ciudad Calagua, para terminar con un proceso que todo Hoenn ha tenido que sufrir— dirigió gentilmente una mano hacia el cofre abierto— Ante mí tengo un pequeño cofre, dentro del cual se encuentra una simple pokebola. Esta pokebola contiene al criminal más peligroso de esta década, el Typhlosion terrorista que arrasó con ciudad Férrica hace algún tiempo. Alrededor de la pokebola, atado por estas resistentes cadenas, hay una bomba que se activa por control remoto. A la hora respectiva de la ejecución, procederé a cerrar el cofre, arrojarlo al mar y detonar la bomba junto a la pokebola. Si la explosión no causa la muerte del pokemon, entonces el exceso de agua y la presión de la misma terminarán con él. Hemos tomado las medidas de seguridad necesarias para impedir su sobrevivencia.

Hizo una pausa para ver su reloj. Aún le quedaban unos cuantos segundos para hablar.

—Este es un día glorioso para Hoenn. Gracias a los esfuerzos de incontables policías y entrenadores pokemon, hemos logrado terminar con esta gran amenaza que se cernía sobre nuestros hogares. Siéntanse orgullosos, habitantes de Hoenn. Este es el día en que los terroristas recibirán el duro golpe de la justicia.

Justo después de decir eso, Wallace se arrepintió como nunca. Él no solía decir tonterías como esa ¿Por qué se le ocurrían ahora? Sin embargo, un instante más tarde la gente a bordo de los barcos estalló en vítores y aplausos, incluso se oyeron un par de bocinazos no autorizados.

De pronto su reloj comenzó a tintinear. Wallace se llevó una mano a la muñeca y apagó la alarma con su dedo. Ya era hora.

Siempre elegante, el líder de gimnasio se agachó sobre el cofre, lo cerró, lo levantó con sus manos por sobre la altura de la baranda y lo arrojó con todas sus fuerzas hacia el mar. Inmediatamente extrajo un control remoto de su bolsillo y dirigió su mirada a una computadora. Esta le entregaba varios datos, pero los más importantes eran la altura a la que se encontraba el cofre y cuánta presión soportaba. Avanzaba rápido, pero aun así necesitaría esperar un poco para detonarlo.

Fue en ese instante que comenzó la caída de su carrera.

Dos tremendos impactos de sonido a la lejanía lo alertaron, y le hicieron girar la cabeza hacia uno de los barcos. En ellos, dos grandes pelotas de fuego se desvanecían en el aire, dejando enormes columnas de humo negro. La gente corría, las alarmas comenzaron a sonar. Esas habían sido bombas.

Esclavos de HoennWhere stories live. Discover now