La Cámara Secreta «28»

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[Narradora]

Estaban los dos Potter en su cuarto. Si, su cuarto. El tío Vernon había dejado a ellos instalarse en la segunda habitación de Dudley. La verdad que no era tan grande, pero como no tenían tantas cosas era suficiente.

En ésta habían dos camas individuales, una en cada extremo de la habitación, un armario mediano, un escritorio, y las jaulas de sus lechuzas. Kurt y Hedwig.

En la pared que quedaba a lado de la cama de ambos, tenían decoraciones como fotos o banderas con los colores de sus casas. Avery de color verde y plateado y Harry con amarillo y rojo.

Los mellizos estaban ahí en ese momento. Uno mirando un álbum de fotos que les regaló su amigo Hagrid al finalizar el primer año y la otra mirando hacia su lechuza, que estaba muy desesperada por salir.

—No insistas, no puedo sacarte, Kurt —habló la pequeña, que ya no estaba tan pequeña, su cabello también había crecido de estar la altura de los hombros, había crecido unos cinco centímetros. Ambos habían crecido unos centímetros durante el verano– No me dejan usar magia fuera de la escuela —incluyó.

La lechuza siguió haciendo ruido.

—Además si el tío Verno-

—¡AVERY POTTER! —gritó Vernon desde la planta baja.

Avery suspiró.

—Lo lograste —murmuró ella.

Los dos niños bajaron a la cocina. A Harry no lo habían llamado pero quería saber que le decían.

Avery asomó la cabeza por la puerta de la cocina, donde vió a su tía Petunia decorar un delicioso pastel.

—Está allá —apuntó a la sala— Vernon —llamó a su esposo.

Ambos niños se adelantaron a donde estaba el tío arreglandole el cuello del traje a Dudley, el molesto primo que también había crecido. Mucho.

—Te lo juro, si no controlas a ese maldito animal deberá irse —gruñó— Prometiste hacerte cargo de esa cosa mientras estuvieran aquí.

—Pero está aburrido, si solo lo dejaras salir por una o dos horas...

—¡Ja! —dijo con voz chillona, todavía con Dudley— Para que envíen mensajes a sus extraños amigos, no, señor.

—No hemos recibido ni un mensaje de nuestros amigos —habló ella.

—Ninguno, en todo el verano —concluyó su hermano.

—¿Quién querría su amistad? —gritó Dudley cuando Vernon le dejó el cuello.

Caminó hacia los hermanos y a cada uno les chocó con sus hombros, pasando por el medio de ambos.

—Deberían ser más agradecidos. Los hemos criado desde que eran bebés, los alimentamos de nuestra mesa y Dudley les cedió una de sus habitaciones —dijo Vernon— Porque nuestro corazón es bondadoso.

—¡No, amor! Es para cuando lleguen los Mason —habló su tía, con su tan irritante y chillona voz.

—¡Lo cual pasará muy pronto! —el tío salió del tema— Ahora, repasemos el plan, si? Petunia, cuando los Mason lleguen tu esperarás...

—En la sala, quiero recibirlos con gracia en nuestra casa —se movió con tranquilidad por la chimenea.

—Bien, y Dudley, tú estarás...

—En la puerta para abrirla —dijo con voz elegante.

—Excelente —bufó Vernon, antes de mirar a los mellizos con desprecio— Y ustedes...

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