Capítulo 32

6.2K 416 36
                                    

Las heridas que deja el rechazo de una madre, son tan dolorosas como eternas. Mila percibió la punzada de dolor al sentir su corazón partirse. Si ni siquiera su madre, la persona que se suponía que debía quererla incondicionalmente, podía sentir amor por ella, no concebía como alguien pudiera amarla. Se sintió miserable, confundida y aterrada. Era lo suficientemente malo saber que tenía un blanco en la espalda, la situación empeoraba cuando era su madre quien sostenía el arma.

Estaba hundiéndose en dolor cuando sintió la mano de Calim sobre la suya, recordándole que era amada. Antes de hablar, carraspeó intentando deshacerse del nudo que se había alojado en su garganta.

-¿Cómo puedes estar seguro?- Necesitaba saber más.

-Por qué lleva intentando deshacerse de ti desde que naciste. Un par de veces estuvo demasiada cerca.- Confesó Yuri. Un notable pesar acompañaba su voz.

-¿Cómo sabías que alguien estaba intentando matar a Mila? Se supone que no tienes contacto con ella hace años. - Habló Calim. La historia de Yuri cuadraba con todo lo que sabían hasta el momento. Según el sicario que intento matar a Mila, todos sus tratos fueron con una mujer de acento ruso, lo que encajaba perfectamente con Irina Dromanova, la madre de Yuri y esposa de Nikolaj. El silencio de Yuri se mantuvo constante, se negaba a hablar con su mayor enemigo. Únicamente tenía que darle explicaciones a su hermana.

-Contesta.- Ordenó Mila, compartiendo la autoridad con Calim.

-No tienes que darme ordenes, hermanita.- Fulminó a Calim con la mirada. –Mi padre tuvo vigilada a Mila hasta el día de su muerte, su padre adoptivo era uno de los hombres de confianza de Nikolaj, le pasaba informes mensuales sobre todo lo que sucedía con Mila. Un día, supimos que Mila había desaparecido, meses después, dejaron de llegar informes por completo. Mis investigaciones confirmaron que estaba muerto.

A Mila se le encogió el corazón ante la frialdad con la que hablaba del hombre que la había criado.

-... No sé qué tan bueno seas tú conectando puntos, Lévedeb, pero no se necesita ser un genio para saber que tras un secuestro y un asesinato es obvio que alguien quiere su cabeza. – La desconfianza palpitaba con fuerza dentro de Calim, todo lo que decía Yuri era información circunstancial.

-Dijiste que ya había intentado matarme antes ¿Cuándo?- Intervino Mila, quien buscaba respuestas y no un culpable.

-Mi madre, dentro de su locura, sigue siendo una mujer muy fina. Nunca se ensuciaría las manos. Desde que naciste empezaron las señales, se negó a alimentarte, o a cuidarte. No quiso que te pusieran nombre hasta que estabas por cumplir el año. Mi padre pensó que se trataba de una depresión post parto, intento darle ayuda psicológica y estar presente, pero cuando empezaron a aparecer los moretones en tu piel, supo que no había remedio.

-¿Me golpeaba?- Mila se horrorizo ante la idea. Calim apretó los puños solo de imaginarlo.

-Pellizcos aquí y allá, un par de nalgadas, ese tipo de cosas, nada que pudiera poner en peligro tu vida, al menos, eso nos decía. Nikolaj la alejó de ti; sin embargo, ella suplico entre lágrimas que no le arrebataran a su hija y juró cambiar. Empezó a mostrarse atenta, te cuidaba por las tardes, casi parecía una madre amorosa. Hasta que nos dimos cuenta de la verdad. Nos metía de forma compulsiva, yo era solo un niño que le creía todo a su madre, y mi padre siempre estaba trabajando. Mientras ella decía que te alimentaba, te dejaba llorando en la cuna hasta que te quedabas dormida, cuando lograbas dormirte te despertaba apropósito, te dejaba sola durante horas, ordenándole al servicio que nadie entrara a tu cuarto.

Mila se horrorizó, no concebía como alguien podía ser tan cruel con su propia hija.

-...Nos dimos cuenta demasiado tarde. Un día de invierno, cuando estabas cercana a los tres años, la acompañaste a un paseo por los jardines. Sabía que nadie la seguía, así que te dejó escondida entre los arbustos hasta que llegó la noche. Ella misma te fue a buscar y te metió en la cuna como si nada. Fue a la mañana siguiente cuando mi padre te encontró, llamado por los gritos de dolor. El médico nos dijo que tu fiebre había evolucionado hasta convertirse en meningitis, ese mismo día perdiste la vista. 

Corazón que SienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora