Noveno Capítulo.

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Cuando abrí los ojos, Max no se encontraba a mi lado. Tampoco encontré alguna nota sobre su mesita de noche. Confundida, me levanté de la cama. Dios, eran cerca de las siete de la mañana, hace diez minutos que debía de estar en la oficina. Salí de la habitación de Max, soltando un bostezo y antes de siquiera bajar las escaleras lo oí.

Era  quien hablaba con Max. Me quedé allí oyéndolos.

No estás haciendo nada malo, Bear.

—¿Sigues viéndote con esa chica, Max? ¿Está allá arriba, por eso me prohibiste subir? —le preguntó.

Me dije que no debía de sentirme culpable, que Max ni yo estábamos traicionando a Arabella. Sin embargo, era imposible no sentir una pizca de culpabilidad en el pecho.

—No tengo por qué darte explicaciones, Arabella —escuché la voz de Max.

—Max, si sales en alguna revista fotografiado con esa chica arruinarás todo y sabes que eso no puede pasar. No debe de pasar.

—¿Tanto te preocupa eso? Arabella, ¿qué pasa si te dijera que ya no quiero seguir con este contrato?

Me quedé petrificada al oírlo.

Oí una carcajada sarcástica de Arabella.

—No lo estás diciendo en serio, ¿no?

—Lo digo en serio.

—No tienes idea de lo que soy capaz de hacer, Max. No se te ocurra acabar con el contrato, no cuando falta muy poco para la boda.

Dios, me tembló todo el cuerpo de miedo, ella se oía tan venenosa y maléfica. ¿Qué era lo que haría si ese contrato se rompiera?

—No nos queremos, Arabella. Fue la peor decisión hacer ese contrato, solo terminemos con esto, por favor.

—¡Ay, Max! No pienses que puedes arruinarme de esa forma.

Entonces oí como la puerta del ascensor se abrió y los tacones de Arabella resonaron con fuerzas. Ella se había ido.

Por alguna razón comencé a sentir miedo. Me apresuré a volver a la habitación. Por la noche, Max me había dado una de sus camisas para dormir. Me eché sobre la cama mientras esperaba que él subiera a la habitación. No pasaron muchos minutos cuando Max vino, se veía furioso, pero al verme aparentó no estarlo. Creí que me iba a contar lo sucedido, pero no lo hizo. Solo llegó hasta a mí en silencio y se sentó a mi lado. Yo me relamí mis labios, mientras me abrazaba a mí misma. Me acarició el rostro con su mano, él se había colocado un polo de manga cero y tenía un buzo puesto, al parecer, había regresado de correr.

—Buenos días. ¿Llevas mucho tiempo despierta? —preguntó.

Negué con la cabeza, me había quedado sin habla, aún seguía sorprendida y temerosa de cada una de las palabras de Arabella.

—Le diré a Ezra que te compre un cambio de ropa.

Negué con la cabeza.

—¿Puedo ir a casa y cambiarme allí, por favor? Después iré a la oficina.

—No. —Fruncí el ceño—. Tómate el día libre.

—Max, tengo que trabajar, no puedes darme el día libre, así como así, no es justo.

—Trabaja desde casa, hoy no iré a la oficina, tengo un almuerzo con mis padres.

Solté un suspiro, sabía que no podía contradecirle. Así que solo asentí, es más, muy dentro mío me sentía agradecida de que me diera el día libre para sopesar cada una de las palabras de Arabella.

Inevitable TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora