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Eleonor.

Mientras más segundos pasaban más placenteras eran sus embestidas. Podía sentirlo tomarme con más fuerza, con más deseo, con un salvajismo interior como si quisiera desgarrarme, hacerme nada, volverme polvo y que mis cenizas se sumergieran en su piel. La manera en que sus manos sujetaban mis cinturas juraría que allí dejaría la marca, estaba totalmente poseído y yo nunca lo había visto así. Ni siquiera veía dulzura en sus ojos, estaban nublados.

Sus labios buscaron los míos y con gran pasión los devoró. Puedo decir que me los dejó secos y con maldad rasgó sus dientes en mi labio inferior antes de soltarlo.

En realidad no sabía que estaba sucediendo con el Ever que me trataba suavemente. Cuando le dieron la libertad entonces me vine con él a su casa para estar juntos después de la agonía y la preocupación que nos invadió por imaginarnos separados por mucho tiempo. Al subir a la habitación entre caricias y besos las cosas pasaron a mayores y pues aquí estamos. Sin embargo no lo sentí igual, estaba algo molesto u incomodo, ¿grotesco sería la palabra? No lo palpaba tranquilo, sereno, dulce.

Me ahogué en mis propios gemidos, cerré mis ojos aferrándome a sus cabellos sintiendo convulsionar mi cuerpo completo y el peso de mi interior dejarme en paz.

—¡Joder! — lo escuché gruñir suponiendo que se había liberado. Ambos lo hicimos juntos.

Esta vez no se quedó dentro de mí y se lo agradecía, me sentía algo adolorida y mi cuerpo estaba exhausto. Se tiró a mi lado y con la respiración descontrolada nos tapó a ambos con la colcha de su cama. Coloqué mi cabeza en su pecho y lo sentí de inmediato adentrar sus manos en mi melena. Creo que ese había sido el gesto más dulce de su parte en todo el momento.

—¿Te vas a quedar? — fue la pregunta que me hizo.

—¿Me estás diciendo que me vaya? — me incorporé sentándome sobre la cama.

—No he dicho eso, simplemente te estoy preguntando — su tono de voz no me agradó.

Me tapé el pecho con la sabana y le miré a los ojos.

—¿Puedes decirme que te pasa? — le pregunté tratando de descifrar lo que había en su mirada.

—No me pasa nada, ¿cómo quieres que esté después de haber estado preso? — su contesta me pareció algo dura. No pretendía que estuviera del todo contento pero sí que mostrara cierta paz por estar libre otra vez. Sin embargo, se mostraba atormentado.

—¿Y tienes que desquitarte conmigo? Yo hice lo que estuvo a mi alcance para que pudieras salir de la cárcel pronto. Y dió resultado, no duraste ni dos horas trancado, no puedes ser tan inconforme — me puse de pie y tratando de cubrirme porque me daba vergüenza que me viera totalmente desnuda alcancé a visualizar la ropa tirada en el piso y dándole la espalda comencé a vestirme.

—Ya te di las gracias, ¡pero era lo mínimo que podías hacer por mí, no? Para eso son las relaciones para ayudarse mutuamente. Yo maté a golpes a un animal para que no te secuestrara— sus palabras fueron frías.

Ya con la ropa interior puesta y un jean que me entraba a medias, me di la vuelta para mirarlo boquiabierta.

—¿Me sacas las cosas en cara ahora? — de verdad que no entendía su actitud tan de repente.

—No te estoy sacando las cosas en cara, Eleonor. — lo vi ponerse nada más que un pantalón de chándal sin ropa interior debajo y caminar hacia mí.

—No te atrevas a tocarme— le sentencié cuando vi que estaba a punto de tomarme por la muñeca para impedir que pudiera seguir vistiéndome.

—No te vayas— me pidió mirándome a los ojos.

—Si me iré. Te has comportado tan distinto a como eres conmigo. — le hablé sintiéndome con la garganta seca.

—Estoy cansado de que me vean como un problema. Lo que menos necesito ahora es que me cuestiones y quieras controlar mi comportamiento — eso me dolió.

—¿Te estás escuchando? Puedo decir que no te conozco. Parecías un demonio dentro de mi hace un rato. Ni siquiera me dejaste respirar calmadamente cuando ya me preguntaste que si me iba a quedar. ¡Eres un animal, un salvaje camuflajeado de oveja, no has tenido la mínima delicadeza conmigo hoy! Nadie te ve como un problema o al menos yo no! No tienes por qué ser grosero conmigo! Yo nunca te he juzgado, nunca te he menospreciado, nunca te he hecho sentir mal porque no me importa ni tu pasado, ni si te gusta el boxeo, ni si tienes traumas! No me importa nada más que tú y vienes a tratarme como a una cualquiera sin razón! — Era la primera vez que le gritaba.

Sus ojos, pude verlos ceder, pude verlos bajar la guardia y al momento en que arrugó su frente, dejó salir todo el aire retenido en sus pulmones.

—No estoy de buenas, es solo eso—

—Pero no estas de malas por mí! No por mí! Así que no te la desquites conmigo! — me coloqué los zapatos y metí mi celular en mi bolsillo trasero del pantalón.

—Sea como sea a ti tampoco te agrada que boxee! — me gritó.

En ese momento me recordé la vez que Mamá me dijo aquella palabra de "Hulk". Sí que me causaba cierta sensación verlo enojado conmigo, pero no temor.

—Pues claro que no! Si lo tomaras como un deporte no fuera tan preocupante pero lo tomas como carrera y las personas que te queremos tememos por tu vida! ¿Sabes los boxeadores que han quedado en estado vegetal por golpes que han ido directo al cerebro y nunca más han podido volver hacer lo que eran? Han sido muchos los que también han muerto! Y tú! ... tú no tienes necesidad de hacer esto por dinero porque eres un profesional! Un hombre estudiado! A nadie más que a tu madre y a mi nos dolerá que pueda pasarte algo. Nosotras no te juzgamos porque sabemos quién eres, conocemos tu corazón y somos conscientes del caballero que puedes llegar a ser. Y entiendo tus traumas con el caso de tu padre pero ya tienes que sanar o nunca podrás ser feliz! — volví a gritarle con fuerza, con agallas, con gran aliento.

Me tomó del brazo y me hizo mirarlo.

—No vuelvas a mencionar nada de mis traumas, tú eres una nena que siempre ha vivido una historia feliz. No te metas en mis cosas! No sabes lo que se siente estar en mi posición! Hablar es muy fácil, actuar tan difícil! Yo soy el único que sé lo que hará con su vida, nadie más que yo. — habló entre los dientes con gran enojo.

—Haz lo que te plazca, Zeus. Pero a mí no me vuelvas a poner nunca más un dedo encima, no me busques, no me llames ni mucho menos te consideres con novia. Los perros como tú se buscan perras de tu misma raza. — me zafé de su agarre, abrí la puerta de su habitación y corrí bajando las escaleras.

La nena del boxeadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora