Pintura

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Sobre el lienzo artesanal, preparado ya con una imprimación de Gesso coloreado con acrílico creando así una base de tono neutro, se encuentra un boceto conformado por suaves líneas que delinean la figura de una mujer recostada.

Un pincel se acerca para comenzar a deslizarse por el mismo. Pasea creando bases en dos tonos, a veces se aleja pero es para regresar con nuevos colores en acrílico que le permiten ir llenando de detalles y sombras, colores que de a poco permiten ver a la mujer. En la habitación se escucha en piano a Yann Tiersen, y el pincel baila a la par de "Comptine d'un autre été". 

Pinta la parte interior de los brazos, los cuales se encuentran sobre la cabeza de la mujer recostada; sus largas piernas, sus rodillas con cierto tono rosado al igual que su cuello y torso desnudo, más la zona del vientre lo deja solo con la base. Realza algunas sombras y crea a la vista la forma de redondez y cierta marca de una musculatura sutil, creando así la sensación de suavidad en la tersa y sonrojada piel. Pasa al rostro y cambia de pincel. 

Nariz asimétrica, labios de arco con el carmín corrido por aparentes besos y unos ojos celestes delineados por pestañas oscuras; ojos rebosantes de vida, pero de mirada desenfocada.

Con el cabello desparramado y su cuerpo ya pintado, la mujer está casi completa, falta su vientre. Es cuando la paleta cambia por otros tonos, tonos rojizos. Aparecen caoba, vino y grosella, y el paisaje en el vientre de la mujer se vuelve grotesco; para cuando crecen como flores el carmesí y el rubí sobre la paleta, el pincel se detiene y quien le guía contempla fascinado. 

El pintor alza la vista del cuadro y vuelve a mirar la mujer recostada en la cama; mujer de cuerpo complemente desnudo y cubierto por el frío que únicamente la muerte deja a su paso. Mujer, con su vientre abierto como si una bestia monstruosa lo hubiera rasgado para alimentarse, pero los órganos expuestos no tienen signos de partes faltantes, aún así, algunos se ven como removidos, especialmente el intestino que en parte se encuentra esparcido en la cama junto a la sangre seca salpicada, pegada y derramada, que también se puede ver sobre la mujer.

El monstruo vuelve la vista al cuadro y sonríe, ahora solo le falta el fondo, por lo que limpia un poco y cambia por los acrílicos de secado rápido, los cuales le facilitan al momento de dar varias capas. Antes que siquiera coloque en la paleta los tonos para crear las sábanas azules bajo la mujer, la madera oscura de la cama, las blancas paredes de la habitación donde la luz solo se centra al medio y a un demonio devorando las entrañas de la mujer, el timbre de la entrada suena. Lo intenta ignorar, pero el irritante sonido reaparece sobre la música del piano.

Con el enojo incendiando su pecho, abandona la habitación y tras cerrar la puerta, único ingreso al subsuelo, se dirige a la entrada. Abre la puerta de par en par para encontrarse con un joven promotor de unos ojos profundos y claros, un celeste que borra inmediatamente todo su enojo. Cruzan palabras y le invita a pasar dentro, el joven se adentra y antes que la puerta de entrada se cierre el de ojos cielo frena su memorizado discurso de venta para, con cierto tono de sorpresa, agregar —Tiene una mancha roja en el cuello de la camisa.

Sin prisa y con una brillante sonrisa el pintor aclara —Pintura, debe ser pintura. Estaba realizando un cuadro, le llamaré "Lujuria" una vez terminado.

Un hombre sonrienteWhere stories live. Discover now