18: Días nublados

5 1 0
                                    


Aquella reunión en una de las casas de Zeta estaba llena de personas marginadas, repudiadas o simplemente, leales a él: Hugo estaba ahí, sentado en una esquina, cerca de ese pandillero al que le decían El Manchas. Por lo que Leo sabía, Hugo había intentado traicionar a Zeta y el Manchas era un inútil.

Una chica pecosa y con lentes estaba al lado izquierdo de Zeta, volteando a ver nerviosamente al resto de los asistentes: se llamaba Ivanna, según recordaba Leo. Ella había estado presente en casi todas las juntas y era parte del círculo cercano al jefe.

Zeta, por otro lado, tenía su capucha y una máscara sencilla de color negro con una enorme letra zeta pintada en color blanco. Varios más que Leo no podía identificar estaban sentados alrededor de una mesa de caoba en una casa de aspecto lúgubre y abandonado, en obra negra. Hugo se estremeció. Al lado de la mesa estaba el pasillo en donde Zeta había cobrado todas sus deudas con él. Pero su segundo favor aún lo mantenía encadenado a él. Zeta alzó la voz.

— Bienvenidos todos – Saludó finalmente Zeta, alzando las manos y poniéndose de pie - Bienvenidos a la primera reunión oficial de lo que será el Quincunce.

Ivanna se puso de pie junto a Zeta.

—A partir de ahora, el Quincunce seremos todos nosotros – Aseguró Ivanna – El jefe ya ha reunido una cantidad... considerable de seguidores. Tenemos deudores en la policía, en muchas escuelas, comunicaciones... la mitad del estado es nuestro.

— ¿Y vale la pena vender a tus amigos por todo esto? – Quiso saber Leo, desafiando a Ivanna enfrente del resto.

— No los estoy vendiendo. Los pongo bajo la protección de Zeta. Nada nos pasará a su lado – Recitó Ivanna, muy convencida del poderío del jefe.

— En ese caso – Los interrumpió Zeta - Necesitaremos nuevas caras en nuestro Quincunce.

Los presentes miraron a Zeta.

—Ivanna será mi mano derecha mientras demuestre que lo sigue mereciendo – Ordenó Zeta - Leo, te necesito junto a mi equipo. Claude, espero que desees ser leal a lo que Quincunce representa. Por último... necesito un voluntario que desee permanecer con Quincunce pase lo que pase, dispuesto a enfrentarse a cualquier consecuencia.

Hugo se puso de pie. Todos los presentes lo voltearon a ver, incrédulos.

— Siéntate si no quieres volver a ser castigado por tus actos, idiota — Lo reprendió Zeta - ¡Alguien se dio cuenta de que nos contrataste! – Vociferó Zeta - ¡Un mocoso de tu edad llegó al Bach 2 a pedirnos tu cabeza!

Tras una dramática pausa, Zeta buscó entre los pandilleros que estaban a su disposición, tratando de localizar con la mirada al que estaba buscando.

— ¡Manchas!

— ¡Sí señor!

— Durante estos últimos siete meses, has demostrado ser un completo inútil. Ese niñito desconocido... Ulises Ramírez. Llegó, te dio una golpiza y luego se desapareció. ¿Cómo es que permitieron esto?

Los pandilleros de chaqueta roja se voltearon a ver unos a otros, sin saber qué decir.

— Comprenderán que no puedo matar a su jefe, pero alguien debe pagar por estos errores. Supongo que estarán dispuestos a entregar al Manchas por sus errores, ¿no?

Ninguno de ellos contestó. Zeta llamó con un ademán a dos de los hombres de seguridad que observaban la reunión en silencio, junto a cada puerta.

— Llévenselo al carnicero. Cuando haya acabado, vayan a dejar al Manchas a algún muro de los distritos de la periferia. Quiero que lo vean todos los que pasen.

Seis Segundos de CaídaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora