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Se hallaba inerte: colocado solitario, cual firme muñeca plástica, en el borde de su cama, aún no atinando a comprender la situación actual.

        Todo había ocurrido tan rápido; igual de veloz que la luz. Era tanta su sorpresa que todavía no lograba aclararse y la constante danza desesperada que su madre realizaba frente a sus inamovibles ojos: yendo desde el armario hasta las abiertas maletas negras del suelo, realmente, no lograba ayudarlo mucho en su vana tarea de hacerlo.

        Raúl Álvarez estaba completamente en blanco, igual que cuando su tan ansiosa madre se planto histérica en su cuarto, dejándolo confundido y algo sorprendido ante tan rara noticia: "Prepara tus cosas, te irás mañana" demonios, eso en serio lo descolocó. Al principio sonrió, luego se mareó y para concluir, casi se desmayo.

         Las emociones dispersas y ajenas entre sí terminaron por destruirlo. En su momento fue tan fuerte que llegó a llorar en silencio sin que la mujer lo notara, pues pensó que sus años de encierro acabarían. Raúl. . . Él. . . sólo podía imaginarse parado allí fuera, saludando a los mismos niños que siempre observaba por la ventana, estando por fin libre de las mismas aburridas paredes mostaza, sintiendo el aire fresco en su rostro y siendo acompañado por el luminoso sol a cada lugar al que sus inquietos pies lo arrastrarán, estaba demasiado contento.

        Y por un mísero segundo, pudo vivir feliz en la ignorancia causada por la infinita euforia, lleno de ilusión y emoción, pero. . . Ella, como siempre lo hacía, destruyó cada una de sus repentinas suposiciones, regresándolo de una forma cruel a su triste realidad al informarle como es que viviría a partir de ahora.

        —Alguien te compró, Raúl. —Esas simples concisas palabras acabaron con todo lo bueno dentro de sí y su corazón terminó por destrozarse con lo próximo:— Él es tu dueño y desde ahora, tú. . . Seras el padre de sus hijos —murmuró suave, quizás intentando enmendar un poco el daño que causó en su hijo; con la sola e inocente intención de disipar el profundo dolor reflejado en las negras esferas mirándola.

        Las lágrimas de contento se convirtieron en unas derrochantes de todo lo opuesto.

        Él estaba tan extraviado que no pudo notar siquiera una sola de las caricias de su madre. Su mirada estaba fija en algún lugar del pálido techo mientras ella lo acariciaba.

        Aquel sencillo cuento de dormir, aún presente en sus recuerdos, se apareció en su desolada mente. Las lágrimas brotaron, pues ahora este poseía un sentido: el Doncel destruido era él. . . Él mismo era del que se compadeció por tantos años, aquel que sufría por su horrible vida y suerte, era él "el muchacho maldito" y, como lo dictaba el libro, había hallado a su supuesto "Él".

        —Yo. . . No entiendo, ¿Qué quieres decir? No estoy listo para esto. No sé que debo hacer, ni como comportarme, no quiero esto. . . ¡No quiero ser esto! —exclamó tan harto. Cansado de todo estaba, su pequeño mundo se destruía poco a poco con cada puto segundo, su "vida" lo hacía.

        El ceño de su madre se frunció molesto, las lentas caricias concluyeron igual de pronto que cuando comenzaron, ella lo miró atenta pues él no podía arruinarlo.  Aquella era su única oportunidad de conseguir todo lo que quería, ese hombre rico era su esperanza, gracias a él se marcharía en cuando el dinero se le fuese dado, mandando al carajo su irrelevante y absurda relación con su jodido esposo alcohólico. Raúl simplemente no podía negarse, era su deber como Doncel e hijo obedecerla.

        —Calmate —exigió, acunando entre sus palmas las mejillas del aterrorizado castaño en crisis. Los ojos del inmóvil chico la observaron expandidos—. No tienes de que preocuparte, tú estás más que preparado para esto, toda tu vida te has estado instruyendo y no fallarás en nada cuando ambos estén cara a cara —aclaró, peinando los sudorosos cabellos del adolescente en pijama—. Serás su Doncel y portarás a sus hijos en tu vientre.




⟩ ¡ᴅᴏɴᴄᴇʟ ᴀ ʟᴀ ᴠᴇɴᴛᴀ! ›› RubiusplayWhere stories live. Discover now