La historia de Dios y del Hombre está llegando a su fin. Cuando el apocalipsis cubre toda la tierra, las maravillas tanto divinas como mortales son manchadas por las marcas del inframundo. El mundo se sume en guerra, caos, penurias e incertidumbre.
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Las noticias de los estragos en Jerusalén tardaron semanas en ser notificados a todos los reinos de los dioses por culpa de la censura de la prensa, mortificada por los mismos dioses supremos y por Júpiter. Y cuando se supo por fin de la muerte de Xipe Tótec, y de lo muy malheridos que llegaron Hermes y Thot al Valhalla... y todas las ciudades, todos los pueblos y todos los palacios de Yggradsil retemblaron, como si el dragón Nidhogg hubiese cortado y comido una de sus raíces más importantes.
Se dice que los dioses son incapaces de sentir tal cosa como perplejidad y miedo al ver las hazañas del hombre. Que ahora, viviendo en un mundo tan cínico y ateísta, los humanos de ahora son muchísimo más inferiores y aborrecibles que los que eran en los tiempos mitológicos. Desde ese entonces, el mundo de los dioses jamás ha sido movido con tales sensaciones.
Pero ahora, su mundo se ha movido, poco a poco convirtiéndose en cenizas en un caos que anuncia el fin de todos los tiempos. He aquí los sentimientos que están devastando a los dioses ahora:
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Todo aquel con pensamiento y sentimiento sufre dolor. Ni siquiera los dioses están a salvo de esta verdad universal.
Al expandirse la noticia de todo lo sucedido en Jerusalén, todos los dioses conglomerados en el Valhalla sintieron una lluvia mezcla de sorpresas y pesares hacia el panteón griego, azteca y egipcio. Lo que para ellos iba a ser una misión de reconocimiento del IHQII, terminó por convertirse en una masacre para los humanos, un desastre logístico para la agencia... y una apuñalada horrible en el orgullo de los dioses, quienes, al igual que Londres cuando sufrió los ataques de Jack el Destripador, son arañados por las noticias de asesinato divino por parte del despreciable Homo Insanus.
