Capítulo 19

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Cieno cerró los ojos. No podía soportar ver el círculo de prisioneros por encima de él, sabiendo que Tsunami y Nocturno estaban allí arriba viéndolo morir.

Escuchó un grito en la lejanía y Fjord apartó la cabeza, alarmado. Cieno abrió los ojos y vio que el Ala Helada estaba mirando hacia los prisioneros. Al igual que todos los dragones del estadio. Cieno siguió sus miradas y vio a un dragón azul por encima de sus cabezas, retorciéndose entre el revoltijo de cables que colgaban sobre la arena. Los otros prisioneros estaban gritando e intentando sujetarse con fuerza en sus propias torres de piedra, mientras el peso del dragón azul amenazaba con tirarlos a todos.

Era Tsunami.

Debía de haberse lanzado desde su prisión para intentar llegar a Cieno. Pero los cables la agarraban y no paraba de luchar como un insecto atrapado en una telaraña.

—¡Cogedla! —rugió la reina Escarlata.

Todos los guardias Alas Celestes alzaron el vuelo al unísono.

«Esta es mi oportunidad», pensó Cieno. Fjord estaba distraído. Ahora debía atacar y matarlo. Debía hacerlo. Tenía que hacerlo. Si podía haber matado a sus compañeros mientras estaban en sus huevos, debería ser capaz de matar a este dragón que no conocía de nada.

Aun así no podía hacerlo. Lo único que podía pensar era... «Fjord es tan prisionero como yo. ¿Por qué debería vivir yo en vez de él?».

«Por eso mismo la profecía está condenada... por mí».

Cieno era el único que estaba mirando al dragón de hielo cuando un reguero de pequeñas gotas negras se estrelló contra la cara y el cuello de Fjord.

Fjord pestañeó, sorprendido, y automáticamente levantó una garra para quitárselas de la cara. Pero antes de que sus zarpas llegaran al hocico, ambos dragones escucharon un siseo. Cieno lo miró estupefacto mientras veía cómo las gotas negras empezaban a burbujear y a echar humo. Las escamas azules empezaron a derretirse.

Entonces Fjord gritó.

Era el peor sonido que Cieno había oído en su vida. El dragón al que había matado Peligro había gritado de la misma forma, con la misma agonía, pero era mucho peor estar justo debajo de un dragón moribundo. Sus gritos le taladraron los oídos a Cieno.

Una de las gotas había caído en el ojo del dragón de hielo. Eso fue lo primero que se desintegró, dejando un hueco negro y humeante en su cabeza. Ese lado de la cara se le empezó a deshacer poco a poco como si fuera hielo fundiéndose. Fjord se apartó de Cieno y empezó a arañarse el cuello. Las escamas derretidas se le estaban metiendo en las heridas.

Cieno se cubrió los ojos, reprimiendo las ganas de vomitar. ¿Por qué la muerte no podía ser limpia, indolora y rápida? Ya que tenía que ocurrir, al menos que fuera así.

Al final se le ocurrió preguntarse quién podría haber atacado al Ala Helada. Debía de haber venido de algún lugar del balcón de la reina. Alzó la mirada y solo vio tres caras allí, que los observaban fijamente a Fjord y a él. El resto de los guardias estaban en el cielo, ocupándose de Tsunami y de los otros prisioneros.

La reina Escarlata que parecía complacida.

Gloria que parecía dormir plácidamente.

Y Peligro que parecía... aterrorizada.

Después de que Fjord muriera y de que se apagaran los gritos de alegría y diversión, a Cieno lo llevaron de nuevo a su torre y desde allí miró hacia abajo. Podía ver las nuevas cadenas extras y los cables que ahora sujetaban a Tsunami. Los prisioneros que estaban a su lado no paraban de gritarle cosas, furiosos, y la acusaban de haber estado a punto de matarles. Ella lo saludó con la cola y Cieno se sintió un poco mejor, aunque no demasiado.

Alas de Fuego: La profeciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora