Capítulo 29

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Cieno aterrizó al lado de Tsunami sobre la rejilla. En cuanto Rapaz posó en él sus ojos amarillos, a través de los barrotes, dio un salto hacia atrás, asustado.

—¿Qué se supone que estáis haciendo aquí? —gruñó.

—Rescatarte —le espetó Tsunami—. Aunque debo decirte que no estoy aquí por voluntad propia.

—Atrás —les advirtió Peligro acercándose a la cerradura de metal.

Entrelazó la garras a través de los gruesos barrotes y el olor del hierro fundido llenó el aire.

Cieno nunca había visto a Rapaz tan insegura. La dragona miró a Peligro, incómoda, sacando su lengua bífida sin parar. Peligro no apartó la mirada de los barrotes. Eran mucho más gruesos que la delicada reja de la jaula de Sol y le costó mucho más tiempo derretirlos.

—Creía que habías muerto —susurró Rapaz finalmente.

—Yo creía que tú habías muerto —respondió Peligro sin ningún tipo de calidez en la voz.

—Había oído que Escarlata tenía una nueva campeona muy letal. No sabía que se trataba de ti.

Peligro se encogió de hombros.

—Supongo que llegué a no necesitarte. Me las he arreglado bastante bien sin ti.

Cieno y Tsunami intercambiaron un par de miradas. «Bastante bien» no era exactamente como Cieno lo hubiera definido.

—La reina Escarlata se hizo cargo de mí —continuó—. Ella se encargaba de buscarme las piedras negras que necesitaba y me dio un propósito en la vida, además de un lugar para vivir.

—¿Piedras negras? —la interrumpió Rapaz—. ¿Qué piedras negras?

—¡Eh! —Un par de guardias Alas Celestes salieron corriendo del túnel—. ¡Quietos!

Uno de ellos hizo ese ruido siseante que emitían todos los Alas Celestes antes de lanzar una bocanada de su aliento de fuego, que dirigió hacia Tsunami. Cieno se interpuso entre el fuego y la dragonet y lo paró con su cuerpo. Notó un dolor agudo y abrasador, que se esfumó acto seguido. Sacudió el cuerpo e hizo desaparecer el tono rojo encendido. Luego alzó la vista y se fijó en la cara sorprendida del guardia.

Tsunami embistió al otro guardia, arañándole un costado y luego golpeándole la cabeza con la cola. El Ala Celeste trastabilló, alejándose, y entonces se lanzó a por ella batiendo las alas para neutralizar sus defensas.

En ese preciso instante, el guardia de Cieno lo atacó. Se enzarzaron en una pelea cuerpo a cuerpo y el dragonet sintió que las garras del guardia se le hundían en las heridas que aún tenía abiertas en la espalda. Lo empujó con fuerza. El guardia chocó contra la pared del túnel al mismo tiempo que el último barrote de la celda de Rapaz se deshacía entre las garras de Peligro. Rapaz salió de su prisión, imponente y rabiosa, lista para la acción.

Cieno no recordaba lo enorme que era su guardiana. Tenía escamas rojas rotas y manchadas allí donde la habían herido las cadenas. Las garras no parecían afiladas, como si no hubiera dejado de arañar las paredes de su celda.

—¡Matadlos y salgamos de aquí! —rugió.

Peligro salió disparada hacia el guardia que tenía arrinconada a Tsunami. Él la soltó, pero ya era demasiado tarde. Peligro llegó hasta él y le rebanó el cuello con las garras, dejando tras de sí marcas de quemaduras negras que empezaron a burbujear y a echar humo. El guardia intentó gritar, pero ella le rajó de nuevo el cuello. La carne y las escamas se convirtieron en cenizas, como si fueran papel quemado.

Alas de Fuego: La profeciaWhere stories live. Discover now