Capítulo XI.

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Kakashi estaba en blanco. Tal vez había sentido una repentina compasión por si mismo, tal vez sintió pena y lastima por el niño, y por esa razón aceptó todo lo dicho. Mantuvo la calma, estuvo neutral pero todo eso estaba lejos de acercarse a cómo realmente se sentía. 

No quería creerle. Quería pensar que en cualquier momento iba a despertar o algo así, porque le costaba aceptar saber que tenía un hijo con Iruka. Le daba pánico esa responsabilidad, le daba pánico no entender el por qué, y le daba miedo saber que tenía que hacerse cargo de algo que no pidió. No es justo, todo estaba bien. 

Pero en algún otro lado todo estaba mal. 

Probablemente su mayor defecto era decir las cosas sin pensar, creer que todavía podía con todo cuando muchas veces comprendió que no era así. Este era uno de esos momentos, se suponía que estaba de vacaciones incluso si la vida que ellos tenían no daba para tener largos períodos de paz. Ahora, más que nada desea que su equipo este aquí, desea que esos muchachos estén con él y quizá podría sentirse aliviado.

Y probablemente lo que debería tenerlo mayormente inquieto es todo el lío de Hōki, le sorprende la absurda facilidad con la que le creyeron. Hijo de ambos.

—Kakashi - San, ¡Kakashi!

El grito descolocó a Kakashi quien agrando los ojos mirando desconcertado a Iruka, vaya, tenía una voz bastante potente.

—¿S-Sí?

Iruka alzó una ceja. Kakashi tenía la misma apariencia con la cual lo había conocido, alguien firme, centrado casi más que nada despreocupado. Pero todos esos años, habían hecho a Iruka conocedor de aquel hombre invencible, y ese momento Kakashi, el Hokage, estaba temblando.

—Kakashi - San, no se preocupe. No esta solo, estoy yo. Juntos podremos ayudarlo a volver a casa. —dijo Iruka, sosteniendo uno de los brazos del hombre.

No fue el gesto. Fueron todas las cosas que han sucedido a lo largo de su vida, desde que lo conoció y desde que siguió viéndolo. Kakashi simplemente órbitaba cerca del profesor de una manera única, y de esa misma manera se había enamorado. No fue un amor sencillo, fue intenso y confuso, porque Kakashi no tenía tiempo para vivir las cosas normales que una persona podría vivir, no tenía libertades para sentir y lo más cercano a eso era Iruka.
Iruka le enseñaba a ser humano. Por lo mismo aquello le hizo querer reír y llorar en partes iguales, porque Hōki era la prueba de que no importaba el mundo, ni el lugar, Kakashi Hatake estaba destinado a amar a Iruka Umino.

—No se preocupe, estoy bien. Ahora tenemos que ir con ellos y ver qué sucede.

Las palabras eran fuertes, al menos lo suficiente para convencer de alguna manera ciertas cosas aunque no fueran del todo así. Ambos hombres caminaron detrás de la Princesa y Hōki, quienes iban al frente, ella dirigía el camino mientras que el niño pareció haber tomado una distancia inconciente, lejos de ellos.
Un gesto que no paso de ser visto por ambos adultos, quienes también pronto notaron como el frío se hacía cada vez mayor. El País de la Nieve era conocido por esos climas bajos, por algo se le daba aquel nombre. Pero hasta como extranjeros podían percibir la anormalidad con la que una tormenta se aproximaba.

—La señal ha sido enviada en ciertas horas, con una frecuencia cada vez mayor. —explicó la Princesa, caminando por el empinado suelo que los guiaba al ala Este. — Repite lo mismo, pero cuando tratamos de contactarnos existe una interferencia. Nosotros la escuchamos, lamentablemente ella a nosotros no. Espero, Hokage, que la  Shinobi de Konoha este a salvo. —completó.

Hōki apretó un puño, lleno de impotencia. En su estado mucho no podía hacer, menos había logrado en aquel mundo, lo que su padre le había pedido eran simplemente complicado. Búscame. Y por el Sabio, él ya lo había encontrado, pero aunque tenía la cara, el habla, el alma: ¿Él realmente podría ayudarle? Un asfixiante disgusto comenzó a invadirlo.
Al llegar a las oficinas de hierro situadas  en medio de la montaña, en perfecto equilibrio en un túnel que la cruzaba, encontraron al equipo de que maneja las conexiones en aquella zona. Los sonidos incesantes del telégrafo respondían al llamado de un código en morse, y junto a ese pitido pausado y desesperado, también estaba la voz obstruida por una interferencia que sonaba en la radio de conexión.

Buenos días, papáWhere stories live. Discover now