Honduras x Israel (Parte 4)

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¿Cómo calmas a un catracho que encuentra los besos con otra persona tan suculentos como a su propia gastronomía?

La respuesta es sencilla: no puedes.

Honduras viajaba a un recorrido celestial cada vez que sellaba los belfos del país cándido con su inquieta boca, la cual buscaba algo desesperada los trozos carnosos del contrario para marcarlos, grabarlos y probarlos a completa libertad, sin interrupciones. Estaba obsesionado con ellos, los consumía a completo deleite, incluso intercambiaba posiciones para probar con cuál sería capaz de saborearlos a un nivel paradisiaco, como si fuese un licor del más fino.

No permitía que ni un espacio quedase sin ser cubierto por sus traviesas tiras, creando en sus boquetes cientos de danzas apasionadas y dulces que formaban sonidos pervertidos, pícaros y desvergonzados. Diminutos estruendos templados aparecían al momento de unir sus fauces bajo el apoyo de su necesitado compañero, y se juntaban con ellos los jadeos de sorpresa por parte del albino cuando su superior creaba nuevas formas de repartir su goce, afecto y calor por todo ese orificio que exigía su viveza entre bocanadas y roces adorables.

El hondureño dibujaba una expresión de satisfacción en su rostro por tales melodías, asegurándose de producir más de esa fantástica música con mayores dosis de entusiasmo incluidas. A veces incluso jugaba con el israelita, moviendo sus cabezas brevemente de lado a lado, aún con sus labios pegados, haciendo de esa cariñosa conexión un montón de carantoñas que dejaban marcado el color rosado en los cachetes del judío.

Se separó sólo un momentito para ahora repartir su cálida afición por la preciosa carita de su ángel; inició por su frente, se deslizó por su nariz, bajó a su barbilla (donde aprovechó para probar un poco de su labio inferior), y por último, pero no menos importante, subió para atacar sus mejillas con kilos y kilos de amor, donde una ráfaga de piquitos empalagosos se marcaron en esa rechoncha blancura, la cual se hundía brevemente cuando los bembos del latino se estrellaban allí.

Israel reía como un pequeñín por las cosquillas que eso le causaba, abrazando el cuello del mayor mientras sentía cómo su cintura era rodeaba por los brazos levemente fornidos del latino. Estaba tan feliz por todo el genuino cariño que recibía, derritiéndose ante los encantos del de bandera azul y cerrando los ojos para disfrutar de la mágica experiencia.

En un movimiento astuto, Honduras aprovechó la guardia baja de la nación sin nombre para estampar una vez más sus labios con los del chiquitín, tomando a éste por sorpresa al momento de ir dejando piquitos en el recorrido de un pómulo a otro, atrapando nuevamente sus fauces en el proceso y devorándolas a morreos dulzarrones. Se tragó unos cuantos suspiros por el desconcierto, aunque luego pudieron sincronizarse para unirse a otra ronda divertida.

Después de un par de minutos disfrutando del sabor y la suave textura del otro, el catracho levantó su cabeza despacio, queriendo admirar el resultado de tantos mimos y apapachos en el rostro del hebreo. Una sonrisa orgullosa llegó a sus facciones en cuanto apreció la ternura mística que desprendía tan avergonzado pero feliz asiático, a quien casi le aparecían corazones en sus relucientes pupilas.

Su color blanco reemplazado por ese tono chicle, los pequeños brillos en sus dilatados ojitos azules, su sonrisa tímida y tierna, puesta en escena por esos labios ligeramente hinchados y magníficos, los cuales adquirieron breves pinceladas salmón por culpa de tantos besos. Era una obra de arte sin duda, cualquiera que lo viese en ese estado creería que esta contemplando al más hermoso de los querubines.

Enculado | Honduras Harem |Where stories live. Discover now