Capítulo 3

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Nada más llegué al establo, dejé al caballo y me dirigí al interior del castillo

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Nada más llegué al establo, dejé al caballo y me dirigí al interior del castillo. Necesitaba avisar a mi padre de que ya estaba de vuelta. Me apresuré todo lo posible para llegar cuanto antes a la sala del trono, donde mi padre solía pasar la mayoría del día, bebiendo y riendo acompañado de amigos y familiares. Y ese día no iba a ser excepción. Me dirigí hacia el interior de manera tranquila, intentando recuperar el aire que me faltaba debido a la carrera que me acababa de pegar. Tan pronto como mi padre me avistó, su expresión cambió desde la de un borracho contento sin motivo aparente hasta la de un dictador enfadado a punto de cometer un genocidio. Con un rápido gesto, consiguió que todo el mundo desalojara la sala, dejándonos solos. Sentí como mi ya agitada respiración empeoraba, como mi ritmo cardíaco subía, como un constante sudor frío empapaba mi espalda.

Sin aviso previo, comenzó a gritar y a preguntar por qué había salido sin los escoltas de palacio. Era obvio que su reacción estaba siendo completamente desproporcionada, pero eso era el pan de cada día. Yo simplemente me dedicaba a asentir a todo lo que él decía, sin añadir nada a la conversación. Sólo esperaba a que en algún momento parase y me pudiera ir, como quien espera que la lluvia cese para no mojarse y poder volver a casa. Sabía perfectamente que contradecir lo que él decía no me llevaría a más que a una pelea infinita en la que saldría yo perdiendo, siendo probablemente apalizado por él sin ningún tipo de piedad. Gracias a años de experiencia, conseguí mejorar mi capacidad de disociarme. Y eso es lo que hice durante los más de 30 minutos que el viejo se pasó gritándome sin descanso alguno, de los cuales yo no me enteré ni de la mitad. Una vez la tormenta se calmó, me dispuse a abandonar la estancia para así poder dirigirme a mis aposentos. Pero fue el sonido de sus pasos hacia mí lo que hizo que me paralizara. Sentí de nuevo aquella ya conocida sensación de desesperación y de miedo infinito en lo más profundo de mis entrañas. Repentinamente sentí con firmeza su mano en mi hombro izquierdo y su respiración cerca de mi oído.

—Gírate.

En ese momento tenía sólo dos opciones: salir corriendo y encerrarme en mi habitación, donde esperaría a que la mismísima muerte personificada viniera a por mí o aguantar la brutal paliza que se me venía encima. Y como siempre, mi cobardía y miedo absoluto me llevó a optar por la segunda opción.

Lentamente me di la vuelta, anticipando el golpe que recibiría con toda seguridad en mi cara. Pero la sorpresa llegó a mí cuando, una vez de frente a él, me sonrió falsamente justo antes de asestarme un duro puñetazo en el estómago, que inmediatamente me hizo caer al suelo.

—Encargaros de él. Hoy tenéis vía libre para desquitaros —ordenó amenazantemente a los guardias que custodiaban la sala en ese momento—. Y una última cosa. Ni se te ocurra siquiera pensar que vas a volver a salir de este palacio —susurró cerca de mi rostro. Justo antes de irse me golpeó fuertemente en la cabeza, dejándome en un estado de semiinconsciencia. Un fuerte pitido comenzó a sonar en mi cabeza. Sin embargo, aún podía escuchar de manera lejana las voces temerosas de los soldados, que me pedían disculpas por lo que estaban a punto de hacer. El dolor de una nueva patada me hizo volver a la realidad. En un momento en el que pensaba que ya no podía sentir más dolor, los golpes de lo que a mí me parecían por lo menos cien guardias me recordaron que las cosas siempre podían ir a peor. El pitido hacía que mi cabeza doliera aún más y la sensación de que el dolor estaba acabando con mi cuerpo era aún mayor. La sangre salía continuamente por mi boca y por la brecha que tenía en la cabeza. Los golpes caían por todos lados, sin dejarme un mísero segundo de descanso. Cuando pensaba que al fin ya se habrían cansado de pegarme, una nueva puñalada de dolor me recordaba que aún me quedaba un rato por sufrir. Podía sentir mi esqueleto fraccionado, mis músculos completamente destruidos. Pero esa no era la peor parte; por dentro me sentía incluso más roto que por fuera. Por cada patada que me daban sentía que me clavaban un puñal en el corazón, que poco a poco iba perdiendo la vida.

nevermind || jikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora