3. Colores invisibles con los demás.

3.7K 455 205
                                    

Después de pasar la tarde en el taller de Shinichiro, decidió irse unos minutos antes de que él estuviera a punto de cerrar. A pesar de que el pelinegro insistió mil y un veces respecto a llevarla de vuelta al departamento que compartía con su novio, la muchacha se negó diciendo que tomaría el metro. No le tomó mayor importancia, sabía que era demasiado necia como para insistir demasiado y terminó dejándola ir. La estación de metro que la llevaba a casa estaba a dos calles del taller, por lo que su compañía hacía el sitio también fue inmediatamente rechazada.

De esa manera volvió a su propio hogar; se había independizado de casa de su abuelo hacía un tiempo atrás, poco después de que el taller había comenzado a dar frutos. No era la gran cosa, estaba en una zona segura, con un guardia a la entrada y todo, la única desventaja que encontraba era estar en un quinto piso en un edificio sin ascensor, pero fuera de eso le agradaba su pequeño hogar. Una habitación, un cuarto de baño. Una bañera, cocina, sala y comedor que había conseguido con su propio esfuerzo, lo hacía feliz.

Se tumbó en el colchón, exhausto. Revisó en la bandeja de mensajes esperando que para ese punto Layla le hubiese dicho que estaba de vuelta en casa, pero no había nada. Un ápice de preocupación nació dentro de su pecho, pero no quiso tomar mayor importancia. Pensó que quizá estaría muy ocupada discutiendo con Wakasa respecto al mensaje que había visto, por lo que, después de un rato, decidió comenzar a entretenerse.

Se levantó de la cama y caminó a un rincón de su habitación en busca de un objeto especifico que siempre dejaba en aquel lugar. Lo tomó, volviendo al sitio anterior.

Cuando tenía quince años su abuelo le había obsequiado una guitarra que, esperaba, le quitara de la cabeza los pensamientos sobre formar pandillas y crear una era distinta para los jóvenes de Japón. Sin embargo había tenido un efecto adverso, aquel instrumento solo había incrementado la confianza que tenía para presentarse ante los demás sin sentir miedo o vergüenza alguna. Y aunque sus días en las calles habían terminado, su hobby seguía bien presente en él, sobre todo desde el día en que descubrió esa canción, la cual practicaba religiosamente cada tarde al volver de trabajo. Quería hacerlo excelente, ser capaz de con ella demostrarle todo, y nada mejor que con una melodía que portaba su nombre.

Tocaba las cuerdas de nailon pacíficamente, con un cigarrillo a medio terminar entre los labios, hasta que una llamada entró al móvil.

— Shinichiro

¿Layla está contigo?

Su voz sonaba acelerada — No, estuvo en el taller hace un rato pero se fue antes de que yo cerrara, ¿estás haciendo estupideces otra vez, no, Waka?

Mierda, Shin, ese no es el punto.

— ¿Entonces cuál es?

No ha vuelto a casa — el tabaco ya apagado se cayó de entre sus dedos — estoy intentando encontrarla. No tengo ni puta idea de donde se metió. Mierda, si la pierdo no sé...

Colgó abruptamente, siendo él quien comenzó a digitar su número telefónico para intentar dar con su paradero. Uno, dos, tres tonos. Nada. Otro intento, tonos sonando de nuevo sin respuestas. Un sudor frío comenzó a apoderarse de su cuerpo y las ansias parecían consumirlo como si se tratara de un incendio; sus piernas flaqueaban como si se tratara de un terremoto. Se maldijo un montón de veces, lamentándose por no haber insistido un poco más, por no acompañarla, por no llevarla aunque ella se negara, por haberla dejado ir. ¿Qué tal si le había sucedido algo? Algo grave. Un robo, un secuestro, un...

Sacudió la cabeza intentando eliminarse los pensamientos de encima, y con las manos temblorosas buscó otro cigarrillo en el paquete que había comprado al salir de trabajar. Lo encendió con la llama haciendo el amago por apagarse ante los frenéticos movimientos en sus manos. Dio una calada, e intentó pensar. Si dejaba que sus emociones lo consumieran no podría pensar con la cabeza fría, y lo único que ocurriría sería que terminaría con el corazón y la mente hechos polvo, culpándose si es que algún escenario ficticio que creaba en aquel preciso momento se volvía realidad.

𝙔𝙤𝙪𝙧𝙨, 𝙩𝙧𝙪𝙡𝙮 • 𝙎𝙝𝙞𝙣𝙞𝙘𝙝𝙞𝙧𝙤 𝙎𝙖𝙣𝙤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora