Capítulo 1.

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Su madre no mostró reacción alguna cuando le dijo que repetiría curso, solo terminó de colocarse sus carísimos pendientes de amatistas y oro y la miró con condescendencia. Para ella, solo suponía un año más pagando su instituto, un gasto mínimo en comparación con sus lujosos caprichos semanales. Era una manera estupenda de mantener a la carga que representaba su hija ocupada durante el día, de alejarla de casa para poder encontrarse con alguno de sus amantes habituales. Y a Valentina no le extrañó, tenía suerte de no estar internada en alguna escuela militar alejada de la civilización.

A ella nunca le importaron sus estudios, solo quería cumplir la mayoría de edad para largarse de su casa, alejarse de toda la pompa y los lujos innecesarios con los que su familia sustituía la felicidad y el cariño de un hogar convencional. Preferiría vivir bajo un puente antes que en esa ostentosa mansión en la que se sentía como una parte más del mobiliario.

El primer día del nuevo curso llegó, y ni siquiera se habría planteado salir de la cama de no ser porque su padre volvería a casa un par de horas más tarde. Se preparó desganada y caminó hacia el instituto arrastrando los pies. Ese año prescindiría del chófer, quería acostumbrarse cuanto antes a vivir sin comodidades. Seis meses, seis meses más y la mayoría de edad le traería la libertad que tanto ansiaba.

Cuando entró al edificio, la ensordecedora efusividad de los adolescentes reencontrándose la golpeó. Aquellos jóvenes parecían tan felices. Algunos se fundían en abrazos interminables mientras otros sonreían como si quisieran desgarrar sus mejillas. Valentina hizo una mueca de desagrado, nadie se acercaría a ella. Su única amiga ya había acabado su estadía en aquella cárcel de hormigón, y su fama la precedía demasiado como para hacer nuevas amistades. Allí donde pasaba, solo hacía falta una de sus miradas oscuras para que la gente se apartara de su camino. Nadie quería peleas con Valentina, no era famosa por sus escándalos, pero sus penetrantes pupilas color azul y su rostro inexpresivo eran suficientes para helar la sangre de cualquiera. No tenían motivos para temerle y, sin embargo, todos se alejaban. Mejor, pensaba ella.

Carvajal estaba podrida por dentro y por fuera, sus ojos crueles no eran más que un reflejo de su interior. No le importaba nada ni nadie a parte de ella misma, al menos era así, hasta que la vio por primera vez.

Valentina era una alfa, todo el mundo sabía que se presentaría como tal nada más nacer. Era una alfa, y era una poderosa. Habría sido la alfa perfecta, sueño de cualquier omega, si hubiera puesto un mínimo interés en encontrar una pareja. Pero la rubia no era una buena alfa, ella intimidaba a las omegas y jamás dejaba que se le acercaran. Nunca se sintió capaz de amar mínimamente a nadie. A ella no le importaban los roles de clase; alfas, omegas, los despreciaba a todos por igual. Por eso, nunca se había sentido afectada por el aroma de ningún omega. No hasta que entró a su nueva aula.

Había conseguido saltarse el discurso de bienvenida, no sería más que un montón de palabras de aliento que el director escupiría sin sentido ni sentimiento alguno como una grabadora. Se escondió en una de las aulas vacías y se fundió con la marea de gente que se dirigía a las clases una vez terminó aquel teatro de motivación estudiantil. Mientras sus nuevos compañeros se ponían al día, pudo adueñarse del pupitre más apartado y esperar mirando el tiempo escaparse por la ventana a que el profesor llegara a explicar cómo funcionaría aquel nuevo curso. Por suerte, Valentina solo tuvo que aguantar alguna que otra mirada indiscreta. Su paciencia no habría soportado las impertinentes preguntas de alguno de sus compañeros excesivamente curioso. Era la única repetidora, no quería estar allí y no quería que nadie se acercara, fin de la historia.

Todos se sentaron automáticamente cuando el viejo maestro puso un pie en la sala. Los niños ricos eran realmente educados.

—Bienvenidos, alumnos. Soy Thomas Collins y seré su tutor este curso.

—Hola, señor Collins. —Corearon los estudiantes como monos de feria bien adiestrados.

Carvajal torció el gesto, apenas llevaba una hora en ese edificio y ya quería reducirlo a escombros con sus propias manos.

Su cabeza desconectó mientras el profesor Collins anotaba en la pizarra las normas del centro. La mayoría de los allí presentes llevaban en ese instituto desde los doce años y, aun así, el hombre se empeñaba en explicar aquello que todos se sabían de memoria. El irritante chasquido de la tiza contra la pizarra y el repetitivo tic-tac del reloj de pared acompañaban el incesante parloteo del profesor, y Valentina podía sentir cómo se tensaban sus músculos con molestia. Aquello era una tediosa tortura, y pensar en el tiempo que aún debía pasar allí, rodeada de educadores estirados y adolescentes snobs hacía que la idea de saltar por la ventana fuera realmente tentadora.

—Disculpe, señor. ¿Puedo pasar?

La rubia nunca se había sentido afectada por el aroma de ningún omega, pero una arrasadora oleada de dulce fragancia barrió sus sentidos cuando la puerta se abrió. Del otro lado, al punto que creyó estar viendo a la protagonista de algún cuadro de Botticelli. La omega pelinegra parecía jadeante tras una carrera, sus gruesos labios abriéndose y cerrándose entre las profundas respiraciones. Sus ondas negras se encontraban alborotadas, y su ancho jersey azul celeste descolocado sobre su menudo cuerpo. Inalcanzable, esa fue la primera palabra que acudió a la mente de Valentina al ver a la hermosa omega.

—Llega usted tarde, señorita...

—Juliana Valdés. Lo siento mucho, señor, soy nueva y me he perdido.

La chica parecía realmente arrepentida, con la cabeza gacha y los ojos de cachorro abandonado. El ambiente en la sala era cada vez más denso, incluso el señor Collins, un respetable beta enlazado con una entrañable omega, se vio afectado por la recién llegada. Carraspeó levemente, reponiéndose de la impresión inicial.

—Bien, espero que sea la última vez. Tome asiento.

Su tono estaba lejos de ser todo lo severo que pretendía.

—Sí, señor.

Juliana sonrió amablemente y la clase se convirtió en un hervidero de hormonas. Los alfas se encontraban revolviéndose nerviosos en sus sitios, observando la perfección personificada. Algunos repiqueteaban en el suelo con sus zapatillas de marca, otros daban golpes rítmicos con el dedo en la mesa, algunas se rizaban el pelo compulsivamente, y Valentina no sabía cómo reaccionar. Aquella omega le había inducido a una especie de estado de shock, a un trance del que no podía salir. ¿Había muerto? No, un ángel no podría hacerla reaccionar así. Aquella mezcla de excitación y admiración era más bien infernal, ardientemente abrasadora. En un segundo, la rubia pudo contar cada hebra en el sedoso pelo oscuro de la chica, admiró ese lunar en la mejilla que adornaba su marmórea piel, cada pestaña que coronaba sus hermosos ojos color marrón. La mayor se esforzó al máximo por grabar en su retina la imagen del ser humano más hermoso que jamás hubiera visto.

Por un momento, Juliana paseó su vista sobre la clase, todos los alumnos mirándola con admiración. Sus ojos se posaron sobre el pupitre vacío junto a Valentina, y a ésta empezaron a sudarle las manos con nerviosismo. Solo imaginar a aquella chica sentada a escasos centímetros de ella, hacía su cuerpo hormiguear de pura felicidad.

—¡Hey! ¿Quieres sentarte conmigo?

Seguramente, Lena creyó que le hacía un favor a la nueva ahorrándole la tortura de sentarse junto a la marginada del salón. Juliana sonrió tímidamente y se sentó junto a la que se convertiría en su mejor amiga.

Mientras, Valentina observó con el ceño fruncido cómo la omega se alejaba de su lado.

Había empezado a sentirse capaz de amar a alguien que no fuera ella misma.

Intocable |JuliantinaWhere stories live. Discover now