Capítulo 4.

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—Juliiiiiiii...tengo hambreeee...

Las dos estudiantes sacaron la cabeza de sus libros cuando escucharon la voz del pequeño. Juliana le echó un vistazo al reloj de pared y frunció el ceño.

—Lo siento, peque, se me ha pasado la hora de merendar. Valentina, ¿te importa que tomemos un descanso? A nosotras tampoco nos vendría mal parar un poco.

Valentina asintió y frotó sus ojos intentando despejar la vista, llevaban más de dos horas sumergidas entre documentos. Si bien no tenía queja alguna por haber tenido la oportunidad de observar a Juliana todo lo que había querido y más, ella no estaba acostumbrada trabajar tanto. Y, si aquella tarde había descubierto algo, no era que los autores del romanticismo vivían en un estado permanente de disconformidad, si no que Juliana, aparte de ser la chica más bonita del mundo, era tremendamente inteligente. Quizá la rubia no estaba poniendo toda su atención en aquel trabajo, pero ¿cómo hacerlo si tenía sentada a apenas unos palmos de distancia a la chica de la que estaba perdidamente enamorada? La pequeña omega siempre hablaba con dulzura y se explicaba con calma y paciencia, sonreía amablemente y arrugaba su pequeña nariz cada vez que algo la confundía. Valentina también pudo apreciar que la menor tendía a morder su labio inferior cuando se concentraba y, en esos momentos, la alfa no podía hacer más que mirar embelesada cómo la tentadora carne era apresada entre los dientes blancos y perfectos.

Realmente, nadie podría culparla por su falta de concentración. La morena era el prototipo perfecto de omega, todo en ella incitaba la atracción de los alfas; su mirada chispeante, sus labios gruesos y apetecibles, su piel perfecta y su olor...su olor. La mayor podría escribir mil y un poemas sobre la esencia de la omega, y ninguno se acercaría siquiera a describir la perfección que representaba aquel olor. Nunca había estado lo suficientemente cerca de Juliana como para apreciar su aroma de omega con exactitud y, una vez lo hizo, su loba interior se volvió automáticamente adicta a ella. Juliana olía a vainilla y canela, a manzanas asadas y a caramelo líquido, olía a infancia y a hogar, dulce y acogedor, suave y enloquecedoramente embriagador. Valentina debía contenerse mucho para no asaltarle y deslizar la nariz por su esbelto cuello, bebiendo de aquella esencia con deleite. A ese paso, su loba enloquecería.

—¿Qué quieres merendar?

Juliana había alzado a su pequeño hermano y lo mantenía sobre su regazo.

—Mmm... —El niño se llevó su pequeño dedo índice a la barbilla y miró al techo, meditando su respuesta. —¡Galletas con chispitas de chocolate! —Exclamó al fin abriendo sus brazos.

Juliana rio y revolvió el pelo de su pequeño hermano en un gesto cariñoso.

La rubia no podía hacer más que contemplar la familiar escena, algo en su interior se revolvía al ver a la morena siendo tan dulce con el pequeño, algo cálido y desconocido para ella. La palabra "hogar" resonaba en algún rincón de su subconsciente, pero desconocía su verdadero significado.

—Bien, vamos a ver si mamá no se ha comido las galletas que sobraron. —Dijo Juliana dejando a Lorenzo en el suelo. —Valentina, ¿quieres galletas?

Valentina contempló la amable sonrisa de la más baja y asintió. Quizá, el sentido de la palabra "hogar" se escondiera tras aquella hermosa expresión.

Los dos hermanos se perdieron por el pasillo, dejando a Valentina sola en el salón. La alfa se levantó de la silla y estiró su cuerpo, escuchando el crujir de sus articulaciones como respuesta. Dio una pequeña vuelta por la estancia, deteniéndose a observar el mueble de la televisión y la decena de fotos que lo adornaban. En ellas se veía a una Juliana más joven, con su rostro más aniñado y una figura menos marcada. Aun así, igual de hermosa a sus ojos. También había fotos de Lorenzo de bebé, y otras tantas de los dos hermanos juntos, sonriendo alegremente a la cámara. Hubo una foto que llamó en especial la atención de la rubia, en ella también salían los hermanos, pero no estaban solos. Una pareja se encontraba junto a los chicos, sonriendo con serenidad. La mujer era hermosa, con un cabello negro y un rostro fino y elegante, de baja estatura y ojos marrones y despiertos. Entre sus brazos, envuelto en una manta azul celeste, sostenía a un pequeño bebé que alzaba su manita intentando atrapar uno de los mechones rebeldes del cabello de su madre. Junto a ella se alzaba un hombre de aspecto exótico, con marcados rasgos. Era alto, de piel blanca y ojos color verdes intensos, una espesa mata de cabello color rubio caía en ondas sobre su frente. El hombre rodeaba con uno de sus brazos la cintura de la mujer, mientras posaba su otra mano en el hombro de una muchacha, una chica sonriente de unos trece años, con cabello castaño y mejillas abultadas. Sonrió, ahora entendía de dónde había sacado Juliana su peculiar cabello y sus hermosos ojos.

Intocable |JuliantinaWhere stories live. Discover now