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Elizabeth Thompson. 21 de agosto del 2017, el Olimpo.

Una cabellera negra se asomó por la puerta de la albina, con brillantes ojos verdes oliva y sonrisa resplandeciente.

—¿Cómo estás? —preguntó para luego entrar a su habitación por completo.

—Mejor —le sonrió.

Ya habían pasado diez días desde aquella prueba, por los tónicos de las enfermeras –todas bendecidas por Asclepios, el dios de la medicina, les otorgó dones de curación–, muchas de sus heridas habían sanado casi por completo.

La lesión en su cuello ya no existía, los músculos perforados de su brazo izquierdo empezaba a cicatrizar, y sus huesos rotos ya estaban uniéndose nuevamente.

Ya no tenía los golpes y cortes superficiales que le habían provocado, ya estaba cómo nueva por así decirlo, al menos de forma exterior.

Arsen la había acompañado, aunque Evan aún gruñía al verlo con Elizabeth, ya no decía absolutamente nada y sólo se iba dejándolos solos.

—Que bien, Liz —sonrió sentándose en la silla junto a la cama, una que había puesto ahí la primera noche y se había mantenido en ese lugar por sus continuas visitas.

—¿Sabes... qué opinó Zeus de la prueba? —llevaba con esa duda los últimos diez días, no había tenido ni una noticia al respecto, y tampoco se había atrevido a preguntarle a Evan.

—No, lo siento —contestó con una mueca—, los dioses se han mantenido en completo silencio, solo Evan sabe lo que piensan al respecto, no paran de tener reuniones, Zeus se encarga de insonorizar la habitación, no se puede escuchar nada ni en los túneles de escape —suspiró.

—¿Has estado intentando espiar sus reuniones? —cuestionó inevitablemente intrigada.

—¿Qué? ¡No! ¿Porqué piensas eso? —mintió, pero se dio cuenta de que había sido muy obvio y suspiró de nuevo—. Bueno sí, es muy sospechoso que actúen así, a menos que haya habido cambios con el curso de la guerra, y si es así, es muy injusto que sólo se lo digan a Evan, yo también soy el líder de uno de los grupos.

Elizabeth se mantuvo en silencio, asintió estando de acuerdo con Arsen, pero no dijo nada. Se perdió en sus pensamientos. ¿Cuánto le afectaría a ella que hubiera un cambio en el rumbo de la guerra? ¿Cuál sería alguno de esos cambios?. Podría causar que su fin ya estuviera escrito junto con el de la pelea, quizás habían descubierto que no tenían mucho tiempo para terminar de prepararla. No lo sabía, pero esperaba que no fuera nada que definiera su muerte.

—Pero no te preocupes —se apresuró a decir Arsen—, estoy seguro de que Zeus estará en favor de que te quedes en el Olimpo, así que mantente...

La puerta se abrió de forma veloz y sin cuidado dándole paso a Evan con el rostro serio, cómo ya era costumbre.

—¿No sabes tocar? —cuestionó el pelinegro de mala gana.

—Mañana en la mañana tenemos una reunión con Zeus —le dijo a Elizabeth ignorando por completo a Arsen.

Inconscientemente se habían vuelto un triángulo amoroso en proceso de destrucción, Arsen empezaba a gustar de la albina, pero Elizabeth gustaba de Evan e intentaba dejarlo atrás, y Evan amaba a Elizabeth.

Una amistad de más de diez años se estaba deteriorando por una chica, ese dúo de entrenamientos que derrotaba a todos se estaba distanciando a través de peleas gracias a que no sabían amar a la misma persona y soportar el hecho de que uno de ellos -o los dos- se quedaría sin ella.

Pero realmente, ¿quién sabía hacer eso?. El amor es egoísta, solo quieres a esa persona para ti y no soportas el hecho de que mire a alguien más. No todos saben dejar ir, y si lo saben hacer, no quieren hacerlo, lo entendían, sabían que estaban enojados por una completa estupidez, pero no lograban calmarse.

—¿Mañana? —preguntó Elizabeth, pensando cómo iba a ir hasta ahí en su condición.

Arsen entendió que no era de su incumbencia, así que se mordió la lengua para replicar sobre aquello.

—Sí, Elizabeth, mañana. A las siete te traerán tu ropa, espero que estés lista para esa hora —la albina asintió y esperó.

—¿Tienes algo más que decir? —preguntó Elizabeth, notando cómo Evan se mantenía en silencio mientras la veía.

—No. Me voy —dijo después de un momento, abriendo y cerrando el puño seguidas veces.

Evan salió aporreando ligeramente la puerta, y el cuarto se quedó en silencio.

—¿Cómo irás mañana?. Aún tienes herido el tobillo, la columna y las costillas, no podrás mantenerte en pie por mucho tiempo, presentarte frente a Zeus en estos momentos es una completa estupidez —comentó Arsen con el ceño fruncido.

—No sé, me las arreglaré, pero si ir significa tener una oportunidad de cualquier cosa la tomaré —si con eso se ganaba un poco de aceptación de los dioses, entonces iría, incluso si aún no se convertirá oficialmente en una guerrera o en la mismísima salvadora del Olimpo.

Porque, siendo sinceros, ante los ojos de aquellos dioses todopoderosos, la prueba de Elizabeth había sido lamentable, dejarse morir de esa forma y caer con tanta facilidad... eso no lo haría una persona con un poder igual o mayor al de un semidiós.

Aparte de eso, por lo que le había contado Arsen, su habilidad no era mayor a la de una semidiosa con menos de seis años de entrenamiento. En una verdadera guerra, ella no les serviría de nada.

Así que el hecho de haberse ganado el lugar oficial de guerrera en el Olimpo, o hasta la aceptación de los dioses –principalmente Zeus– era casi imposible.

—Ya tienes la oportunidad, Elizabeth, tú ya estás destinada a salvar al Olimpo, así que ellos no te pueden echar, te necesitan, no, te necesitamos —corrigió.

—Viendo el resultado de la prueba de hace diez días, no les serviré de nada en esa guerra, ¿qué supuesta salvadora no puede con un minotauro? —refunfuñó.

—No te olvides de que también enfrentaste a un grupo de minotauros entero, nadie puede hacer eso, a cualquiera le hubiera pasado lo que a ti.

—Eso pasó porque no fui lo suficientemente rápida.

—¿Puedes dejar de contradecirme? —regañó—. Si yo, un guerrero semidiós, digo que lo hiciste bien, es porque así fue, cierra la boca si vas a seguir con eso —cruzó los brazos y se apoyó en el respaldo de su silla.

El silencio se mantuvo hasta que brotó una pequeña risa de parte de Elizabeth.

—¿De qué te ríes? —gruñó Arsen.

La albina sostuvo su abdomen, le dolía reír por sus costillas que aún no terminaban de sanar.

—Eres realmente gracioso, Arsen —mordió su labio para dejar de reír.

Arsen la miró unos segundos de forma seria para luego resoplar y desviar la vista con un pequeño y casi imperceptible sonrojo que Elizabeth no notó.

—No debes reírte, estás herida.

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Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora