capitulo 13

2.4K 281 10
                                    

Maratón 5/?
🔥🔥😁
Valentina la miró intensamente, rígida por el deseo, y entonces la besó, presionando su cabeza contra el colchón. Juliana sintió el peso de su cuerpo sobre ella y su excitación aumentó nuevamente. Notó la humedad de su piel y supo que estaba haciendo un esfuerzo por contenerse.
En ese momento, Valentina estiró el brazo hacia la mesilla de noche.
—No pasa nada —dijo ella— Tomo la pildora.
—Bien —contestó Val con voz rasgada—. ¿Estás segura? ¿Estás segura de estar lista para esto?
Estaba más que segura y no quería que hubiese nada entre ellas. Valentina se acercó más y ya no pudo pensar en nada que no fuera ella. Sus oídos sólo oían su respiración entrecortada y sus propios gemidos. Tiró de ella para que se diera prisa, pero Val se mantuvo quieta, apoyándose sobre ella y atravesándola con su mirada ardiente. Entonces, tan suavemente como un cuchillo caliente deslizándose por la mantequilla, la penetró. Por fin.
Fue tan increíble que, por un momento, Juliana dejó la mente completamente en blanco. Luego se dio cuenta de que el gemido de placer había sido suyo. Abrió los ojos y la miró con una sonrisa, viendo reflejado en su cara el placer que ella sentía. Flexionó las caderas levemente hacia ella.
—Aún no —dijo Val apretando los dientes—, o no durará ni dos segundos.
Juliana vio cómo luchaba por controlarse, entusiasmada porque Val, al igual que ella, hubiera estado a punto de llegar al éxtasis en el instante en que se habían unido. Contenta de que sintiera la misma pasión que ella sentía por Ella.
Lentamente, ella levantó una mano y le acarició el pelo, bajando por su cara con dedos temblorosos. Sin dejar de mirarla a los ojos, giró la cabeza ligeramente para darle un beso en la palma. Le dirigió una sonrisa y vio cómo su mirada se iluminaba en respuesta.
Por fin se movió. Apartándose lentamente y volviendo a juntarse. Eran embestidas lentas y seguras que parecían atravesar cada una de las barreras que Juliana creía haber levantado permanentemente. Con cada movimiento la penetraba más, llegando hasta su corazón, convirtiéndose en parte de ella. Y, la verdad, era maravilloso.
Juliana se arqueó hacia arriba para recibirla, deslizando las manos por sus músculos, deleitándose con el placer de sentir sus cuerpos pegados.
Lentamente, Valentina bailó con ella, a veces besándola, a veces manteniéndole la mirada. Ella le besaba el cuello; Val le besaba los pechos. Pero, inevitablemente, el ritmo aumentó. Igual que la intensidad; hasta que finalmente fueron un solo cuerpo moviéndose al mismo salvaje. Valentina la embistió una y otra vez hasta que, una vez más, su mente quedó en blanco al llegar al clímax. Estremeciéndose, fue apenas consciente de cómo el cuerpo de Valentina se convulsionaba mientras la abrazaba, gimiendo de placer cuando también Val perdió el control.

Cansada y sudorosa, se quedó dormida entre sus brazos. En alguna parte de su mente apareció la idea de que debía irse a casa. Que debía salir corriendo a toda velocidad, lo más lejos de allí. Pero estaba cansada. Muy cansada. Y muy satisfecha. Se despertaba, la veía, la deseaba y volvía a tenerla de nuevo. No estaba segura de si ocurrió tres, cuatro o cinco veces durante la noche. Lo único que sabía era que seguía sin ser suficiente. Valentina era una diosa del sexo. Ella jamás había experimentado tanto placer. Y, tras saborearla, quería sentirla de nuevo, una y otra vez. Se dijo a sí misma que sólo por esa noche.
Por la mañana, el mágico santuario de la oscuridad permanecía. Era como si una burbuja las hubiera envuelto en un mundo donde sólo ellas existían. Donde las dudas, los pasados y los futuros yacían olvidados, prohibidos. Ella estaba sentada en uno de los taburetes de la cocina, vestida con su negligé de seda, viendo cómo Val preparaba el desayuno llevando sólo unos boxer. Había algo decadente en aquella escena. Le preparó unos huevos, y ella se los comió, deleitándose con su presencia e ignorando el hecho de que la tira del negligé se había deslizado por su hombro. ¿Cuándo había sido la última vez que alguien había cocinado para ella? ¿Cuándo alguien la había hecho sentirse tan cuidada? ¿Tan mimada? ¿Tan querida?
La sonrisa murió en sus labios mientras la miraba. Aquello no podía ser amor. Era simplemente atracción. Eso era todo lo que podía ser. Valentina le mantuvo la mirada mientras dejaba a un lado la sartén y se acercaba a ella. Inclinó la cabeza y, con el más leve roce, le hizo olvidar sus dudas. Olvidar su preocupación y sus reglas, volviendo a sentir el fuego en su interior. La poseyó sentada en el taburete, con ella de pie. Ella con el negligé levantado, ella con los boxer a medio camino sobre sus muslos de acero. De pronto la levantó, aguantando su peso, penetrándola más profundamente.
Juliana se apoyó contra ella, respirando entrecortadamente, aún abrumada por el intenso climax que habían compartido. Valentina la meció durante unos minutos, acariciándola suavemente con las manos.
La levantó de nuevo y la llevó al cuarto de baño. Se metió con ella bajo la ducha caliente, enjabonándole la espalda, masajeándole los hombros. Volvió a excitarla, más despacio en esa ocasión, pero con la misma pasión.
Juliana se puso la bata sabiendo que debería estar poniéndose la ropa en su lugar. Pero era el cansancio el que guiaba sus movimientos, de modo que ignoró las dudas que susurraban en su cabeza: «¿Qué estás haciendo? No deberías estar aquí. Estás quedando como una tonta; ella te hará quedar como una tonta». Olvidó sus preocupaciones mientras ella la envolvía en una suave manta en el sofá, colocando ante ella una selección de libros y una jarra de agua. Sus cuidados resultaban tan tiernos que tuvo miedo de preguntarse cuál sería el motivo. Nadie se había preocupado de ese modo por ella desde que su madre había muerto. Cerró los ojos y bloqueó sus pensamientos. Segundos más tarde, se quedó dormida.

—juliana, tenemos que hablar —el sofá se hundió bajo su peso cuando ella abrió los ojos.
—No, no tenemos, Valentina. 
—Yo creo que sí.
—No —insistió ella. No deseaba aquello, no en ese momento. Simplemente deseaba sentir. Sólo prolongar la magia un poco más antes de tener que ponerle fin por su propio bien.
Sus ojos parecían llenos de palabras calladas. Se permitió disfrutar por un instante, pero enseguida reaparecieron sus dudas. ¿Iba a ser la típica conversación en la que ella le hacía promesas? ¿Promesas como las que le había hecho Gonzalo? ¿Falsas promesas? ¿Promesas vacías? No podía confiar en ella. Después de todo, apenas la conocía. Su parte más débil se rebeló; sí la conocía. Había presenciado su integridad en el trabajo; su encanto y su carisma. Estaba en su apartamento, por el amor de Dios, algo que nunca había ocurrido con Gonzalo. No había rastro de otra mujer en su vida.
No. Tenía que pensar que aquello era sólo una aventura. Cuando se marchara a casa, acabaría. Nunca podría tener una relación así en el trabajo.
Sabía que estaba observándola intensamente mientras pensaba.
—juliana...
Sin querer escuchar lo que creía que serían mentiras y demasiado asustada para arriesgarse a que no lo fueran, Juliana se movió para silenciarla, tragándose literalmente sus palabras.
Más tarde, Valentina regresó a la cocina para llevarle más sopa. Comieron tranquilamente y, como postre, se devoraron mutuamente.
En algún momento, Juliana se despertó, tenía el cuerpo dolorido, pero satisfecho. Tenía la cabeza apoyada sobre el muslo de Valentina, y ella estaba sentada en un extremo del sofá. Sonaba una suave música de fondo mientras leía. Era tan guapa, y una amante tan generosa. Deseaba hacer algo sólo por ella. Aunque ¿a quién quería engañar? Deseaba hacerlo por ella misma, mientras pudiera. Se giró, mirando hacia su cuerpo, con su entrepierna delante. Antes de que pudiera impedírselo, le desabrochó los vaqueros, tomando con fuerza su miembro con la mano.  —¿Juliana?
—Déjame hacerlo —dijo ella. Se inclinó hacia delante y comenzó su exploración oral. Oyó cómo el libro que estaba leyendo caía al suelo. Luego se sintió envuelta por el placer que experimentaba al descubrirlo. Deslizó la lengua por su erección caliente, cerrando los ojos y respirando su olor, acariciándola suavemente con ambas manos, besándola, saboreándola.
—¡Para, para!
Oyó sus gemidos y miró hacia arriba. 
—No aguanto más —dijo ella.
Ella se rió y siguió acariciándola con las manos.
—De eso se trata —luego bajó los labios de nuevo y siguió lamiéndola como si fuera su piruleta favorita.
Ella se convulsionó y gimió, dándole todo lo que tenía, y Juliana disfrutó del poder que tenía para reducirla a un simple cuerpo capaz de nada salvo disfrutar del placer. Un fin de semana de placer físico; eso era de lo que se trataba. No podría ser nada más.

Relamiéndose los labios, miró a Valentina con una sonrisa de satisfacción.
—Estoy segura de que es bueno para mí.
—Yo sé que es bueno para mí —dijo Val respirando entrecortadamente—. Vas a provocarme un ataque al corazón si vuelves a hacerme eso. La próxima vez, avísame para estar preparada.
—Tú siempre estás preparada —dijo ella—. Eso es lo que me gusta de ti.
Bostezó y estiró los pies. Volvió a darse la vuelta y colocó la cabeza sobre su regazo, cerrando los ojos. Acariciada por el calor del fuego y de sus brazos, jamás se había sentido tan satisfecha.
Su voz de sorpresa pareció provenir de kilómetros de distancia.
—Pensé que era yo la que debería darse la vuelta y quedarse dormida.

BAJO MI MANDO G!PWhere stories live. Discover now