SEXTA CALLE

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Se terminó la esperanza, ahora esperamos la carroza funeraria.
La casa parece decorada por el señor Francisco de Goya.
Mil caras largas, en vano la medicina y la carne de soya.
Hay incertidumbre y silencio; Dios ignoró mi plegaria.

El timbre suena como nunca lo había hecho.
Son dos tipos, con sacos y corbatas deslucidas.
Entre sollozos y lagrimales desbordados, sacan el cuerpo de mi lecho,
hacen más grande el hoyo en mi pecho;
la tristeza y la incertidumbre están de lucidas.

De pronto la caja está dentro del vehículo.
Dentro de mi caja el rojo brinca desmedido,
desmedido como un dolor en el testículo.
La ansiedad al abismo de mis venas ha caído.

Dan marcha al auto y avanzan hacia el campo santo.
Avanzan más lento que un lunes en la oficina.
Avanzan con el motor silenciado por oraciones y canto.
Yo no canto, yo cuento; cuento calles, personas, golondrinas.

Mis ojos secos, los demás creando ríos.
Unos gritando, otros con llanto contenido,
la rezandera cantando causa escalofríos, decir mil veces amén no me hace sentido.

El sol quema y el negro acrecenta el castigo.
La gente camina con flores, repite oraciones.
El corazón salta más fuerte, ya no quiere estar conmigo.
La caminata se hace eterna, como guerra entre naciones.

Quiero marcharme a otro sitio, que solo sea una pesadilla.
Miedo, confusión, rencor y depresión aplastan mi espalda.
Quiero correr, esconderme en una alcantarilla.
Tomar una pastilla y volver a ver tu iris esmeralda.

Pero llegamos al panteón y todo se multiplicó.
Hay más lagrimeo, más cruces, más padres nuestros.
Demasiadas flores, demasiadas personas, demasiados muertos.
Ya no sé si estoy vivo o si aquí vivo; y hasta ahora...

ni una mísera lágrima de mi ojo brotó.

Nueve calles de lutoWhere stories live. Discover now