Capítulo 8-El día del dolor

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Perseo cerró los ojos, los labios de Hermes eran dulces, suaves y besarlos fue como alcanzar las estrellas con los dedos. Su pecho se aceleró y los murciélagos revolotearon en su estómago. Entonces sí quiero hacerlo se dijo aunque era tarde para retractarse. Llevó las manos a la nuca del dios y enredó los dedos en su cabello, se acercó más a él y comenzó a besarle suavemente, difícil porque no le correspondió en ningún momento pero si notó que Hermes se relajó al menos un poco. Con temor, se apartó para mirarle todavía con miedo y ahora con pena también, era la primera vez que no le correspondían un beso y no sabía qué procedía.

Perseo se ruborizó, tal vez no fue la mejor idea besarle ahora le daba vergüenza (más porque no hubiese reaccionado de ningún modo). Miró a Hermes, había entrecerrado los ojos pero al menos la expresión en su rostro se había relajado, ya no le miraba como si quisiera destruirlo, sólo indiferencia.

—Quiero MI corona. —Dijo más serenado.

—Sí... —Perseo bajó la cabeza, le afligía demasiado la situación. Seguro Hermes se estaba riendo de su intento frustrado.

—De diamante me has dicho —Insistió él —, y lo voy a comprobar, cómo haya una sola piedrita que no sea de diamante, te borro Serifos del mapa.

Debería asustarse, de verdad que sí, pero que le amenazaran de muerte comenzaba a ser el pan de cada día y estaba frustrado. Demonios, ¿Por qué no me desea? ¡Soy guapo! ¡Y listo! ¡Y valeroso! ¡Y divertido! ¡E ingenioso! ¡Y definitivamente soy deseable! ¿Qué le pasa a tus ojos? ¿Me has visto bien? Quería gritarle al dios, por razones obvias no lo hizo.

—Vale... —Susurró hundiendo más la cabeza en su amargura.

—Entonces, ¿Qué sientes por mí? —Dijo Hermes.

Qué cerdo, ahora va a humillarme, ya sabía yo de las maneras de este tipo, ¡A pesar de que no tuve otra opción porque Apolo iba a matarme! Apretó los dientes contrariado, no por tener que confesarse, sino por tener que hacerlo cuando era evidente que le habían rechazado.

—Te quiero.

—Dilo otra vez, pero diciendo mi nombre. —Insistió Hermes.

—Te quiero, Hermes. —Dijo intentando no sonar como si quisiera estrangularle, porque eso quería.

—Bien, de nuevo, pero me miras a la cara ahora.

Perseo alzó la mirada, sentía su orgullo más herido que nunca y sólo lo estaba haciendo porque tenía que hacer lo que él le pedía o su furia no tendría parangón.

—Te. Quiero. Hermes —Farfulló, se daba cuenta de que empezaba a sonar más como un "te odio" pero no podía contenerse.

De algún modo eso pareció divertir al dios, sus labios se curvaron mínimamente hacia arriba. Perseo tuvo la sensación de que estaba experimentando algún tipo de placer sádico, a él se lo parecía por lo menos. Incluso le estaban dando ganas de llorar, no sabía si por sus mutilados sentimientos o por la humillación. Así que... ¿Así es como se siente que te rechacen? ¡Mierda! ¡Duele un infierno! de verdad estaba conteniendo el llanto, estoico, no sabía que Hermes le gustaba hasta el punto de sentirse tan miserable.

—¿Y a Apolo? —Preguntó de repente.

—¿Apolo qué? —Enarcó una ceja, no entendía qué tenía que ver ahora en todo este entuerto.

—Que si le quieres a él también. —Lo dijo tranquilo, pero sonó como una advertencia. Perseo carraspeó, se estaba poniendo realmente furioso. No iba a decir nada porque ya creía que el dios se estaba ensañando con él, pero entonces Hermes arqueó una ceja y tuvo escalofríos de nuevo.

De bronce y oro (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora