tranquillité

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Louis soltó un suspiro tembloroso, lamiendo una gruesa lágrima de la mejilla de su cachorro.

El corazón de Louis se sentía diminuto al ver a su cachorro llorando. Doler verlo así, con su cabello comenzando a caerse debido a las quimioterapias. La amable alfa oncóloga de Kale había explicado que esto sucedería, pero aún así, ver a Kale perder sus rizos dolía profundamente.

— ¿Lou? ¿Kale? ¿Omegas? He llegado a casa.

La voz profunda y clara de Harry resonó, desatando una serie de fuegos artificiales en el cuerpo de Louis. Sonrió instintivamente y acarició la mejilla de su precioso cachorro.

Louis sabía que su cachorro había dejado de llorar al escuchar la voz de su padre.

Segundos después, su alfa, Harry, apareció en el marco del baño. Su traje a medida de Gucci se ajustaba a sus hombros anchos y piernas musculosas. La camisa rosa, con los tres primeros botones desabrochados, lo hacía ver realmente hermoso, y sus ojos verdes brillaban con solo mirarlos, llenando a Louis de ansias y felicidad.

El aroma a chocolate caliente llegó a las pequeñas naricitas respingonas de los omegas, haciéndolos felices y ansiosos. Kale se removió ansioso en la bañera para llegar a su padre y dormirse en su pecho, pero su madre lo retuvo, provocando un puchero en sus labios delgados.

Harry se alertó al ver sus caritas, sus omegas habían estado llorando, y él no había estado allí para ellos. Se quitó rápidamente la ropa, quedando solo con sus bóxers, y se sumergió en la bañera, donde cabían perfectamente los tres y una persona más.

Cargó a su cachorro hasta sentarlo en su regazo y atrajo a su omega con el brazo para que escondiera la cara en su pecho, como sabía que lo haría.

— Mis preciosos girasoles, ¿qué ocurre? — cuestionó preocupado, con el tono suave que solo usaba con su alma gemela y su cachorro.

Louis sabía que su esposo no siempre hablaba así. Harry, en el trabajo, era el ser más temido, capaz de enfrentarse a cualquiera. Sin embargo, con Louis y su cachorro, se transformaba en un cachorro cariñoso.

Louis sonrió, enternecido al ver a su alfa lamer las mejillas de su bebé.

— Tienen que hablar conmigo, petits. Saben que no puedo saber qué pasa si no me lo dicen —siseó Harry con el tono perfecto para el oído de sus omegas.

Louis y Kale cerraron sus ojitos y dejaron que las lágrimas salieran casi al mismo tiempo.

El corazón de Harry se partió en pedazos.

Harry odiaba ver a su omega y su cachorro llorar, y ver a sus omegas llorar juntos era como sentir que le apuñalaban más de veinte veces, como arder en fuego. Haría cualquier cosa por ver esas hermosas sonrisas de perlas blancas y ojitos brillantes que transmitían amor, paz y tranquilidad. La paz y tranquilidad que no siempre había tenido.

Harry tenía veintiocho años y doce años atrás, su vida era un infierno repetitivo. Vivía en constante absorción por sus estudios, cambiado constantemente de país y escuela por su madre, Jacob, el antiguo líder de la mafia. A los 16 años, Harry decidió convertirse en el líder y comenzó a estudiar y aprender sobre negocios.

Todo iba bien hasta que un día, sus clases se suspendieron y Harry se encontró con un chico desorientado y asustado. Ese encuentro cambió su vida, llevándolo a descubrir el amor a los 16 años.

El alfa envolvió a sus omegas con sus fuertes brazos mientras los marcaba con su aroma para tranquilizarlos. Ambos se recostaron en su pecho, deleitándose con su aroma.

— ¿Estás listo para hablar, girasol? — cuestionó Harry, acariciando los rizos de su cachorro, quien ya se había dormido con las caricias y el aroma de sus padres.

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