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Angel seguía sorprendida. Los rumores en Hogwarts se habían expandido extremadamente rápido. Y es que claro, teniendo fantasmas, cuadros parlanchines por aquí y por allá era algo bastante obvio.
El año se fue demasiado rápido con las cosas que los Gryffindor tuvieron que enfrentarse.
Cuando llegó junto con Blaise, el Gran Comedor ya estaba lleno. Estaba decorado con los colores de Slytherin, verde y plata, para celebrar el triunfo de aquella casa al ganar la copa durante siete años seguidos. Un gran estandarte, que cubría la pared detrás de la mesa de los profesores, mostraba la serpiente de Slytherin.
Harry llegó a los minutos, la gran mayoría se ponía de pie para verlo. Sentía su incomodidad a kilómetros.
—¡Otro año se va! —dijo alegremente Dumbledore—. Y voy a fastidiaros con la charla de un viejo, antes de que puedan empezar con los deliciosos manjares. ¡Qué año hemos tenido! Esperamos que sus cabezas estén un poquito más llenas que cuando llegaron... Ahora tienen todo el verano para dejarlas bonitas y vacías antes de que comience el próximo año... Bien, tengo entendido que hay que entregar la Copa de las Casas y los puntos ganados son: en cuarto lugar, Gryffindor, con trescientos doce puntos; en tercer lugar, Hufflepuff, con trescientos cincuenta y dos; Ravenclaw tiene cuatrocientos veintiséis, y Slytherin, cuatrocientos setenta y dos.
Una tormenta de vivas y aplausos estalló en la mesa de Slytherin. Angel pudo ver a su hermano Draco golpeando la mesa con su copa.
Los mellizos junto con el moreno se abrazaron dando saltos.
—Sí, sí, bien hecho, Slytherin —dijo Dumbledore—. Sin embargo, los acontecimientos recientes deben ser tenidos en cuenta.
Todos se quedaron inmóviles. Las sonrisas de los Slytherin se apagaron un poco. Angel lo miró con atención.
—Así que —dijo Dumbledore— tengo algunos puntos de última hora para agregar. Déjenme ver. Sí... Primero, para el señor Ronald Weasley...
Ron se puso tan colorado que parecía un rábano con insolación.
