Capítulo 1: No siempre recoge quien siembra

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VICTORIA


—A saber qué quiere ahora.

La aguja frenética cesa su movimiento cuando levanto los pies del pedal de la máquina de coser. No trato de disimular mi molestia. Algunas mujeres se han girado para mirarme sin dejar de mover las manos, otras ni siquiera se han dignado a levantar la vista de las prendas. Benjamin también me observa desde la puerta mientras se mantiene erguido, con el pecho tan hinchado que podría explotar en cualquier momento y mancharlo todo con su soberbia. ¿Quién se cree? Su espalda no estaría tan recta si estuviese trabajando en vez de paseándose de un lado a otro, siempre con la excusa de que el cura necesita convocar otra reunión urgente.

—En seguida lo sabremos.

—Sophia, hazme el favor de terminar este dobladillo —le pido a la joven que me ha estado acompañando durante toda la semana para aprender el oficio—. Seguro que ya puedes hacerlo genial.

Ella no se cree mis palabras de ánimo; yo tampoco. Por el rabillo del ojo compruebo cómo la chica toma el asiento que llevo calentando toda la mañana y coloca los pies sobre un pedal que todavía no domina. La puerta se cierra detrás de mí justo antes de que Benjamin me ruegue que vaya más deprisa.

Mi falda no barre el albero por muy poco, pero aun así la agarro para elevarla porque siento que camino con mayor agilidad. Deseo arrancarme los calcetines mientras me pregunto cómo es posible que haga semejante bochorno si todavía estamos en mitad de la primavera. Mientras camino, ni siquiera me esfuerzo en entablar una conversación con el hombre que acaba de desabrocharse el primer botón de la camisa.

—¿Y Samuel? —le pregunto cuando me percato de que no estamos yendo en dirección a los huertos.

—Thomas ha ido a por él. Nosotros recogeremos a Lauren y nos encontraremos en la Iglesia.

—¿Y por qué tenemos que caminar tan rápido? Por Dios, mírate, si estás sudando.

Suelto la falda con tal de recogerme el pelo en una trenza mal hecha.

—Ya te he dicho que hoy tenemos prisa, Victoria —replica.

—Intuyo que tendrá que ver con la cosecha de mañana.

Benjamin frena en seco de repente y yo me planteo si mi última frase ha conseguido detenerlo para darme un respiro. Suspiro varias veces esperando una respuesta que no llega; solo separa los labios a la vez que deja caer el puño sobre la pierna.

—Mierda.

Estudio el paisaje que tenemos en frente sin entender lo que ocurre hasta que me percato de que falta uno de los dos coches de caballos. Parece ser que Lauren ha tenido la suerte de ir a uno de los pueblos vecinos y va a librarse de una tediosa charla en la que Thomas, el cura, se queje porque cada vez hay más ruido durante sus misas, o porque cada vez ve más pecado entre los habitantes, o porque los más jóvenes apenas se confiesan.

—¿Y ahora qué, la esperamos aquí?

—Ni hablar. Vayamos a la iglesia y ya le informaremos cuando llegue.

Trago saliva porque, por primera vez, me creo que la cosa va en serio. No recuerdo los años que hace que no realizamos una Asamblea sin los cinco miembros: el cura, el alcalde, la encargada de las relaciones con otros pueblos, el encargado de los cultivos y yo, que gestiono los distintos oficios. Me acuerdo de repente de Sophie, la chica que ahora estará haciendo un estropicio con el dobladillo que estaba a mi cargo, y no me queda otro remedio que suspirar.

Corona de espinasWhere stories live. Discover now