Capítulo 3: El sabor amargo del postre

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VICTORIA


Infinitas líneas paralelas, sillas alrededor de filas y filas de mesas decoradas con cintas de crochet blanco a modo de mantel. Hay velas para que aún podamos contemplar el maravilloso espectáculo cuando la luz abandone del todo y también flores esparcidas de forma aleatoria: por el suelo, sobre algunos platos, en los asientos. Me fijo en cómo las familias llegan con las cabezas danzantes, inspeccionando cada rincón para comentar entre ellos: «¡El banquete mejora cada año!». Cómo me gustaría soltarle la mano a Abbey y tirar del mantel más cercano para que la vajilla estallase contra el suelo; ese espectáculo sí que iría acorde al sentimiento que todos aquellos adultos sentirán después de la noticia, y no este paisaje de ensueño donde parece que nada puede salir mal.

—¡Mira, mamá! —se entusiasma Abbey mientras corre hacia una de las rosas rojas que se camuflan entre la vajilla.

—Cuidado no vayas a clavarte una espina.

Para cuando pronuncio la última palabra, mi hija ya tiene una mueca de dolor estampada en el rostro. La siento en la silla para analizar la herida y respiro aliviada tras comprobar que no hay nada clavado en su piel.

—Solo ha sido un arañazo, cariño —la tranquilizo con ese gesto tan sonriente que utilizo cuando está a punto de echarse a llorar—. Mira, no es nada. Un besito y se te cura.

Acerco los dedos a sus labios, pero no le doy uno sino tres besos. Me asfixia de repente la idea de que ese pueda ser el último, así que me cuesta soltarle la mano. En ese instante, Andrew se acerca para preguntarme si vamos a sentarnos aquí y yo le digo que me es indiferente.

—Si estamos muy lejos de la iglesia no escucharemos bien al cura —señala Zacarías.

«¿Qué probabilidad hay de que nos descubriesen si salimos corriendo los cuatro?», me planteo mientras el rostro arrugado de Thomas invade mi mente, y de repente ya no tengo en frente el dedo erguido y dolorido de mi hija, sino un bastón que me señala con fiereza. Estoy segura de que me está observando desde alguna parte, siguiendo mis pasos con sus pupilas escondidas tras esos ojos entrecerrados; y si no es él, se lo habrá pedido al alcalde, su perro más dócil.

Después de recorrer una fila entera, Zacarías señala un sitio y nos dirigimos hacia allí. Las mesas comienzan a llenarse, pero no me dedico a ver a quién tenemos al lado para descartar o elegir la mejor zona como lo hubiese hecho antaño; solo puedo pensar en que todo lo que entre en mi estómago querrá salir en cuanto comience la pesadilla. Cuando llega la sopa como primer plato, me dedico a soplar la cuchara hasta que el líquido está tan templado como insípido. Toda mi familia ha terminado su ración y yo apenas he abierto la boca cuatro veces. Andrew me pregunta si no tengo hambre y Zacarías se queda callado, pero percibo cómo me mira, cómo arruga la frente cuando se me olvida disimular y mi rostro se convierte en la viva imagen del sufrimiento. «Él es un niño tan listo...», me repito mientras doy el último sorbo. Cruzo los dedos debajo de la mesa, rogando para que de verdad sea lo suficientemente listo como para no permitir que él o su hermana pierdan en un juego que llevan practicando toda su vida. Después, vuelvo a cruzar los dedos aún más fuerte para pedir también que no sea demasiado listo como para aguantar hasta el final y convertirse en el último.

Los platos llegan y se van, las copas se levantan, van al centro, arriba, abajo; cuando se derrama un poco de líquido en el mantel solo puedo ver sangre. Me abruma percibir tantos rostros tranquilos, relamiéndose los labios y brindando por la prosperidad sin saber cuán terrible será la forma de llegar hasta ella. Una gota de la salsa que baña al pavo cae sobre el vestido blanco de Abbey, que con la boca formando una «o» me mira con el temor de quien sabe que ha hecho algo mal. Zacarías añade un: «¡Hala!», Andrew se ríe. No sé por qué yo también opto por reír, tratando de desconectar durante unos segundos del drama que acecha gracias a la felicidad de aquellos a los que más quiero. Entonces, una mujer que está cerca de nosotros propone un brindis y todos a mi alrededor levantan la copa.

Corona de espinasWhere stories live. Discover now