CAPÍTULO 13

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"Cuerda, Megan, mantente cuerda"



ADRIEN

Salí de la habitación, irritado por la interrupción que arruinó nuestro tiempo a solas. ¿Y si era la última vez que tendría la oportunidad de estar con ella? Ojalá aceptara mi propuesta de convertirse en mi sumisa. La próxima vez, pondría un maldito letrero de "No molestar" para evitar que arruinaran esos malditos momentos.

Ricardo estaba recostado en la pared con el teléfono en la mano.

― ¿Me puedes decir qué diablos haces aquí?― dije con enojo.

No me agradaba en absoluto que no me hubiera dejado seguir disfrutándola.

― Oye, cálmate. No sabía que tenías a Doña Enojos aquí.― se burló.

― Tiene nombre, maldito idiota. Llámala por su nombre.

― Apenas te la coges y ya tienes un genio de perro. Pensé que el sexo liberaba la tensión y el enojo, no que los aumentaba.― siguió burlándose. Tenía ganas de estrellarle un puño en su maldita boca.― Y lo siento, no sabía que tenías a Megan aquí.

― A la próxima, llama y si no te contesto, es porque no quiero ver tus malditas narices.― espeté enojado.

― Qué agresivo estás. Me alegra que hayas conseguido lo que querías. Si quieres, puedo irme para que puedas seguir con lo que estabas haciendo.― se burló nuevamente.

Mi frustración aumentó con cada palabra que salía de su boca. No quería que ella se fuera, quería seguir tocándola, besándola, chupando sus hermosos pezones y disfrutarla cuantas veces me plazca.

― Ya se va.― dije con enojo, aunque en el fondo no quería que se fuera. La tensión entre nosotros era palpable, pero sabía que no era el momento ni el lugar para continuar con nuestras actividades lascivas.

― Lo siento, no fue mi intención.― se disculpó, pero su tono seguía siendo sarcástico, lo cual solo aumentaba mi irritación.

Respiré profundamente, tratando de controlar mi enojo.

― Repito una vez más, ¿Qué diablos haces aquí?― pregunté, tratando de contener mi frustración.

― Vine a visitarte, ya te lo dije.― respondió con una expresión de inocencia.

Después de unos minutos, ella salió de la habitación con el cabello mojado. Tenía puesta la parte de arriba de su vestido, como si lo hubiera cortado y lo hubiera convertido en una blusa. Llevaba puesto el pantalón que le había dejado y uno de mis zapatos deportivos del mismo color. Aunque no era de su talla, le quedaban sorprendentemente bien. Además, llevaba unas gafas de sol oscuras y el bolso que cargaba anoche.

― Creo que dejé claro que el vestido era mío.― me acerqué a ella.― ¿Qué diablos hiciste con él?

― ¿Quién te crees que eres para ser dueño de mis cosas?― a pesar de que no podía ver sus ojos directamente, noté que me estaba desafiando.

Ahora tenía el mismo carácter fuerte que recordaba de cuando la vi en el orfanato.

― Discutiremos esto en el auto, voy por mis llaves.― dije pasando por su lado, decidido a resolver este asunto.

― No es necesario, ya me vinieron a recoger.

Me enfureció su terquedad. Deseaba amarrarla y castigarla por su desobediencia.

― Te dije que yo te iba a llevar, ¿por qué demonios no sigues mis órdenes?― le dije furioso.

― Porque me da la puta gana. Ya te dije que yo no recibo órdenes de nadie.― se giró y salió, abriendo el ascensor y desapareciendo en su interior.

Contrato sin amorWhere stories live. Discover now