Rompecabezas de verdades que confunden al jugador

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Un par de lunas habían pasado después de ese día. Jayce y _____ siguieron con sus "citas", acordando que lo más prudente no podría ser hacérselo saber a Viktor hasta que fuese prudente, por la única y sencilla razón de que aún no encontraban la forma dé. O si realmente habría motivos. Mentiría si dijera que este último no tenía un presentimiento sobre algo raro entre los dos, y es que jamás lograban toparse en sus visitas a la Academia. Estaba comenzando a sospechar, pero no daba nada por sentado, ni si quiera podía quedarse de ello puesto que en primer lugar, el se había encargado de deshacer cualquier ilusión en la zanuita sobre una relación entre ambos. No de manera directa, claro, pero se lo hacía saber en cada muestra de rechazo y desinterés sobre reacciones amorosas o acciones que implicaran cierto grado de compromiso.

Como siempre, _____ solía visitar a Viktor en su laboratorio -ocultándose del consejo para no llevar a nadie a caer en problemas- con el fin de verlo trabajar y hacerle compañía, cosa que él agradecía infinitamente. Pero esta vez acordaron verse en casa del castaño. Llevaba tiempo con sus problemas de sueño por dos razones. Uno, las constantes dudas sobre si realmente aquella chica de la que Jayce le hablaba tanto era _______, se mantuvo al margen de la situación, buscando alternativas para actuar en caso de que fuese una hipótesis cierta. Y la segunda, su enfermedad.

______ adoraba la botánica. Podía pasarse horas sentada en el jardín, investigando y explorando con lupa todas y cada una de las plantas que allí crecían, observando sus distintos colores o los insectos que se posaban en ellas. En ocasiones su jefa de trabajo le reprochaba el estar tan disociada de su realidad. Perdía la noción del tiempo cuando estaba en la naturaleza. Y de eso, nada había cambiado.

Los Piltoveanos le resultaban extraños, no parecían estar interesados en tener algún huerto, aunque ciertamente en los carriles tampoco se veía aquello.
Para su suerte, su trabajo tenía una huerta algo chica y modesta en el patio trasero. Había insistido hasta el hartazgo para que la dueña del ligar aprobara la idea, argumentando que así podrían sacar más venta, o que incluso podrían ahorrar la parte del presupuesto destinada a la adquisición con los mercaderes y finalmente y tras unas negociaciones, terminaron por concedérselo.

El arrullo de los grillos zumbaba en el aire. Para ser ya casi las últimas horas de la tarde, aún hacía calor. Por suerte, habían terminado sus días de incesante trabajo, estando a un día exacto de la tan ansiada presentación y baile. Para animar los nervios, _____ propuso tomar té -mismo que no sabía cocinar, pero gracias a la capacidad de Viktor, pronto aprendería a hacerlo-.

Se cruzó de piernas, apreciando la suavidad de los pétalos rosados entre sus dedos. Recién extraidos desde desde huerto personal para cumplir su saciado antojo. Había sido muy complicado hacerlos florecer. El hibisco era una flor algo caprichosa, solía decirle a Viktor, que sólo rodaba los ojos en respuesta. En ocasiones, cansado, también contestaba que era "exactamente igual a ella". _____ se sonrojó. Quizás por eso era que le gustaba tanto; el hibisco le recordaba un poco a sí misma. Por lo que optó por llevarla.

-Entonces, ¿de qué será nuestro té este día? - le cuestionó con aires de desinterés, recargandose en la barda de su cocina.

-La menta es un gran antiséptico, la lavanda un potente calmante, el jazmín relajante y afrodisíaco y el boldo un buen combatiente para el insomnio - explicó con detenimiento.

Chandelier | Arcane  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora