CAPÍTULO 29

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La señora Quigley asintió una vez, firme como un soldado

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La señora Quigley asintió una vez, firme como un soldado.

     —Es correcto. —Señaló con un puntero color marfil la siguiente festividad nacional—. Y dígame: ¿cuál es la diferencia entre el Día del Lirio y la Semana de Lyss?

     —La fecha —Lys arrastró su voz, pero la mirada severa de la profesora bastó para corregir tanto su postura como su hablar—. La diferencia es que la primera se celebra el 3 de junio, dedicada a las mujeres del reino, mientras que la segunda transcurre en abril, y las festividades honran a Lilith.

     —¿Qué se conmemora el 13 de septiembre?

     —Es el Día de la Caída, cuando los primeros sangbìbiers traicionaron a los dioses y fueron castigados. Por ello practicamos un ayuno total. —Lys resopló—. No pretendo interrumpir su clase, señora Quiglew, pero ¿no cree que ya he tenido formación suficiente? —Lys se apeó de su pupitre de madera—. Conozco cada celebración, ley o regla del protocolo. Sé también cuál es nuestra situación actual respecto del mundo terrestre y en medio de la Guerra Minoritaria. Sería más útil en Sangbièrre que oculta aquí.

     La señora Quigley tensó sus delgados labios. Su nariz respingona y cabello corto la asemejaban a un duende, pero Lys nunca se atrevería a expresarlo.

    —Concuerdo parcialmente con usted, Su Alteza. Le mostraré por qué. —La profesora se trasladó hasta su escritorio. Abrió su maletín y sacó un periódico, el cual le entregó a Lys. Sus ojos negros centellearon—. Es posible que no todos estén listos para darle una cálida bienvenida.

     Lys frunció el ceño. Desplegó la portada y de inmediato reconoció las típicas letras del Le Sang. Odoric casi nunca le permitía ver los titulares del reino; afirmaba que muchos de ellos eran falsos, que estaban tergiversados por parte de uno de los linajes más problemáticos, por lo que cada actualización de la situación nacional era provista en sus clases de economía, política o sociedad.

     Sin embargo, esas clases distaban mucho de lo que Lys estaba viendo con sus propios ojos. DeBlanckfort aparecía en la portada, junto con su tío, el Duque Herald I. Pero el titular era alarmante: «La Sombra. Mientras el reino se desmorona, el príncipe se preocupa por la terrestre de De-Ràzes». El papel crujió bajo sus dedos.

     Lys siguió leyendo el artículo, donde se relataba cómo el heredero había osado tocar a una mujer que no fuera ella. «Es un...». Sus labios se comprimieron, pero no dijo nada, ansiosa por terminar de leer. No obstante, cada nueva columna era peor que la anterior: DeBlanckfort no solo le había faltado el respeto a ella, sino que a todo su linaje. Lys comprendía que el matrimonio con su prime Marie-Helénè había sido aprobado porque nadie era consciente de su existencia, pero el comportamiento del heredero de los DeBlanckfort iba mucho más allá de lo inaceptable. Era una deshonra.

     —¡Ugh! —Lys arrojó el periódico por los aires—. ¡¿Quién es ella?!

     —No conseguirá nada con gritos —replicó la señora Quigley, imperturbable.

     Lys respiró hondo. Entonces señaló el ejemplar que había acabado en un rincón de la cabaña. Una cabaña de la cual también empezaba a hartarse. No tendría que haber pasado toda su vida encerrada si las cosas se hubieran hecho bien, si los traidores hubieran sido capturados desde un principio.

     —Mis gritos reflejan mi desespero, señora Quigley. ¡¿Cómo es posible que DeBlanckfort se comporte así y no sea castigado por la ley?! Y esa chica, ¡¿por qué diablos está allí?! ¡¿Desde cuándo se permiten terrestres bajo código rojo?!

     Quigley apenas sí parpadeó. Su espalda permanecía recta, y sus manos entrelazadas.

     —El señor DeBlanckfort no es un acérrimo defensor de las tradiciones. Su estilo está demasiado marcado por su formación militar, Su Alteza. Sabe muy bien que eso ha caracterizado a su familia por siglos. —Quigley se acercó. Su mirada adusta se ancló en Lys—. Podrá aborrecerlo, pero ha de saber que la corona tiene sus espinas. Un DeBlanckfort como enemigo equivale a cien ejércitos Minoritarios. La historia lo dicta: ¿por qué cree usted que su padre estuvo a punto de quitar a los Harssbornen de la lista de linajes reales? Para favorecer a su buen amigo el conde, capaz de librar una guerra con tal de erradicarlos por siempre del mapa. Los Harssbornen tienen defectos, pero, con defectos o no, su sangre es real. ¿Por qué su abuelo aceptó la propuesta de Ludovic III? Porque sabía que, de no aceptarla, podría terminar en malos términos con ellos.

     Lys sentía sus dientes a punto de rechinar.

     —Aun así, el conde dejó a mis padres morir. —Formó dos puños con sus manos—. Mi padre lo favoreció, y así le pagó. ¿Qué le hace creer que Devon no hará lo mismo?

     —No estoy segura de lo que hará el chico. Solo sé que no hay sangbìbier que siquiera posea un noventa y ocho por ciento en todo el mundo. De desposar a alguien más, su porcentaje podría verse afectado, e incluso podría darle una ventaja porcentual a DeBlanckfort. Quizás ahora solo haya rencor, pero está escrito en los Códex: usted y él están destinados a cerrar el círculo. Le guste o no, es muy probable que sean afines. —Quigley trazó media sonrisa, el máximo grado de felicidad que solía demostrar—. A lo mejor deja de odiarlo una vez lo tenga frente a usted. Si no mal recuerdo, solía gustarle antes de que Odoric le relatase esa historia entre Huges y vuestro padre.

     Lys no lo negó. DeBlanckfort le resultaba atractivo; había algo en mirada que solía atraerle, pero se trataba del mismo imbécil que había tocado a una simplona. La boda se había acordado para julio. Era obvio que ella llegaría a la abadía antes de que él y su prima intercambiaran votos. Sin embargo, la idea de que pasase un solo día más al lado de una terrestre la enfermaba, por lo que elevó las comisuras de sus labios y sus ojos brillaron con malicia al contestarle a Quigley.

    —Sí, así es. Y no aceptaré ni una ofensa más por su parte, así que, o bien me llevan a la abadía de una vez, o no seguiré con este tonto juego. Que a Odoric le quede claro: no pienso tener un título que ni siquiera puedo usar. Una semana. Os doy una semana.

Sangbìbiers III La SombraWhere stories live. Discover now