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A Rob los pies ya le dolían. 

Había pasado horas enteras caminando sin descanso, y no había un solo indicio de que alguna manada habitara por allí. No le extrañaba demasiado, hacía frío y sus pies se hundían en la nieve. Cada vez que respiraba se le congelaban los pulmones, el pecho le dolía y llegaba a toser por el escozor en su garganta.

Su capa no lo protegía mucho, al menos su pelo estaba libre de nieve. Sus rizos, helados y fríos, estaban aplastados por la capucha de la capa de cuero que Rob le había comprado a un vendedor deambulante en mitad de su travesía. Refunfuñó cuando, por enésima vez, se tropezó y se tambaleó hacia delante. 

"Joder." Murmuró. De su boca salió vaho.

Esperaba encontrar un lugar en el que quedarse, al menos, un par de días. Ni siquiera tenía que quedarse con una manada, con encontrar un refugio temporal le valdría. Si John lo viera ahora mismo se reiría, el viejo siempre disfrutaba burlándose del desgraciado de Rob.

Sonrió un poco al recordarlo. Estaba enterrado y más que descompuesto en Italia, pero si estuviera vivo, aun con cataratas en los ojos y con cojera, se habría reído de él. John siempre había sido así, le gustaba reírse de los más jóvenes aunque él estuviese más destrozado que un árbol viejo.

Habían pasado cuatro años desde su muerte, se había sentido muy solo y perdido desde su partida. Rob intentó, a la edad de los diecisiete, rellenar ese vacío con una mascota. Lo hizo, a medias. Cogió a un perro callejero como acompañante en su travesía, y fue eficaz durante tres años. Con Gus, así lo había llamado Rob, las cosas no eran tan solitarias y deprimentes. El perro, aunque era viejo, sabía cómo hacerles las cosas más fáciles a él y a Rob.

Gus era inteligente, lo suficiente para haber sobrevivido diez años como un perro callejero. Pero poco a poco su sistema fue fallando, y Gus murió entre los brazos de Rob, drogado y despreocupado por las hierbas calmantes que le frotó Rob para que el dolor y la pesadez de la muerte fueran como una caricia.

Rob no estaba dispuesto a volver a meter a alguien importante en su vida. Había tenido que enterrar a la persona, y al animal, que más quería. Estaba con John desde los ocho años, cuando sus padres murieron, sus hermanos fueron vendidos a agricultores que necesitaban mano de obra y Rob fue considerado como lo suficientemente maduro para buscarse la vida.

No sabía qué hora era, pero por la oscuridad del cielo podría apostar a que se estaba haciendo de noche. Rob bufó y gruñó con molestia. Él era de tierras mucho más cálidas, allí en la nieve terminaría muriendo de hipotermia.

Se detuvo al escuchar pisadas y el crujir de las ramas.

En el mejor de los casos, habría sido su imaginación. Llevaba un día y medio sin comer comida fresca, todo cuanto se había llevado a la boca había sido pan duro. Rob odiaba de sobremanera el pan duro.

Se quedó callado, y quieto. Le pareció oír voces a la lejanía, voces de alegres omegas y risas de niños. Entrecerró los ojos, porque no veía nada con la tormenta que estaba cayendo. Un aura cálida y anaranjada se veía a lo lejos, parecía fuego y antorchas.

¿Acaso había muerto y aquello era el Reino de los Cielos, como dictaba la Biblia?

Tendría sentido haber muerto, pero eso no explicaba por qué Rob seguía sintiendo que sus huesos se romperían como un cristal por el frío. Respiró, se llenó los pulmones de aire, y al exhalar el vaho se hondeó.

Había sentido su cálido aliento golpear su cara, a lo mejor no había muerto.

"Fremmed. [Forastero]"

Rob se estremeció, y no fue por el frío. Habían pasado días desde la última vez que había escuchado a alguien hablar, pero aquella lengua no era la suya. Era extraña, la desconocía por completo.

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⏰ Last updated: Aug 06, 2023 ⏰

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blåøyde alfa [Blåøyde omega #2]Where stories live. Discover now