Capítulo 11

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La ausencia de los cazadores se sentía en todo el campamento, era como sin un órgano vital de pronto hubiera dejado de funcionar. Era molesto verlo de esa forma, pero no podía evitarlo, porque si dejaba de prestar atención al silencio me escuchaba a mí misma y entonces me daba cuenta de que Scarlet seguía dentro de mí. Detestaba más eso a aceptar que me había acostumbrado al bullicio de la jauría. Y sobre todo, al peso de unos ojos azules sobre mí todo el tiempo.

Casi no pensaba en Conrad. Al menos no en los últimos minutos desde que había comenzado a cepillar a los caballos, pero ahora lo estaba haciendo. De nuevo. Recordaba nuestro paseo en el bosque, recordaba su forma brutal sobre la orgullosa postura del caballo.

Me asustaba recordar las palabras de Richard.

«Le gustas».

Me aterrorizaba.

Nada bueno saldría de algo como eso, cuando él llegara se lo demostraría de alguna forma. Lo intentaría. Sería desagradable. Una persona terrible. Lo haría darse cuenta de que yo no era lo que...quería. Diablos, en primer lugar no entendía qué rayos veía en mí.

Estaba maldita, seguramente, porque era una estupidez que alguien como él decidiera que yo le gustaba. Dioses, era tan absurdo.

—Vas a despellejarlo —advirtió una voz áspera.

Me encontré con la expresión hosca de Radley, tenía los brazos cruzados y mascaba un trozo de paja que sobresalía de entre sus labios.

—Buenas tardes a ti también —mascullé, retomé los movimientos del cepillo en el cabello, pero más suave.

—¿Estás irritada por algo en específico?

—No estoy irritada.

Radley rodeó el caballo para poder mirarme como si fuera tonta.

—¿No te dijeron que yo también percibo las mentiras?

Apreté los dientes.

Si había algo que me irritara, era el que estos mágicos se jactaran de la ventaja que tenían sobre mí.

—¿No te dijeron que me importa tres rábanos?

Escupió lo que masticaba y me dio una mirada evaluadora.

—¿Estás en tu sangrado?

Se me resbaló el cepillo de la mano y el rostro se me enrojeció.

Lo estaba, pero eso no le daba ningún derecho a exponerme.

—Eres un idiota —escupí.

—Lo que sea, solo venía a decirte que Athen ordenó que recogieras el estiércol.

Giré mi rostro con los ojos entrecerrados.

—Toda la semana lo has hecho tú, ¿por qué iba a querer que lo hiciera yo hoy?

Radley se encogió de hombros.

Era como si el hombre hubiera decidido que me sacaría de mis casillas. Iba a gritarle un par de insultos, pero el sonido de las puertas del campamento abriéndose me detuvo. Radley también cambió su actitud, su rostro se enfrió y sus hombros se endurecieron.

Sus fosas nasales se ensancharon cuando dijo: —Llegó Ember.

Eso solo significaba una cosa.

Más refugiados.

Seguía a Radley curiosa, me mantenía tras su espalda en caso de que necesitara esconderme, no creía que nadie que conociera el rostro de la princesa viniera allí, pero prefería prevenir a lamentar.

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