Capítulo 11: Un lugar seguro

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El chico que atendía la caja del Seven-Eleven no pudo disimular del todo su asombro al ver la cantidad de cosas que Kian puso sobre el mostrador de cobro.

A pesar de que Gil le había confirmado el ofrecimiento de hospitalidad, no se sentía bien llegar con las manos vacías, de modo que se detuvo en la primera tienda de conveniencia que se encontró en el camino y comenzó a llenar la canasta con todos los alimentos y artículos personales que pudiera utilizar. La situación de ayuda a la que estaba recurriendo lo hacía sentir lo suficientemente incómodo como para no permitirse usar una pizca de lo que hubiera en casa de Gil. Ya era demasiado con tomar el espacio de una habitación.

Con la mochila cargada de las compras, y un par de bolsas más que se las arregló para asegurar en el manubrio, pedaleó rumbo a la dirección de Gil, comprobando de vez en vez la ruta en el GPS del teléfono.

El lugar se alejaba por varios kilómetros de la zona financiera y central de Londres, y conforme se adentraba en aquel barrio de aspecto austero y tradicional, notó que las zonas verdes eran más frecuentes y extensas, sin embargo estaban descuidadas, como si a nadie le importara la estética del lugar, dejando que la maleza creciera salvaje a libre demanda. Algunos edificios públicos exhibían grafitis al costado de sus fachadas de piedra antigua, mientras que los que estaban en el total abandono se encontraban reducidos a rayones de pintura y ventanas rotas.

Casi ningún auto circulaba por ahí, y la mayoría de la gente iba o venía a pie, concentrándose en las paradas del autobús o andando en bicicleta.

Parecía el típico barrio donde ya todos se conocían y miraban con desconfianza a los rostros desconocidos. Como era el caso de la manera en la que Kian percibía que lo observaban. Incluso algunas personas en la banqueta se detuvieron para seguirlo con la mirada, convencidos de que debían desconfiar de los forasteros y sus intenciones.

Acostumbrado a dejarlo pasar, Kian no le sostuvo la mirada a nadie, y logró llegar a la dirección antes de que se soltara un aguacero.

La casa de Gil era la típica vivienda angosta, construida de ladrillos terracota y apretujada entre otras casas exactamente iguales. Todo ahí daba la sensación de antigüedad y continuaba con un patrón de descuido. Aunque Kian no le daba importancia porque probablemente no era intencional, y las personas de ese barrio tuvieran otras preocupaciones distintas a restaurar sus viviendas o darle una capa de pintura a la madera despostillada de las puertas y los marcos de las ventanas, por donde probablemente se colaban las ráfagas frías de invierno.

Kian apoyó la bicicleta contra la pared exterior y subió un par de escalones para tocar el timbre, pero no se escuchó ninguna campanilla en el interior. Tal vez fuera de esos timbres que no se escuchaban desde afuera.

«O tal vez esté descompuesto» se le ocurrió, luego de esperar por un minuto.

Decidió tocar con los nudillos, y entonces escuchó algo de movimiento dentro. Pasos que se apresuraban y la perilla de la puerta siendo manipulada para quitarle los seguros.

Gil parecía ligeramente agitado, y lo miraba con sorpresa, como si todavía le costara creer ver a Kian ahí, en su diminuto pórtico. La persona más obstinada que conocía, dispuesta al fin a dejarse apoyar.

Kian se quedó un instante ahí, moviendo las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta, sin saber qué decir. Un «lo siento, no tenía a dónde ir» le cruzó por la cabeza, pero inconscientemente frunció el ceño ante ello, regañándose por la conmiseración que tanto detestaba.

Un trueno partió el cielo, y entonces Gil reaccionó, haciéndose a un lado mientras abría más la puerta.

—Ah, pasa.

TinieblasWhere stories live. Discover now