UNO - EL HALLAZGO

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Cuando encontró ese reloj, lo que en un principio le pareció una mera curiosidad, con el tiempo se volvió una auténtica pesadilla. Y Luke no estaba dispuesto a perder la cabeza por ello.

Hacía años que practicaba un único hobbie en su vida, el cual había nacido casi sin querer, gracias a su espíritu intrépido y su infinita pasión por el fondo acuático. Luke Sanderson adoraba colocarse su equipo de buceo y arrojarse a las profundidades del océano, mar, o rio, para —con su linterna sumergible en mano—, buscar tesoros olvidados. Normalmente no eran "tesoros" como tal, porque bien quisiera cualquier día de estos encontrar un cofre perdido de algún galeón español, por ejemplo. Solo encontraba tonterías que la gente desechaba o perdía aleatoriamente: lentes de sol, cámaras fotográficas, joyas, o cualquier otro objeto personal. Sin embargo, para él eran pequeños tesoros, solo por el simple hecho de vivir la emoción de la cacería.

Fue así como encontró entonces el objeto de sus horrores. Luke podía recordarlo perfectamente, había sido la mañana de un martes, lloviznaba y el parte meteorológico no anunciaba buen tiempo durante al menos los próximos cinco días. A pesar de todo, no fue impedimento para que subiera al yate de su padre, atracado en el muelle de su casa de veraneo, y emprendiera el viaje hacia la bahía de San Francisco, rumbo al famosísimo puente Golden Gate. Su padre, el señor Frederik Sanderson, no veía a bien este hobbie del intrépido Luke, ya que no era propio de su clase, como siempre le decía. Hubiera preferido otra cosa: equitación, golf, alpinismo, o cualquier pasatiempo un poco más refinado que buscar cacharros viejos en el fondo del mar. Sin embargo, Luke jamás solía escuchar a su aburrido y adinerado padre con delirios de elitismo, y por primera vez en su vida, se lamentó no haberle hecho caso al menos en esta vez.

Había elegido la bahía de San Francisco por dos principales motivos: primero, las aguas del Océano Pacífico siempre le habían parecido una maravilla, dicho sea de paso, eran de sus favoritas. Pero lo más importante, y como segundo punto, era que el puente Golden Gate era un punto clave para los suicidios en el país. Se contaba que desde su construcción, por lo menos mil seiscientas personas se habían quitado la vida arrojándose desde él, lo que implicaba un cálculo de dos personas por semana, y este dato era el que más le fascinaba a Luke. No era un chico supersticioso, ni mucho menos, pero le encantaba el morbo de lo desconocido. Y el simple hecho de pensar en bucear bajo esas profundas aguas heladas, entre restos humanos y tesoros por descubrir, le hacía hervir la sangre de ansiedad.

En cuanto visualizó el enorme y majestuoso puente apuró el paso, acelerando un poco más, hasta llegar al mismo, situándose bajo la titánica estructura de acero. Apagó el motor del yate, echó el ancla, y entonces bajó al camarote donde tenía el equipo de buceo ya preparado. Ponérselo le llevo su buena cantidad de minutos, el tanque de oxígeno ya estaba calibrado y fue lo último que se colocó a la espalda. Subió de nuevo a la cubierta, se calzó las patas de rana y caminando hasta el borde como un torpe pingüino, se sentó de espaldas al agua. Antes de abrir la válvula del aire, comprobó que la red para guardar los hallazgos estuviera bien sujeta a su cintura, por fuera del traje de neopreno, se puso las gafas herméticas sobre los ojos y la boquilla de respiración dentro de la boca. Entonces, abrió el pase de oxígeno, sintió como el aire comenzaba a pasar a través de su garganta, y se lanzó hacia atrás.

El ruido al agua agitándose a su alrededor le inundó los oídos, estaba fría, muy fría, pero le gustaba. Se giró al mismo tiempo que comenzaba a nadar hacia abajo, vio la cadena del ancla perdiéndose en la oscura profundidad, y aunque le tentaba patalear un poco más rápido, lo cierto era que no quería apurarse, o gastaría más rápido el oxígeno y por ende tendría menos tiempo de exploración disponible. Poco a poco, recorrió los diez metros de profundidad que separaban la superficie con el fondo de la bahía, y entonces, una vez allí, encendió su linterna incorporada encima de su hombro derecho, para iniciar la búsqueda.

Tiempo inciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora