Dos

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V L A I R   J O N E S

        
    

Mi cabeza dolía más que como lo había hecho en la fiesta anterior, dando puntadas en las esquinas y haciéndome sentir mareada. Abrí los ojos totalmente abrumada y en mal estado, recibiendo la fuerte luz solar de la cortina que probablemente había dejado abierta antes de salir. Cerré nuevamente los ojos para luego dar un suspiro e intentar abrir de estos por completo. Hice un movimiento suave con la intención de quedar en la posición perfecta para descansar, notando una enorme tela negra resbalar por la desnudes de mis piernas.

Era una chaqueta, de marca muy lujosa y en perfecto estado.

Observé de aquella con cierta atención, intentando recibir información detallada aun con los ojos borrosos y entrecerrados a causa del sol. Toqué de la tela con la yema de los dedos comprobando la calidad y, recordando al chico que al momento de despertar, había olvidado.

Solté de la chaqueta y me levanté incluso antes de que mi alma fuera capaz de hacerlo, sostuve de la chaqueta con suavidad, asegurándome de no arrugarla, y la acomodé en la esquina más perfecta de la cama. Salí de la habitación con dirección a la cocina, y abrí las cortinas de ambas ventanas. Necesitaba recibir luz para preparar desde ya a mi cuerpo vulnerable.

Saqué de uno de los muebles una pequeña caja repleta de medicamentos puntuales para ocasiones como estas. Sin pensarlo, tomé dos pequeños paracetamoles y tragué de ellos con una razonable cantidad de agua. Aumentando el líquido en mi cuerpo al terminar y dejando aliviar el fuerte dolor que seguía torturando gran parte de la zona.

Una de las cosas que más me agradaba de vivir sola, era que podía hacer lo que quisiera, y no hablo de cosas malas, hablo de cosas que dan vida, cosas que siempre había querido hacer pero nunca fue posible hacerlas a causa de la continua presencia que me acompañaba, mi madre. Claro estaba que ahora viviendo sola, me encontraba en total derecho de un manejo dependiente en mí.

Bañarme con agua fría.

Si me resfriaba era mi problema, y aunque en gran parte siempre me había parecido una idea increíble y muy lejana, no lo hacía solo por cuenta propia.
No me había dado el tiempo de pagar agua templada la semana pasada, y teniendo en cuenta las fallas que había últimamente en las tuberías, dudaba sirviera de algo.

No era algo que habitualmente hiciera, bañarme en la mañana nunca había sido algo rutinario, y por menos que quisiera hacerlo mi cuerpo, mi mente era consiente de que debía devolver aquella chaqueta. Aún sin saber la dirección exacta del chico, recordaba muy bien que se encontraba en la fiesta de Carla, por lo que debía de ser algún conocido. Llevarla a ese lugar era la única opción.

Me observé en el espejo con cierto disgusto y por gran parte con algo de miedo. No solo tenía el maquillaje corrido y esparcido por toda la cara, si no que mi pelo también se encontraba más que horrible. Una bola de friz esponjosa y, altamente desordenada resbalaba por mi cuello y espalda.

Di la llave del agua a toda prisa, e intentando no pensar en el hielo del lugar, entré sin rodeos y me integré con las duras gotas que caían sin parar.

Fue una corta, pero necesaria ducha.

Saqué toda la ropa del armario y elegí la más presentable y decente a la vez. Me probé el no planchado buzo y el pequeño top oscuro, quedando conforme con el resultado y saliendo tal como había estado actuando toda la mañana, rápido.

Un sentimiento en la lluvia ©Where stories live. Discover now