Capítulo 6: El hombre que escribía a mano

149 31 4
                                    

—Eso ha sido humillante.

Tuska salta a la cama y al instante el lugar del tierno animal es sustituido por un enorme gandul con la cabeza rapada.

—Y encima has perdido la ropa —suspiro dejando mi abrigo sobre el respaldo de la silla. —. Si sigues así, te voy a confeccionar prendas con sacos de basura.

Él me mira con el ceño fruncido, sin molestarse a cubrirse. El pudor no es algo que entre en su campo de comprensión. Me paso una mano por la cara empezando a notar el pálpito bajo mi frente. Rezo para que no vaya a más, o  pasaré una noche terrible.

—¿Qué pasa?

Se ha bajado de la cama y ahora está frente a mí. Sus dedos se sitúan bajo mi mentón obligándome a mirarlo.

—Me duele un poco la cabeza —confieso.

Se da la vuelta acercándose a la maleta.

—Voy a buscar una farmacia. Quédate aquí.

—No —niego —. No pasa nada. De todas formas tenemos que volver a la finca...

—¿Para qué? —inquiere con un suspiro. —Ya tienes esa cosa ¿Crees que nos hemos dejado algo?

—No sé —musito. —. Ver a esa chica ahí tirada... No sé como alguien puede hacer algo así y seguir respirando. A mí me corcomería la culpa hasta matarme.

Tuska arruga la nariz volviendo a sentarse sobre la cama.

—La verdad es que ha sido espantoso. Tenía los órganos... fuera.

Una arcada me revuelve y me tapo la boca.

—¡Sara!

Levanto una mano.

—Tranquilo. Solo necesito... aire.

No muy convencido asiente, y yo recojo el abrigo volviendo a ponermelo. Salgo de la habitación y paso junto a Ennis, el recepcionista, el cual me ignora olímpicamente. Es algo con lo que cuento a mi favor. Empujo la puerta y tomo una gran bocanada de aire.

Las muertes... Son algo de lo que no quiero estar al tanto. No importa si conocía o no a la persona, simplemente no quiero saberlo. Me afecta a tales niveles que las hago mías y se me queda mal cuerpo, junto a una ansiedad creciente que me impide pensar en otra cosa que no sea lo que tenían por delante. Sus familias, sus amigos... Sus vidas...

Saco el móvil y miro la hora. Son las siete pasadas y aún no ha anochecido. Observando la calle, me doy cuenta de que es como si todo, incluidas las personas se hubiesen quedado atrapadas en la década de los 2000'.

Quiero llorar. No dejo de ver el rostro de la pobre chica cada vez que pestañeo, y el dolor de cabeza amenaza con no dejarme dormir en toda la noche. Los grillos no dejan de molestar, y los faros de los coches al pasar por mi lado me ciegan aumentando las punzadas.

Tengo que salir de aquí.

###

En cuanto abro la puerta del bar, varias miradas se giran hacia mí. Me rodeo con los brazos avanzando hacia la barra, donde Connor, el camarero de esta mañana está limpiando unos vasos concentrado.

—Perdona. ¿Está Desk?

La música está muy baja y la gente habla, pero no me hace falta alzar la voz, él me mira.

—Hola. No, cariño.

Asiento.

—¿Me podrías dar su dirección?

El tipo me mira. No es tan mayor como había asumido, pero la barba y el peinado cutre no ayudan. Parece sopesarlo.

—¿Sois amigas?

Efecto MariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora