Capítulo 4

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Antes de leer no tuve tiempo para ver si hay errores ortográficos, así que si los hay sepan disculpar y espero que disfruten igual la lectura. 


Libros viejos, café y lluvia

Aquiles, Aquiles, Aquiles, el nombre del chico retumbó en la mente de Magoa como una melodía que secretamente amaba. Había algo en él que era hipnótico, tal vez era por la manera en la que se movía y actuaba, como si el mundo le perteneciera.

Sentía su mirada sobre ella cada vez que daba un sorbo de café, cada vez que hacía un movimiento, creyó por un momento que el chico sería capaz atravesar las altas paredes que había construido.

El grito de Tamara los sacó de aquel trance, Aquiles tuvo que dejar a duras penas el cuaderno para ponerse a trabajar. Magoa se quedó sentada viéndolos, para ser abuela y nieto -según lo que Aquiles le había dicho-, no se parecían en nada.

La mujer era pequeña y regordeta, llevaba el cabello de un color rojo vibrante y tenía los ojos tan negros que daban vértigo con sólo verlos, le recordaban al abismo. En cambio Aquiles era alto, tenía el cabello desordenado y brillaba con distintos tonos de rubio en sus mechones. La mirada de Magoa lo recorrió de arriba abajo,mientras le daba sorbitos a su café, observó cómo se tensionan sus músculos cuando agarraba las bandejas y cómo su sonrisa se disparaba mientras molestaba a su abuela, le recordó las tardes que su hermana y ella pasaban con la suya cuando iban a visitarla en verano.

Aquiles la sorprendió mirándolo. Uy contacto visual incómodo, Magoa se enderezó al instante y desvió su mirada al otro lado del bar, chocando con las librerías y los libros que resguardaban. El tiempo se había detenido allí, parecía ser que desde los años noventa nadie cambiaba los libros, sólo se seguían acumulando formando pilas de ellos en los costados. Se preguntó si alguien los leía o sólo estaba allí para decoración.

Volvió a hojear su cuaderno, intentando quitarse la sensación de vergüenza por el intercambio de miradas con el chico. Repasó cada una de las páginas que a Aquiles le habían gustado, curiosamente eran las partes que más odiaba de su cuaderno. Eran las páginas donde había estado experimentando, mezclado los colores y se había lanzado sin miedo al resultado.

Dejó la taza de café vacía sobre la mesa con suavidad, mientras le echaba una última mirada de soslayo al chico. Se levantó de su asiento y se dirigió al mostrador. Era la única que quedaba allí, el anciano se había marchado hacía unos diez minutos, salió del bar y se subió a su bonito auto sin siquiera mojarse.

Magoa observó la lluvia deslizándose sobre los vidrios del local, suspiró pensando en el largo camino que tenía hasta su casa.

— ¿Ya te vas? —. Preguntó de pronto Aquiles desde el otro lado de la barra.

— Si, tengo que regresar antes de que a mi madre le de un ataque.

— ¿Por qué le daría un ataque?

— Eh... por nada, sólo no le gusta que ande por la calle cuando ¿Llueve? —. La chica contuvo las ganas que tenía de darse un fuerte golpe en la frente, nunca había sido una buena mentirosa y esto es la prueba de ello.

Aquiles levantó una ceja curioso, mientras una sonrisa fanfarrona se dibujaba en su rostro.

— Vamos —. Dijo saliendo detrás del mostrador.

— ¿Qué?

— Te llevo hasta tu casa si quieres —. Dijo mostrando las llaves de un auto que tenía escondidas en una de sus palmas.

Musa secretaWhere stories live. Discover now