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—No puedo respirar adecuadamente con esto.

La noche estaba llegando, la luz del crepúsculo inundaba la habitación de la princesa entrando sin descaro alguno por el gran ventanal que daba una preciosa vista del bosque y las montañas lejanas. Estaba en la segunda torre más alta, así lo había decidido apenas cumplir 10 años pues tras escuchar todos aquellos relatos de príncipes que rescataban a las damiselas de las torres, había soñado con que su príncipe así lo hiciera. O al menos lo había soñado hasta cumplir los trece años, cuando decidió que no quería tener un marido, si no, ser una mujer aventurera junto a su hermana y así quizá, descubrir nuevos lugares mágicos y no mágicos.

Emma ajustaba bien el corsé y de esa acción venía el reclamo y parte del berrinche de la princesa. Odiaba aquellas cosas, no podía moverse bien y ni se diga de respirar, apenas llegaba suficiente aire a sus pulmones como para decir dos palabras seguidas.

—La reina nos ha dado órdenes de cómo debía ir vestida.

La voz de Emma era casi tan dulce como la de Hina pero en ocasiones como ésta, siempre sonaba más seria y sabía a que se debía aquello; era hermana un hermano y dos hermanas menores que ella. Conocía parte de su pasado por los chismorreos de la gente que vivía en la aldea pero también porque Emma misma se había decidió contarle al menos gran parte de su historia.
Según lo que aquella chica rubia le había contado, su padre, un campesino, se había internado en el bosque para cazar algunos animales y así poder llevar de comer a sus padres, hermanos y hermanas. No sabía que tanto había andado hasta que notó como en el claro al que había llegado revoloteaban hadas, tantas hadas como no había visto antes e incluso, un par de drinfas se podían ver y que en cuanto botaron la presencia del humano se escondieron.
—No les haré daño.
Murmuró más para sí mismo pero decidió dejar a aquellas criaturas en paz y seguir su camino.
Era invierno en aquel momento y no había logrado obtener ni una sola presa, cosa que comenzaba a preocuparle en demasía.
Apenas había avanzado un par de metros cuando un susurro le hizo volver a detenerse, aunque, si prestaba más atención sonaba claramente como un llanto, el llanto de una mujer era lo que estaba llegando a sus oídos apresurando al joven a buscar la fuente de tan triste sonido.
No demoró mucho en dar con la autora de aquel lamento;  entre los matorrales más cercanos pudo observar a una mujer, no parecía demasiado mayor a él pero irradiaba una belleza inigualable a pesar de tener el semblante más triste que había observado en su existir. Dudó un momento en acercarse más cosa que hizo a aquella joven percatarse de la presencia ajena.
Las lágrimas se detuvieron casi al instante dejando que una expresión de temor intenso se apoderase de aquel angelical rostro; los ojos pequeños de un café precioso se notaban ligeramente hinchados, sus cabellos rubios y largos hasta la cintura se encontraban desordenados y con algunas ramitas de los arbustos enredados. Podía notar también que sólo llevaba puesto consigo un vestido color salmón que contrastaba de una manera maravillosa con la lechosa piel.
Quedó flechado al instante.
No podía hablar, ni dejar de verla, ni siquiera sus piernas respondían para tratar de acercarse. Quizá era forastera y se había extraviado, debía tener poco tiempo si con aquel clima tan frío y sólo llevando un vestido puesto no había muerto de hipotermia y quizá, tan sólo quizá, eso hubiese sido lo mejor que podía pasar, podía haber sido mejor no conocer aquel día a la única hija del rey de los elfos del sur.
El padre de Emma había contado a sus hijas que jamás logró darse cuenta de lo que en realidad era aquella mujer a la que amó con locura hasta esa noche en que los abandonó llevándose consigo al único hijo varón que había dado a luz.
La princesa de los elfos del sur se había internado en el bosque tras una discusión con su padre que había terminado en una pelea y a aquello se debía su aspecto tan desmejorado.
Una de las razones para haberse internado en el bosque aún en aquel estado era encontrar a algún cazador con el fin de procrear al siguiente heredero al trono de su reino ya que, en aquellas tierras, no era permitido que una elfina gobernarse sola y mucho menos, una que había desafiado incontables veces a su padre. Ningún elfo de aquel reino tenía permitido acercarse a la princesa y ninguno tenía el valor suficiente para hacerlo pues todos conocían la brutalidad de su rey.
Drigwir, la princesa, vivió por varios años junto a aquel pobre campesino de Berskol o al menos así fue hasta que su primer hijo varón cumplió los tres años de edad; Manjiro era el que más parecido tenía con su madre, exceptuando los ojos, los cuales eran idénticos a los de su padre. Un par de ojos grandes y negros que parecían llevarte al mismo abismo.
Tras aquel abandono Sath no encontró otro refugio más que el alcohol, pasaba la mayoría del día en la taberna y cuando estaba demasiado ebrio comenzaban a contar lo que aquella elfina le había hecho. Por otro lado, cuando Emma alcanzó los trece años de edad decidió tomar las riendas de su familia, después de todo era la mayor y no podía dejar morir a sus hermanas de hambre.
Los campos de su padre a pesar de haber sido, en otros tiempos, tierras de abundancia cuando se trataba de cosechas, parecía que ahora estaban malditos. Los esfuerzos de Emma por recobrar la vitalidad de sus campos de arado no servían, ni siquiera esos intentos que se había prometido jamás usar.
Emma y sus hermanas, al ser híbridas entre elfo y humano, notaron que poseían ciertas dotes mágicas desde temprana edad cosa que a la mayor le había causado rechazo desde que su madre las había abandonado.
Dos años después, tras haberse dado por vencida en su intento de mantener tierras fértiles se presentó en el castillo en busca de un trabajo. Ardlit recordaba haberla visto, era más alta que ella misma así que supuso que sería mayor. También recordaba cómo tras haber sido rechazada para trabajar ahí, ya que no tenían algún puesto libre, rogó conteniendo las lágrimas. Ardlit pidió a su madre que aquella extraña chica fuera su doncella, le partía el corazón verla de aquella manera. La princesa apenas contaba con diez años por lo que su madre aún se negaba a otorgarle más compañía que no fuera la suya. No lo logró hasta la semana siguiente donde nuevamente Emma se había presentado a las puertas del castillo quedándose esta vez al lado de la hija mayor del rey.
Tres años después llegaría Hinata con catorce años de edad y así, un año más tarde Emma contaría por fin su pasado y el de su familia.
—Está lista, mi lady.
La voz se Hina la había sacado de sus pensamientos. Sin decir nada, se puso de pie para poder ir hacia el gran espejo que tenía en sus aposentos para poder mirarse y la sonrisa no tardó en aparecer en su rostro; como siempre, ambas la dejaban totalmente impecable, desde el vestido que constaba de su saya color morado brillante con mangas largas que enmarcaban su figura por sobre las ropas interiores incluyendo aquel incómodo corsé hasta el peinado que consistía en una sola trenza acomodada sobre su hombro derecho.
—Gracias.
Giró hacia ambas para hacer una ligera inclinación y hecho esto se volvió para poder ir directo a la puerta saliendo de su habitación. A pesar de no gustarle la manera en que su madre mandaba vestirla siempre dejaba que sus doncellas realizaran su trabajo pues le encantaba ver las sonrisas de satisfacción en ellas cuando terminaban su labor.
No necesitaba compañía y ambas doncellas lo sabían por lo que simplemente la dejaron irse para después comenzar a arreglar los aposentos de la princesa.

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⏰ Terakhir diperbarui: Mar 03, 2022 ⏰

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