Capítulo 24: Unión de fuerzas

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—¡Barco a la vista! —gritó uno de los hombres que vigilaban las costas de la isla del coco

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¡Barco a la vista! —gritó uno de los hombres que vigilaban las costas de la isla del coco.

Otro de los marineros arrebató de las manos del vigía el catalejo para intentar ver con detenimiento la nave que se acercaba a la costa. Un barco cuya grandeza era innegable. 

—¡Mierda! Es un navío europeo —dijo el hombre con la cara de espanto.

—¿Europeo? —cuestionó de nuevo el vigía que se negaba a aceptarlo—. No lo creo o ¿sí?

—Será mejor avisar —declaró el otro después de tragar saliva.

—Pero es sólo un barco, ¿cómo sabemos que no es uno de los nuestros?

—Te lo dije... Es europeo, debemos decirle a Julia o nos golpeará. Toma un caballo y hazlo —insistió el pirata con cierto desespero. 

El jinete asintió y subió a un caballo. Cabalgó a toda velocidad hasta llegar a la casa de Julia, quien se encontraba bebiendo entre cuchicheos con el contramaestre Gonzalo.

—Mi señora, ha llegado un navío de bandera negra —explicó el pirata que padecía del pánico que le provocaba entregar la noticia.

—¿Quién es? —preguntó la mujer sin desviar la mirada del guapo y seductor Gonzalo.

—Ese es el problema, mi señora. Se trata de un barco de velas negras, pero este no es de la hermandad, más bien es uno... europeo.

Tanto Julia como Gonzalo palidecieron, apenas entendieron el enigmático problema en el que estaban metidos, todo rastro de alcohol que corriera por su sangre se evaporó tras la severa novedad. ¿Qué posibilidades tenían de ser atacados en dicho momento? Más que parecerles pronto, era un problema ineludible del que muy probablemente no saldrían victoriosos.

—¡¿Pero de qué demonios hablas, rata?! ¡¿Es un único barco o cuántos?! —vociferó fuera de sus cabales. 

—Es nada más uno —dijo el temeroso hombre, tragando algo de saliva.

Julia le devolvió la mirada a Gonzalo, aunque esta vez no había rastro de seducción en ella, sino un glorioso miedo con sed de batalla. Estaban al pie de una amenaza de la que no sabían nada. 

—Avísale a los demás, primero a Barboza, dile que nos alcance en la costa —ordenó la mujer.

Subieron a los caballos y corrieron despavoridos por el camino que los llevaría a las orillas de la playa. Llegaron a la costa y tal como lo describió el marinero, se trataba de un barco europeo sin una bandera que especificara para qué corona trabajaba o el país al que servían. Para todos, esa era una evidencia más que les confirmaba su mal habida suerte. Después de unos minutos, las aglomeraciones de hombres comenzaron a hacerse notar a la vez que las armas apuntaban a la cabeza de los visitantes, esta vez no permitirían que llegara alguien a demandarles la vida.

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