7. Una barrera menos

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Sesshomaru limpió la mancha de sangre que había caído en su mejilla con el dorso de la mano, aburrido. El olor era penetrante y muy desagradable, aún más que el cuerpo de ese ser que acababa de aniquilar. Los restos de tripas, carne y sangre estaban regados por doquier, justo a las afueras de la mansión. Incluso había manchado las paredes exteriores, pero no era nada que alguna lluvia no pudiera borrar.

Sacudió la mano y saltó el muro hasta situarse en su cima, admirando el paisaje que se podía apreciar a esos cuatro metros de altura. Árboles, arbustos, montañas a lo lejos, una villa destartalada a los pies de la colina... una visión a la que estaba más que acostumbrado. Se podía ver mucho más desde el cuarto piso de la mansión, o incluso más si subía al techo como era su costumbre durante las noches despejadas, pero no se sentía con ganas de seguir haciéndolo.

¿Qué sentido tenía? Era un mundo del que nunca volvería a formar parte. Tan cercano, y tan lejano al mismo tiempo, inalcanzable gracias a la maldita cúpula de energía que lo mantenía encerrado como a un animal.

Y dudaba que eso fuera a cambiar de un momento a otro. Había pasado siglos en esa rutina, lentamente perdiéndose en la silente desesperación que esas paredes significaban, acompañadas por el último mensaje que su padre le había dejado antes de partir.

No lo había vuelto a ver desde esa pelea; desde que fue derrotado de manera tan humillante para luego ser sellado por décadas. No tenía idea de qué había sido de él y no estaba seguro de que le importara.

Aún mantenía lo que había dicho y hecho aquel día, no se arrepentía de nada. Había sido lo correcto, por más que el sutra afirmara lo contrario.

Su padre fue el que se equivocó, su padre fue quien manchó su honor y lo traicionó. Sesshomaru sólo intentó corregir su error de manera limpia y rápida para recuperar a su padre. Lo amaba después de todo, aunque nunca se lo hubiera dicho. Lo había expresado desde su niñez con su admiración, incluso imitándolo para intentar ser cómo él.

Su padre, siempre tan correcto, honorable y perfecto.

Y era él quien pagaba por todo, encerrado y olvidado.

Claro que le dolía aún después de tantos años. Siempre había sido una persona solitaria, pero jamás se había sentido verdaderamente solo. Su padre había estado acompañándolo, su madre también hasta cierto momento de su vida antes de desprenderse de él alegando que tenía mejores cosas que hacer que cuidar a un cachorro.

Sus puños se apretaron ligeramente ante el recuerdo desdibujado de su rostro y su fría despedida. Era una emperatriz con sus propias tierras que atender, Sesshomaru sólo había sido parte de un trato del que ella ya no quería formar parte.

Pero eso no le importaba. Él nunca demandó cariño; al contrario, lo repudiaba como a la peste. A sus ojos, sólo era una muestra de debilidad incomparable a lo que el trabajo físico y mental para la lucha podía hacer.

Claro, hasta que cierta pequeña humana cruzó los límites.

Escuchó sus pasos resonando calladamente por el largo pasillo externo del piso inferior, y no tardó en ir a su encuentro con su característico andar sereno. Por primera vez en tantos siglos, no se sentía totalmente solo.

El broche que llevaba Rin en el cabello brilló tenuemente a la luz del sol. Solía usarlo cuando iba a visitarlo, aunque tenía la sospecha de que se lo quitaba en cuanto abandonaba la mansión. No le extrañaba, en realidad, si tan recitante se había mostrado al aceptarlo por su ostentosidad. Era una chica simple con gustos simples, y tal vez un adorno cubierto de joyas había sido demasiado para ella. Ahora lo sabía y no volvería a repetir el error.

HauntedWhere stories live. Discover now