8. Enmendando errores

437 70 10
                                    

―Rin, ¿estás segura de que quieres ir a clases hoy? No tienes muy buena cara, deberías quedarte descansando ―la recibió su madre aquella mañana, espantada. Tenía los ojos algo enrojecidos, ojeras, el cabello revuelto y la piel extremadamente pálida. Su corazón se oprimió al ver a su hijita en aquel estado y se apuró para tomarle de la mano y ayudarla a sentarse en la mesa de la cocina.

―Estoy bien, mamá. Tengo un examen de matemáticas y no me lo puedo perder.

―Puedo llamar a la escuela para avisarles, no creo que tengan problemas para hacerte el examen mañana. No me gusta cómo te ves, cielo, quizás debería llamar a la señora Yamato para que te eche un vistazo por si las dudas.

―De verdad, mamá, no pasa nada ―negó con la cabeza ignorando olímpicamente lo mucho que le dolía cuando lo hacía. No quería más personas ni más distracciones, sólo quería arreglar las cosas. Empezó a comer el desayuno que su madre le había preparado tan diligentemente, aún cuando tuviera el estómago tan revuelto por los nervios para demostrarle que no había ningún problema―. Te prometo que si me siento aunque sea un poquito mal te avisaré y vendré derechita a casa.

―¿Estás segura? ¿Quieres que te acompañe al colegio? Puedo hablar con tu profesor de matemáticas para que te haga el examen a primera hora, así regresarías más temprano.

―¡NO! No, mamá, te lo suplico, no lo hagas ―se horrorizó. Sabía que tenía las mejores intenciones, pero eso ya era demasiado. ¡Incluso podía escuchar a sus compañeros burlándose de ella por adelantado!―. Ya has hecho mucho por mí, puedo manejar el resto por mi cuenta. Ni siquiera me siento mal.

―Pero, Rin, tu cara...

―¡Ups, mira la hora! Será mejor que me prepare antes de que me deje el autobús. Muchas gracias por el desayuno, estaba delicioso ―alzó los pulgares con una gran sonrisa forzada y se apuró a perderse escaleras arriba para escapar de ella. Intuía que ese día sería bastante malo y no necesitaba que su madre aún con sus buenas intenciones lo hiciera peor.

Bajó un poco más tarde de lo habitual tras haber estado luchando con su cabello rebelde, intentando peinarlo en una cola alta para disimular los puntos y el moretón consecuente. Menos mal que tenía mucha cantidad de pelo, pero la parte difícil había sido pasar el peine por ese lado sin soltar un grito al casi arrancarse una o dos suturas. Tan estresada estaba que ni se dio cuenta de la fuerza que empleaba para peinarse.

Se despidió de su madre, pues su padre había salido mucho más temprano ―no sin antes pasar por su cuarto para ver cómo estaba―, y esquivó muy hábilmente sus nuevas insistencias para que se tomara las cosas con calma y permaneciera en casa.

Esperó un poco escondida detrás de unos árboles hasta que su madre regresó al interior y se apresuró a tomar la bicicleta. Le habían dicho que lo mejor era que ni la tocara por si las dudas, pero no se sentía con ganas de estar diez minutos encerrada en un autobús. Necesitaba aire más que descanso, y tener la mente ocupada pedaleando y viendo hacia el camino era una excelente forma de distraerse y organizar sus ideas.

―Buenos días, Rin ―corearon un par de chicas que se sentaban cerca de ella cuando la vieron llegar. Rin les respondió con una cabezada y sonrisa vaga, mirando por el salón en busca de su compañero. Aún no había llegado, y eso que faltaba poco para que tocara la campana.

Espero que venga hoy. Pero... ¿por qué no habría de venir? Yo me abrí la cabeza, casi no dormí, y aún así estoy aquí. Y si no viene, derribaré la puerta de su casa si es necesario. ¡Tiene que escucharme!

―Qué tal, Rin ―la saludó Momoko, sentándose en el asiento delante del suyo―. ¿Estás bien? Te veo algo pálida.

―Buenos días, Momoko. Es que no dormí muy bien, es todo.

HauntedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora