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Auschwitz, mayo de 1943 

Aquella mañana esperé impaciente la llegada del doctor Mengele. Apenas había podido dormir. Cuando nos llamaron para el recuento vestí rápidamente a los niños y, tras tomar el pestilente café, me dirigí a la barraca médica. Normalmente no llegaba tan temprano, pero no quería perder ni un segundo más. Anna se había quedado con el bebé al que decidimos llamar Ilse. Ninguna de nosotras había logrado averiguar su verdadero nombre. En cierto sentido Ilse erala primera niña de la guardería, ahora podíamos cuidar y proteger a los niños. 

Escuché el motor de un vehículo y me asomé desde la barandilla. Apareció Ludwika y se puso a mi lado, apoyando su brazo en mi espalda. Nunca he deseado tanto ver al doctor Mengele, pensé mientras el coche militar se detenía al lado de la barraca. Una ligera llovizna nos empapaba, pero en aquel momento lo único que percibía era un hormigueo que recorría casi por completo mi espalda. 

El doctor Mengele caminó con paso firme por el barro. Sus botas negras relucían y su uniforme parecía recién planchado. Llevaba la gorra calada y una expresión de indiferencia que me hizo estremecer. Subió las pocas escaleras que nos separaban tarareando una canción y nos miró con cierto desdén. Después nos saludó brevemente y se introdujo en el edificio para cambiarse. 

No me atreví a detenerle, normalmente debíamos esperar que los SS se dirigieran a nosotras. Un par de minutos más tarde apareció de nuevo en la escalera con una bata blanca y una plantilla metálica con unos pocos folios blancos. 

Frau Hannemann, ¿sería tan amable de acompañarme? —me preguntó el doctor Mengele sin apenas mirarme. 

Caminamos en silencio hasta la barraca 32. Notaba el corazón desbocado y me faltaba el aire. El doctor me cedió el paso y entré en el laboratorio. Muy pocos del equipo médico habían penetrado en los dominios de Mengele, únicamente sus ayudantes más directos. El doctor era muy celoso de sus experimentos y trabajos. 

—Imagino que ya tiene una respuesta para mi proposición —dijo mientras depositaba la plantilla sobre la mesa. Después se giró y me miró directamente a los ojos. 

El doctor no parecía el típico oficial de las SS de ojos azules y pelo rubio. Algunos de sus colegas, según los rumores que corrían por el campo, le llamaban« el gitano», por su pelo negro y sus pupilas oscuras. 

—Por eso quería verle —contesté con la voz entrecortada. Me costaba coordinar las palabras, como si cada sílaba fuera importante, temía que el oficial hubiera cambiado de opinión. 

—Usted dirá... —comentó Mengele dejando la frase inconclusa. 

—Me gustaría asumir la responsabilidad de abrir una guardería en Auschwitz, pero tendrá que facilitarme el material necesario. No quiero que sea un sitio en el que guardar niños, mi idea es abrir una espacio para que los bebés y los más pequeños se olviden de la guerra y de las privaciones que tienen que sufrir —le dije con un tono firme, como si al final hubiera logrado templar los nervios. 

—Naturalmente. Cuando le hice la propuesta hablaba en serio. Tendrá todo el material que necesite. Quiero que los niños estén bien cuidados, que no les falte nada. Puede contar con dos o tres ayudantes. Hace unos días han llegado algunas enfermeras nuevas, les pediré que vengan a verla esta tarde. El material comenzará a llegar a partir de mañana —dijo Mengele sonriendo por primera vez. 

Aquella sonrisa siempre aparecía cuando lograba salirse con la suya, tenía algo de pícara e infantil, pero indicaba que aquel día se encontraba de muy buen humor y no corrías ningún peligro a su lado. 

—Muchas gracias —acerté a decir. 

—No tiene nada que agradecer. Sé que muchos de ustedes piensan que somos una especie de monstruos, puede que tengan razón, pero eso es simplificar mucho las cosas, ¿no cree? Perseguimos un ideal, tenemos una misión, no es fácil cumplir con el deber, pero siempre es gratificante. Mientras yo esté destinado aquí, esos niños tendrán un tratamiento exquisito. Se lo aseguro —dijo Mengele, soltando uno de sus pequeños discursos sobre el deber y el sacrificio. 

Canción de Cuna de Auschwitz - Mario Escobar.Where stories live. Discover now