Mi propio demonio

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Mientras veía a mi hijo mayor correr tras su hermano y su perrito les preparaba una jarra de jugo de Jamaica, con una enorme sonrisa veía como jugaban felices y contentos, había costado tanto llegar hasta este momento, pero había valido la maldita pena, cada lágrima, dolor y desesperanza, había valido la pena.

Cuando tenía 14 años y me preguntaba que era el amor, me imaginaba a esas parejas que llegaban hasta viejitas juntas, llenas de caricias, ternura y comprensión, sin embargo, la vida no una, si no que dos veces me había enseñado a punta de dolorosas puñaladas, que el verdadero amor no existía, al menos no en una pareja, sólo vivía en mis preciosos hijos, que fue lo único bueno que me quedó de mis intentos de relación fallidos.

Tenía 15 años cuando me dejé obnubilar por el típico chico rico y popular de la escuela, quien acostumbrado a tener todo lo que quería, había decidido que yo me vería bien en su cama y después de engatusarme caí como un idiota, mi juventud e inexperiencia me hizo creer que me amaba y terminé siendo una raya mas que pintaba a ese tigre, con la diferencia de que al menos si fui distinto al resto, ya que, quedé embarazado y eso fue el gatillante de todo, por eso amaba tanto a mi pequeño Type, por que el me había liberado del infierno de violencia y abuso que estaba viviendo.

Cuando sentí los brazos de mi niño agarrarme por la cintura suspiré, claramente la vida me había recompensado todo el sufrimiento con dos pequeños que llenaban mi vida de luz y alegría, enseñándome que el verdadero amor sólo se sentía cuando mirabas los ojitos brillantes y alegres de tus preciosos hijos.

Así como llegó mi remolino se fue y me dejó recordando lo que había acontecido en las últimos días y aún parecía una mala película de la cual era un espectador, que pese a que cerraba sus ojos no podía escapar de vivir el desenlace de la historia, aun recordaba la emoción que sentí cuando mi gran amor apareció en la oficina de mi trabajo, sin embargo, la felicidad duró poco, ya que, del castaño que me había robado el corazón no quedaba nada, su mirada ahora era fría, calculadora, hasta cierto punto tétrica y me dejó claro que no estaba aquí de forma amable, el venía para quitarme a mis niños y eso me hizo quebrarme en mil pedazos.

De ahí en mas todo se puso negro, cuando me sentí acorralado tomé la peor decisión de mi vida, cuando traté de tomar el avión para huir, los policías me corrieron a una sala, dónde me dijeron que no podía sacar a los niños sin la autorización del padre, en ese momento entendí que lo había perdido todo, por querer sacarlos estaba cometiendo un delito y toda mi vida y futuro dependía de la decisión que tomara mi ex pareja.

La noche que pasé en la comisaria fue horrible, lloré horas imaginándome que estarían haciendo mis niños, ¿estarían asustados? ¿tristes? ¿nerviosos?, sólo esperaba que Mew no se desquitara con ellos.

Si miraba para atrás mi vida, sin lugar a dudas sabía el momento exacto en el que había cometido un enorme error, de hecho, era el peor error de mi vida, dejar que Mew se fuera y permitir que su familia tomara el timón de nuestra relación, pero de nada valía llorar sobre la leche derramada, en algún momento el karma vuelve a morderte el trasero y este era mi momento.

El horno sonando fue la señal que me indicaba que debía dejar de pensar en el pasado y centrarme en el presente, al menos si quería que la comida no se quemara -Señor Kanawut, ¿necesita ayuda?, dijo la amable ama de llaves de Mew, ella era la única que me había recibido con alegría y amabilidad - ¿Se encuentra bien?

-Si, por favor dígame Gulf, el señor está demás, dije sonriéndole con amabilidad - ¿Los tíos de Mew vienen muy seguido a verlo?

-Todos los domingos cenan acá, dijo ella limpiando la encimera y botando algunas cosas a la basura -La señora a veces viene entre semana.

Un doloroso malentendidoWhere stories live. Discover now