Capítulo XI

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Capítulo XI

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Capítulo XI


─ ¿Cómo te sientes, querida─ preguntó su padre, observándola entrar con las muletas bajo el brazo. Se levantó de su escritorio y se dirigió hacia ella, cogiéndola por el codo para guiarla cuidadosamente hasta la silla más cercana.

─ Estoy bien, papá, no te preocupes por mí─ respondió la pelirroja, dejándose caer en la silla con gesto cansado.

─ Me preocupo por ti porque soy tu padre. Hace ya varios días que te dieron el alta del hospital, pero, pareces no mejorar, pequeña...─ comentó, observando el rostro ceniciento de su otrora brillante y hermosísima hija.

Las ojeras bajo sus ojos la delataban: llevaba días sin poder dormir bien. Desde la visita de Steve al hospital que sus noches eran una tortura. La culpa la acosaba y no sólo por el hecho de haberlo perdido, sino también por los problemas que había acarreado a su familia. Su fracaso era una vergüenza para su padre y lo hacía ver débil a los ojos de los demás. El equilibrio entre las familias dedicadas al mercado negro era muy frágil... cualquier pequeño error podía significar la pérdida del respeto de los demás y perder el respeto en su mundo era una sentencia de muerte. Natasha sabía que el hecho de que ella fuera la heredera de la familia Romanoff siempre había sido el talón de Aquiles de su padre. Nadie veía bien que el viejo Romanoff dejara todo su imperio en manos de una mujer.

Por eso se había esforzado muchísimo para probar que ella era tan capaz como cualquier hombre. Se había preparado toda su vida para asumir el papel que le correspondía en la organización de su padre, para que nadie pudiera juzgarla ni mirarla por sobre el hombro, para que nadie pudiera tildarla de débil. Y todo ese esfuerzo, el de su padre y el propio, se había ido por el garete. Todo porque no fue capaz de controlar sus emociones y se dejó llevar por un sentimiento tan vacuo como el amor. Pero, ¿podían culparla? Nunca antes se había enamorado. No así. No tan absolutamente. No hasta el punto de plantearse la posibilidad de dejarlo todo atrás... había sido una tonta. Una redomada tonta.

─ Ya te dije que no hay nada de lo que preocuparse, papá. Esta herida es una estupidez... pasará pronto─ argumentó, ignorando el tirón de la pierna escayolada al moverse en la silla, buscando más comodidad.

─ Sabes que no sólo hablo del disparo, hija─ replicó el mayor, acarreando una silla y sentándose frente a su hija. Natasha apartó la mirada, avergonzada. Pero, se recuperó pronto. Su orgullo ya había sido lo suficientemente herido como para que, encima, estuviera lloriqueando frente a su padre por su amor perdido.

─ Eso también fue una estupidez. Sé que pensabas llamar al comisionado y mandarlo lejos. No es necesario que lo hagas... ya todo quedó atrás─ respondió, alzando la mirada hacia él y enfrentándolo con la barbilla bien en alto.

─ Me alegro de escucharlo, Natasha. Y me alegra que el tema haya quedado cerrado, para siempre─ agregó, a lo que ella asintió, resignada. Sí, se había acabado para siempre, por mucho que doliera─ Ahora... hay otro tema que debemos tratar y que, me temo, no podremos retrasar más. Sabes de qué se trata, ¿no?

Opposite AttractsWhere stories live. Discover now