Cuatro.

126 27 19
                                    

𝑲𝒊𝒉𝒚𝒖𝒏.

El curso clínico de una dolencia aguda de tipo radiactivo dura catorce días...

A los catorce días, el enfermo muere...

Ya el primer día que pasé en ese hotel, los dosimetristas me tomaron una medida. La ropa, los zapatos, hasta la ropa interior me quitaron, todo «ardía». A cambio me dieron una bata de hospital 12 tallas y unas zapatillas 7 tallas más grandes que las mías. La ropa, me dijeron, puede que se la devolvamos o puede que no, por qué será difícil de limpiar.

Y así, en ese aspecto me presenté ante mi esposo, él se asustó:

-¡Madre mía! ¿Qué te ha pasado?

Apesar de todo, yo aún me las arreglaba para llevarle caldo, colocaba el hervidor dentro del bote de vidrio y echaba ahí los pedacitos de pollo, muy pequeños, luego alguien me regaló una cazuela, creo que era la vigilante del hotel. Otra persona me dejó una tabla para picar perejil fresco, con la bata no podía salir al mercado, alguien me traía las verduras. Pero todo era inútil: ni siquiera podía beber... ni tragar un huevo crudo... ¡Y yo, que con tanta urgencia quería llevarle algo sabroso! Como si eso pudiera ayudar.

Un día, me acerqué a correos.
-Chicas -les pedí-, tengo que llamar urgentemente a mis padres. Se me está muriendo aquí el marido.

Por alguna razón, enseguida adivinaron de dónde y quién era mi marido, me dieron línea inmediatamente. Aquel mismo día, mi padre, mi hermana y mi hermano tomaron un avión para Moscú. Me trajeron mis cosas. Dinero.

Era el nueve de Mayo...

Él siempre decía «¡No te imaginas lo bonita que es Moscú! Sobre todo el día de la Victoria, cuando hay fuegos artificiales. Quiero que lo veas conmigo algún día».

Estoy con él en la sala; el abre los ojos:

-Cariño, ¿Es de día o de noche?

-Son las nueve de la noche.

-¡Abre la ventana, van a empezar los fuegos artificiales!

Abrí la ventana. Era un séptimo piso; toda la ciudad ante nosotros. Y un ramo de luces encendidas se alzó en el cielo.

-Esto sí que...

-Ki, mi Ki. Te prometí que te enseñaría Moscú. Igual que te prometí que todos los días de fiesta tendrías flores.

Miré hacia el, y veo que saca de debajo de la almohada tres claveles.
Le había dado dinero a la enfermera y ella había comprado las flores.

No supe en qué momento comencé a llorar.

Me acerqué a él y lo besé, lo besé como nunca lo hubiera echo, como si fueran a apartarlo de mí, aún no me saciaba de él, aún lo necesitaba para vivir, nunca aprendería a estar sin él.

-Amor mío, cuánto te quiero.

Y el, que se pone protestón, me dice:

-¿Qué te han dicho los médicos? ¡No se me puede abrazar, ni se me puede besar!

No me dejaban abrazarlo. Pero yo... Yo lo incorporaba, lo sentaba... Le cambiaba la sábana... Le ponía el termómetro... Le ponía y le quitaba la cuña. Lo aseaba... Me pasaba las noches a su lado... Vigilando cada uno de sus movimientos.

Cada suspiro...

Menos mal que fue en el pasillo y no en la sala. La cabeza me empezó a dar vueltas y me agarré a la repisa de la ventana. En aquel momento pasó por allí un médico, que me sujetó de la mano. Y de pronto:

𝑩𝒂𝒋𝒐 𝒍𝒂𝒔 𝒓𝒂𝒊𝒄𝒆𝒔. (𝑺𝒉𝒐𝒘𝒌𝒊)Where stories live. Discover now