46 Segunda Boda

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¿Acaso ese lobo no se daba cuenta del modo en que una corriente eléctrica parecía recorrer su cuerpo como si tuviera la sangre llena de adrenalina?

Una vez más sintió que había perdido el equilibrio. Se echó a reír, apenas una pequeña y suave risita de asombro, cuando se dio cuenta de que como terminaría ese día.

- ¿Qué tal si me cuentas el chiste?

- No es muy bueno que digamos - replico, mientras él lo conducía hasta la pequeña puerta en arco -. Simplemente estaba pensando que hoy es mi segundo primer y último día de la eternidad. Me resulta muy difícil asumir esa idea, incluso con todo el espacio extra que hay en mi mente - se eché a reír de nuevo.

Jacob también coreó sus risas. Luego, con un gesto de invitación, tendió la mano hacia el picaporte para que Edward hiciera los honores de entrar la primera. Metió la llave en la cerradura y le dio la vuelta.

- Te lo estás tomando todo con tanta naturalidad, Jacob, que a veces se me olvida lo nuevo que debe de resultar todo esto para ti - pero este se inclinó y lo tomó en brazos tan rápido que Edward apenas lo vio venir... y vaya que eso era difícil - ¡Eh!

- Los umbrales son parte de mi trabajo - le recordó el lobo -. Tengo curiosidad. Dime qué te ronda por la cabeza en estos momentos.

Abrió la puerta, que chirrió de forma casi inaudible, y dio un paso hacia el interior del pequeño salón de piedra.

- Pues le estoy dando vueltas a todo - contestó -, ya sabes, y todo a la vez. A las cosas buenas, a las preocupantes, a las que son nuevas... y al modo en el que he ido acumulando superlativos en la cabeza. Justo en estos momentos estaba pensando que Esme es una artista, ¡todo ha quedado tan perfecto...!

El salón de la cabaña parecía sacado de un cuento de hadas. El suelo era un desigual edredón de suaves piedras planas. El techo bajo exponía las vigas. Las paredes eran de cálida madera en algunos lugares y un mosaico de piedras en otros. La chimenea, colocada en una esquina en forma de colmena, mostraba los rescoldos de un llameante fuego lento. Lo que se quemaba era madera de deriva, y por eso las llamas se veían azules y verdes, debido a la sal.

Estaba amueblado de forma ecléctica, con piezas que no conjuntaban entre sí, pero sin perder por ello la armonía: una silla tenía un aspecto vagamente medieval, la baja otomana contigua al hogar era de estilo contemporáneo, y la estantería llena de libros situada junto a la ventana más lejana le recordaba a algunas películas realizadas en Italia. De algún modo, cada pieza encajaba con las otras como si fuera un gran puzle tridimensional. Había unas cuantas pinturas en las paredes que reconoció como algunas de sus favoritas de la casa grande. Eran valiosos originales, sin duda, pero también parecían pertenecer a ese lugar, como todo lo demás.

Cualquiera habría dado por cierta la existencia de la magia en un paraje donde no hubiera sido sorpresa alguna ver a Blancanieves con una manzana en la mano o a un unicornio mordisqueando los rosales.

Edward siempre había pensado que él pertenecía al mundo de los cuentos de terror, pero claro, Jacob sabía que estaba del todo equivocado. Era obvio que él correspondía a este lugar, un cuento de hadas. Era su princesa

Edward estaba a punto de aprovechar el hecho de que no lo había vuelto a poner sobre sus pies, y de que su rostro, enloquecedoramente hermoso, estaba a pocos centímetros del suyo, cuando dijo:

- Tenemos suerte de que Esme pensara en añadir un par de habitaciones más. Nadie había planeado que apareciera Ness... Renesmee y Elijah.

Edward le puso mala cara, y sus pensamientos adquirieron un rumbo mucho menos agradable.

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