𝑽𝒆𝒊𝒏𝒕𝒊𝒅𝒐𝒔

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Un torrencial aguacero caía sobre Hogwarts, Emerald estaba sentada en la sala común de Gryffindor, observando cómo las gotas de agua resbalaban por el cristal de la ventana. Estar mal con Tom hacía que le doliera el alma. Se había acostumbrado a estar con él, a los cortos momentos que compartían en las noches y cuando nadie los estuviera mirando, a lo feliz que se sentía cuando estaba junto a él, era como su lugar seguro. Había pasado gran parte de su vida en soledad, y ese sentimiento la había acompañado siempre, pero desde que había conocido a Tom, era como si eso hubiera cambiado, como si por fin hubiera alguien que la hacía sentirse acompañada y comprendida. Pero en esos momentos, sentía que tal vez, se había equivocado con él. Siempre estaría feliz de haberlo conocido, pero sentía que él no correspondía a sus sentimientos y eso dolía, dolía demasiado. Quería hablar con él, decirle todo lo que sentía, hablarle de lo mucho que le dolía lo incomprensivo e intransigente que podía llegar a ser, pero a la vez consideraba que era mejor guardar silencio. Le dio mil vueltas al asunto, hasta que concluyó que no podía quedarse callada. Salió y fue a buscarlo. 

Tom estaba viendo llover en su oficina, pensando en que de nuevo se había equivocado. Sabía que no estaba bien haber tratado a Emerald de esa manera, por primera vez en su vida, se sentía culpable. No entendía por qué, estando acostumbrado desde siempre a hacerle daño a los demás, le dolía hacerle daño a ella. Quería ir a buscarla, pero no tenía idea de cómo podía pedirle perdón. Temía que ella decidiera que alejarse era lo mejor, se había acostumbrado a tenerla en su vida y no quería perderla. En cuanto escuchó que llamaron a la puerta, se puso en pie de inmediato, presintiendo que se trataba de ella. 

Al verlo, Emerald sintió unos enormes deseos de llorar, pero no iba a permitírselo, no quería que él viera que era la única persona en el mundo que podía destruirla por completo. 

—Hola —la saludó Tom, con algo de incomodidad. 

—Hola —respondió ella, sin mirarlo. 

Él se apartó de la puerta para dejarla pasar, ella entró y respiró profundo, tomando valor para hablar. 

—Emerald... —intentó decir él, pero ella lo interrumpió, levantando su mano derecha. 

—Por favor escúchame un momento, Tom —él solo asintió y fijó sus ojos oscuros en ella—. Hasta ahora no lo había dicho, al menos en voz alta, pero te quiero —Tom pareció sorprendido, pero intentó mantener una expresión neutral—. Y precisamente porque te quiero, es que me duele que no confíes ni un poco en mí. 

—Yo sí confío en ti —se apresuró a decir Tom, y se acercó un paso para tomarla de la mano. 

—No es suficiente con que digas que confías en mí, cuando tu actitud me demuestra lo contrario. 

—Entiendo que nuestra última conversación fue un desastre y que yo... me equivoqué. 

—Me parece muy bien que admitas que te equivocaste, pero yo vine porque necesitaba decirte lo que siento. Necesitaba que supieras que te quiero, que eres una de las personas más importantes de mi vida... 

—¿Por qué suena como si te estuvieras despidiendo de mí? 

Tom había comenzado a preocuparse. Por primera vez, las palabras de alguien lo estaban lastimando. A él, que se creía irrompible, que creía no tener sentimientos. Emerald lo miró y las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos. 

—No sé cómo podríamos hacer que esto funcione si no hay confianza...

—Ha funcionado, durante todo este tiempo, ha funcionado, y podría seguir funcionado si lo seguimos intentando.   

«Tengo que hacer que se quede —pensó Tom, al borde de la desesperación—. No puedo dejarla ir». 

Ella no sabía qué más podía decirle. Se resistía a dejarlo, pero una parte de ella pensaba que tal vez era lo mejor. Se aferraba a su amor por él, quería conservar lo que tenían, pero también sabía quién era Tom y lo complicada que era su personalidad. Por mucho que lo amara, no podía pasar por alto ciertas facetas suyas. 

—Voy a contarte algo —dijo Tom, decidido a abrirle su corazón por primera vez—. Unos días antes de que regresara a Hogwarts, escuché una profecía, en ella hablaban de ti. 

Emerald no esperaba eso en absoluto. Sabía que las profecías en muchas ocasiones no se cumplían, eran confusas y difíciles de entender.  

—¿Cómo sabes que hablaba de mí? —preguntó. 

—Lo supe cuando te vi. Conseguí trabajo en Hogwarts porque decía que te encontraría aquí, y el primer día, en el gran comedor, estuve seguro de que no era mentira. Lo que sentí al verte no podía engañarme. Tú eres mi destino. 

Emerald se quedó un momento en silencio, procesando esas palabras y pensando en que tal vez, lo que Tom estaba diciendo, fuera cierto. Lo que ella sentía parecía confirmarlo, tal vez él también era su destino. 

—Sé que eres tú, porque aún cuando mi alma se queda sin palabras, susurra tu nombre —le dijo.

Aquellas palabras quedaron grabadas para siempre en la mente de Tom y llegaron a lo más profundo de su corazón. 

—No tienes idea de lo mucho que me ha cambiado tu amor. Antes de conocerte no sabía lo que era ser amado por alguien, pero tú me lo has enseñado. Por eso no quiero que esto termine, porque todo es mejor si estás tú. 

Emerald se acercó y le acarició la mejilla con el dorso de la mano. 

—No voy a ir a ninguna parte, voy a seguir aquí, amándote hasta el último día de mi vida. 

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐨 || 𝐓𝐨𝐦 𝐑𝐢𝐝𝐝𝐥𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora