Capitulo 1

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CHICAGO
—Gerard, ella es la mujer que siempre había esperado, sé que es la correcta —decía un muy apuesto hombre alto de 6.3 pulgadas con una mirada azul cielo como el amanecer y cabellos rubios como el sol. Tan varonil que parecía un verdadero dios griego. Él, en verdad, estaba muy enamorado de esa bella mujer, pues, lo había sabido envolver, al igual que a todos los hombres a los cuales se les acercaban. 
El francés, que lo escuchaba, solo se quedaba callado. Él había investigado a esa hermosa mujer y se dio cuenta de que no era lo que decía; era una mujer sin escrúpulos que había andado con muchos hombres que pertenecen a la alta sociedad, era muy ambiciosa y por fin el <<pez gordo>> había caído y ese era Wiley Angsut Anderson. Ya estaba todo listo para la gran boda del año; pero, el pelinegro no sabía cómo hablar con él para exponerle a detalle lo investigado, se sentía impotente, lo veía tan ilusionado que en verdad no quería decepcionarlo, pues lo quiere como un hijo. 
En otro lado de la ciudad, había una rubia hermosa, con una mirada verde como las esmeraldas, ella había estado estudiando durante su adolescencia, en Europa, en un convento donde permaneció encerrada como en una cárcel. Luego de que falleció su madre, su padre se casó con otra mujer y la envió ahí, en el cual aprendió a valerse por sí misma.
Decidió estudiar enfermería. Sin que nadie supiera, la madre Paula, que siempre estuvo ahí con ella, la ayudó en su aprendizaje, le había tomado un cariño muy especial.
Su padre, durante su estancia ahí, jamás la visitó. El día de su graduación con honores, nadie acudió para estar a su lado; en ese entonces, recibió un telegrama que su padre estaba muy grave en América, tenía que regresar.
Llevaba un mes de haber regresado y había estado al cuidado de él hasta el último día de su vida, lloraba amargamente, pues estaba recogiendo sus pertenencias.
Después de haber enterrado a su padre, Magda, la viuda de él, la corrió, diciéndole que no le dejó nada de herencia, que todo lo que había ahí le pertenecía a ella por haberlo aguantado todos esos años. Por lo que le pidió que se largara inmediatamente de la casa, ella se opuso, recordándole que esa era la casa de su madre y de ella, a lo que Magda le dijo que estaba equivocada, su padre la había puesto a nombre suyo, así que ya no había nada ahí que le perteneciera, porque su padre se había gastado todo el dinero pagándole la escuela, así que tenía que irse rápidamente, no se haría cargo de ella, pues ya era una mujer de 18 años y tenía que valerse por sí misma.
Salió con una pequeña maleta de esa casa que solo le traía hermosos recuerdos de su infancia, donde vivió con sus padres, cuando eran una familia unida y feliz. Tomó un camino sin rumbo, sin mirar atrás.
Wiley Anderson había salido del corporativo, había ido a comprar un hermoso ramo de flores e iba sumamente contento, irradiando felicidad, pensó: <<No le avisaré, llegaré y le daré una sorpresa, se sorprenderá>>, cuando llegó al apartamento de su amada prometida, abrió con la copia de la llave que tenía, le había regalado ese departamento lujoso en una zona exclusiva de Chicago, abrió y al no verla ahí en la sala, se dijo: <<A de estar tomando una siesta de seguro>>, cuando escuchó unos ruidos extraños que provenían de la recámara, su corazón le dio un vuelco; imploraba que no fuera lo que estaba imaginando, pues los ruidos que se oían eran gemidos.
Al notar que la puerta estaba entreabierta, empezó oír la voz de Sophia que decía:
—Oh, sí, sí, más fuerte. Me encanta que me hagas el amor así, solamente tú me haces vibrar, nadie más.
—¿Estás segura de que no te pones así cuando estás con él?
—Estoy más que segura, tú eres el único hombre de mi vida. Te amo Charles, nunca te cambiaría por él, sé que estoy a punto de casarme; pero tú sabes, porque necesitamos el dinero y nada más.
El rubio, al escuchar todo, sintió que el mundo se le caía encima, empujó la puerta.
—¡Así que nomás para eso me estabas utilizando! —voltearon los amantes desnudos que yacían sobre la cama (ella montaba en él).
—¡Oh, mi amor, no es lo que tú crees! —trató de defenderse. 
—¡¿Y qué es lo que quieres que crea?!, si lo estoy mirando ¿Sabes qué? Eres la mujer más despreciable que he conocido en mi vida, ya había oído toda clase de comentarios hacia tu persona; pero, no quise escucharlos por estúpido, creí haber estado enamorado de ti. Pero no te daré el gusto —sentenció, yéndose del departamento. Tiró las flores al piso, la rabia y el coraje se apoderaron de su ser.
Al salir echo una bala del lugar donde se encontraba, se subió al coche, estaba llorando de la desilusión y de lo estúpido que había sido con esa mujer, ¿cómo podía haber creído en ella? Él no volvería a amar, se juró a sí mismo.
—No volveré a caer en las garras de ninguna otra mujer —se decía llorando de coraje, arrancando el carro a toda velocidad, sin rumbo, cegado por la ira que sentía cuando menos pensó, un perro se le atravesó en su camino haciéndole perder el control del volante, volcándose en el auto.
Dulce Rose iba tan sumida en su tristeza cuando oyó rechinar unas llantas, al voltear, divisó un coche tirado, soltó la pequeña maleta y corrió al percatarse de que dentro se encontraba un hombre, pues el vehículo estaba agarrando fuego, así que sin pensarlo, a como pudo, abrió la puerta del auto y lo sacó arrastras lo más lejos que pudo. El coche estalló, haciendo que los dos perdieran el conocimiento.
En el momento en que Dulce Rose abrió sus ojos, ya estaba en el hospital, desconcertada, no sabía qué estaba haciendo ahí, no recordaba hasta que en ese instante su mente empezó a dar vueltas, queriendo acordarse de lo ocurrido. Una enfermera se acercó y le dijo:
—Qué bueno que despierta, señora, para que nos diga su nombre y el de su esposo. A los dos los trajeron aquí, parece que sufrieron un accidente. Tuvieron suerte de salir con vida, al parecer usted fue la que lo sacó del coche y se alejaron antes de que estallara, es una suerte que pudiera salvarlo. —En eso, ella trataba de recordar bien, pues no se acordaba que fuese casada—. Su esposo está bien gracias a Dios. Solo fueron unos golpes y unos raspones que sufrió; pero, está bien. Mírelo, está dormido por el medicamento que le aplicamos. —El rubio se encontraba a un lado de ella, en otra cama; al observarlo, quedó embelesada, preguntándose si en realidad era su esposo. 

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