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Milos es una isla preciosa.

Y fue allí donde aprendí a controlarme. En todos aquellos lujos y el sol que me daba en la cara todos los días.

Necesitaba ese viaje para mí solo. Me sorprendió no llevar a nadie conmigo porque siempre estaba acompañado.

Caminé por las calles de Plaka de día y de noche. Las calles tan bonitas, tan calmadas como deseaba que mi corazón se encontrara posteriormente.

Un libro en mi mano la mayoría del tiempo. Las gafas de sol colocadas, a veces, en mi cabeza. La poca ropa que usaba en aquel entonces porque hacía calor.

Los bañadores que usé en las playas de la isla, intentando escapar de mi día a día.

Gritando en el agua intentando desahogarme cuando sabía que no había nadie en la playa.

Mis gritos chocaban contra las rocas enormes de la isla.

Mi corazón iba recuperándose poco a poco.

Mis lágrimas se mezclaban con el agua salada, pero también con el agua de la ducha cuando llegaba a la suite que había reservado.

Podía pasar minutos metido en la ducha, recordando como reía hace menos de cinco años.

Quería volver a ser yo. Aquel chico risueño listo para enfrentarse a la vida, pero todo lo que conseguía era estar abrazado a una de las tantas almohadas de la cama y dormirme con el corazón un tanto acelerado, con una mirada triste.

Me acordé de la risa de Felice, de su pelo rubio lleno de pequeños rizos. Sus ojos grandes.

Y deseé tener un hijo en aquellas mini vacaciones. Me parecía adorable tener a alguien pequeño, pero sabía que sería egoísta por mi parte tener a alguien pequeñito cuando yo no estaba bien.

Esa persona necesita felicidad, no un padre que esté llorando a menudo o que esté de mal humor por culpa de sus pensamientos.

Y entre esfuerzos y peleas conmigo mismo, me sentí mejor.

Me di cuenta de que necesitaba tiempo para mí, solo para mí. Necesitaba conocerme y saber qué era lo que me pasaba en aquel momento.

Aprendí a seguir adelante y volví a mi casa.

La primera persona que vi fue mi madre. Quedé con ella en una cafetería con unas cuantas regaderas en la fachada.

Rosa necesitaba explicaciones porque su hijo pequeño había desaparecido como si alguien lo hubiera asesinado y enterrado en una finca desconocida.

No entendió nada, es por eso que, cuando me vio, se abalanzó encima de mí llorando.

Mis manos se colocaron en su cintura mientras sus brazos estaban en mi cuello, pegándome a ella como si nunca quisiera que me fuera de su vida.

Vi lo mucho que me quiere. Vi su sonrisa después de besar mi rostro numerosas veces delante de aquel público que nos veía con ternura.

No tenían ni idea de lo que ocurría, pero sonreían.

Entrelacé los dedos con los de mi madre y pasamos el día juntos mientras le contaba como me sentía. Mis pesadillas y mi gran fortaleza en ese momento.

Me dijo que estaba muy orgullosa de mí a pesar de lo gilipollas que había sido. Orgullosa por mi posible cambio. Y sí, cambié. Noté mi propio cambio.

Los siguientes días me sentía más vivo, deseando vivir con una sonrisa en mis labios. Quería sonreír.

Es ahora cuando te cuento todo esto. Ya han pasado tres años desde que me fui a Milos.

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Holaaa.

¡Han pasado tres años!

Eso significa que la trama de la historia ha avanzado mucho y los personajes han crecido, especialmente las pequeñitas de la saga.

¿Cómo irán las cosas ahora? ¿Mejor?

¿Qué habrá pasado con los personajes? ¡Cuéntanos, Damiano!

Debo contaros que actualmente estoy escribiendo el último capítulo de este libro y os puedo decir que el final está muy muy cerca.

De momento he escrito 39 capítulos, me queda escribir el epílogo.

No me siento preparada para decirle adiós a mi saga... Me voy a llorar bye bye.

¡Nos vemos!

Damiano |Måneskin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora