Capítulo 22 (breve)

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La indiferencia podía ser la mejor arma de una dama, afilada y cortante. 

El instalarse y recolocar sus pertenencias la llevó ocupada buena parte del día. Se puso también al día con el horario, la disposición del personal, sus puestos  y el menú de la semana, que lo podía cambiar según gustase ya que era una de sus tareas.  Como si  quisiera cambiar parte de la decoración de cada habitación; el color de las paredes, la organización de muebles, si quería comprar unos nuevos y desechar los viejos, si ella quisiera. Incluso, podía abrir algunos de los regalos que los invitados generosamente les habían regalado y, seguramente, contenía algún adorno que colocar. No los abrió, dejándolos para otra ocasión. Aún estaba asimilando su vuelta allí, no como la señorita Stinger, sino como la marquesa Highwood; su posición había cambiado y tenía que demostrar que era válida para ese puesto. Aunque parecía ser que su presentación había sido un aprobado. 

El marqués no mencionó palabra sobre ello, ya que desapareció tras la presentación y decirle que podía escoger la habitación que ella prefiriese, cambiarla a su gusto. Más tarde, se verían en la cena. Así que, el mismo puso distancia entre ellos, librándola de su presencia. No mostró disgusto, ya que quería estar lo más lejos posible de él salvo que sus sentimientos no estaban conformes con su decisión, encontrándose un conflicto consigo misma; preguntándose si era la única que no había salido indemne de la noche de bodas.

¡Era patética! 

Cerrando cualquier pensamiento sobre la figura de su esposo, se esforzó en que su habitación estuviera lista para ella, con todas sus pertenencias colocadas y respirar que una nueva vida estaba a punto de empezar aunque eso significara tomar sus deberes y responsabilidades. 

Phillipa la ayudó a elegir el vestido que llevaría esa noche, para la cena. Aunque iba a cenar con la única presencia de su marido, no podía quitarle la ilusión de arreglarse y ponerse bonita. Una tenía su amor propio, y no quería darle una imagen débil de ella. Por otra parte, no quiso ir emperifollada para llamar su atención. Además, no creía que llamara la atención cuando parecía ser que su interés se había desvanecido con su primera noche juntos. 

¿Acaso lo había decepcionado con su inexperiencia?

Dicho pensamiento no fue muy amable con ella, herida, porque no era su culpa. Desechó la idea de ir sencilla, y pensó que lo primero era sentirse atractiva consigo misma, no por la opinión de otros. Bien cierto que no quiso llamar su atención, pero en el fondo, deseó que se retorciera por dentro. Era una pequeña victoria que ansiaba obtener.

*** 

A diferencia de la cena en la posada, esta transcurrió tranquila sin ningún sobresalto y con el sonido de los cubiertos y el peso del silencio sobre sus cabezas. No era por la gran mesa que los mantenía separados, a una distancia prudencial para que no llovieran los cuchillos. No. Únicamente hubo más que preguntas de cortesía. Preguntas que eran llanas con el principal fin de llenar el silencio incómodo, aun así, Ariadne no relajó su postura. Tampoco le había prometido que llenaría sus silencios con cada comida que se le presentara o ser una compañera de mesa divertida o parlanchina. Como no se lo había prometido, no se esforzó en darle conversación innecesaria, entregándose solamente al placer de comer. Esta vez tenía bien agarrado el apetito; no se iba a privar de la buena comida del chef. 

— Me complace verla comer con apetito.

Se encogió de hombros y lo observó desde su posición tomar una copa de vino. 

— No iba a desaprovechar la comida que ha tenido el buen gusto el chef de prepararla para nosotros.

— Tiene razón. 

No añadió más, cortándole la conversación. No era su interés alargarla. Incluso, cuando tocó el postre y se lo acabó, se levantó.

— Ya he terminado de cenar — anunció —. Si me disculpa. 

Antes de que pudiera dar un paso, vio que la servidumbre que había estado presente en la cena se estaba yendo. Enarcó una ceja a su marido que había hecho el gesto de despacharlos.  No le pidió explicación alguna de su inesperada acción ya que todavía los platos no habían sido recogidos, y lo ignoró por completo, yéndose también.  Solo que iba a cruzar el umbral, la puerta se cerró delante de sus narices y una mano apareció apoyada en la puerta, encerrándola con su cuerpo siendo una prisión de repente. 

Intentó que los latidos no salieran de su pecho, sobre todo, que él no los escuchara. Intentó agarrarse al sentido común y estar quieta. Pero fue imposible cuando notó su respiración hacerle cosquillas en su cuello, estremeciéndola por dentro. 

— No puedo dejarla marchar.

Bajó los párpados cuando sus entrañas se retorcieron en un nudo agonioso; su nariz fue navegando por su piel, rozando y tanteando. Se mordió el labio para no emitir ningún sonido vergonzoso de su parte que la delatara. 

— Puedo abrir la puerta e irme. 

—  Hazlo. Pero, óyeme bien, si lo hace no seré benevolente con mis actos. 

Con mano temblorosa empuñó la manilla de la puerta, ¿acaso quería provocarlo?

— No le tengo ningún miedo, milord.

 Empujó y la abrió.

— Buenas noches. 

Antes de cerrar, su sonrisa lobuna y su mirada perezosa e intensa se quedó grabada en su retina. 



Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora